El Barcelona, Putellas y el triunfo de la generación sin complejos
De aquellas milenials, estas mujeres de la llamada generación Z, irreverente, valiente y atrevida, que este sábado puede levantar su segunda Champions consecutiva
Me gusta imaginarme campos de fútbol en plazas de pueblos y ciudades, en patios de colegio. Observar las porterías improvisadas, definidas con mochilas apelotonadas o un puñado de sudaderas hechas un ovillo en el suelo. Estipulados los márgenes del terreno de juego con pasos a un lado y a otro. Eliminada la figura del árbitro, no vaya a sentirse nadie mal porque lo descarten para ejercer de juez. Cuando era pequeña, la hora del comedor la invertíamos muchas tardes en echar un partidillo. Los mejores —todos supimos siempre quién era el mejor de nuestra clase— ejercían de capitanes y escogían a su equipo. A las chicas, a las pocas que jugábamos, nos escogían casi siempre al final. Lo que tampoco nos suponía un problema. Siempre supe también yo que no me daba para regates ni filigranas; me conformaba con ser uno más. Y lo era. Y corría. Y hasta marcaba algún gol de vez en cuando.
Lo malo es que lo que era corriente y natural para aquel puñado de niños y niñas que fuimos los mileniales, es decir, compartir campo y balón, no lo fue para quienes definían las estructuras del deporte de base ni para los que repartían las horas extraescolares. Los mismos niños y niñas que a mediodía montábamos un partidillo de la nada, por las tardes nos separábamos: ellos jugaban a fútbol, nosotras al baloncesto. Bueno, ellos también podían practicar baloncesto (y lo que quisieran), pero nosotras no podíamos jugar a fútbol. El sistema no lo contemplaba.
Las pocas que en aquellos años consiguieron que se las integrara en un equipo de fútbol, ya fuera mixto o femenino (que quiero pensar que alguno debió existir en algún lugar del país), abrieron puertas para las que vendrían después. A costa de mucho sacrificio y mucha burla. A costa del típico insulto de la época: marimacho. Las pocas que, además de jugar, han podido hacer carrera y ganar títulos, como Vero Boquete o Vicky Losada, asumen hoy que son la excepción de una generación entera de futbolistas que se perdió porque nunca tuvo facilidades para seguir entrenándose y compitiendo.
De aquellas mileniales, estas mujeres de la llamada generación Z, irreverente, valiente y atrevida. La suerte que tenemos hoy es que aquellas puertas que se abrieron han sido muros derribados por esta nueva generación, la generación sin complejos. La de las Claudia Pina, Aitana Bonmatí o Patri Guijarro, futbolistas cuya evolución como deportistas no tuvo tantas aristas. Las tres fueron niñas que empezaron a jugar de pequeñas y que, en plena adolescencia, se integraron rápidamente en equipos formados por chicas. Con 12, 13 o 14 años los clubes ya se rifaban a las mujeres que marcan el paso a este Barcelona que este sábado aspira a volver a levantar la Champions por segundo año consecutivo. Un Barcelona que llenó el Camp Nou cuando todavía había algunos que se preguntaban si el fútbol practicado por mujeres tendría algún día la popularidad y predicamento que tiene el que practican los hombres. Pues, sí. Lo tiene. La respuesta la dieron más de 90.000 personas sentadas en las gradas del estadio que vibraba con Messi y ahora lo hace con Alexia Putellas.
Ese es el triunfo de esta generación sin complejos, se lleven o no la Copa para casa. Su triunfo y el de la generación que les precedió. Por supuesto, y muy especialmente, también de la del Balón de Oro, que las lidera desde el ejemplo y desde su historia personal, una que todavía incorpora en su relato renuncias y sacrificios, como dejar el Barcelona con 12 años porque no había equipo para ella.
Mi deseo es que la nueva generación de niñas, esa que todavía no tiene nombre, pueda marcar goles en porterías señalizadas con cuatro chaquetas en el suelo, pero también entrenarse y competir como y cuando quiera. Con la misma ilusión que tuvieron Boquete, Losada y hasta Putellas, pero con muchos menos problemas. Sin corsés. Es su momento.
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