El consuelo de Barça y Atlético
Cumplidos sus aflictivos objetivos, barcelonistas y rojiblancos requieren de un diván para cavilar sobre su futuro. El victorioso Real no tiene tiempo. Lo suyo es el presente
A tal rebufo han ido todo el curso los grandes rivales del Real Madrid, que mientras los blancos han descorchado la Liga y tienen a tiro la Copa de Europa, la apoteosis del Barça y el Atlético ha pasado por matricularse en la Champions. Caza mayor frente a caza menor. Lo admite el Barça y lo quiere disimular el Atlético, pero es una muerte de realidad para ambos. No hubo pulso a un Real Madrid que, en contra de su versión europea, nada tuvo que remontar en la Liga puesto que nadie discutió su autoridad desde el inicio. Lo mismo dio que no tuviera fichajes de pasarela, que debiera aliviar la salida de su pretoriana pareja de centrales (Ramos-Varane), que pocos confiaran en la segunda parte de Ancelotti o que Bale y Hazard fueran de nuevo Bale y Hazard. El Real se sacudió todas las sospechas, las que abrumaron desde el amanecer a barcelonistas y colchoneros.
Sostienen en el Camp Nou que el ambulante equipo azulgrana llegó tarde a la temporada. Quién sabe lo que hubiera ocurrido no solo con Xavi, sino con un anticipo veraniego de los fichajes de invierno. En el fútbol caben todas las suposiciones, pero cuesta creer que quien ya reforzado descarriló en la Liga Europa, donde transitan los teloneros de la jerárquica Champions, hubiera competido con hueso en una batalla de largo recorrido. No solo en una puntual como su festejado clásico en Chamartín.
Mientras se consuela el Barça, aun a costa de renegar de la totémica figura de Koeman, el Atlético se aferrará a su coartada habitual: el techo se lo ponen Madrid y Barça. No cuela. Partió como campeón, con altas sonoras como la de Griezmann y con el mesiánico Simeone como eterna divisa. Esta vez no hubo la avenencia de otras campañas. Mucha y buena plantilla, pero el Atlético no tuvo etiqueta. Ni un equipo expansivo ni un lector de resultados. En su búsqueda de ser algo más de lo que fue se quedó en nada. En la zozobra tiró por la directa y muy pronto se puso el traje más cholista pero le sentó tan raquítico como otros. Ante el vecino, Simeone movió de nuevo el árbol. Lo hizo en un derbi en el que con una alineación a granel y el Liverpool a la vista pareció que fuera el Real quien hiciera el pasillo a quien se estaba jugando las habichuelas europeas.
Con Modric, Benzema y Vinicius y unos cuantos titulares más a la sombra, un Madrid errático, sin otra urgencia que acabar todos sanos el duelo, le tuvo angustiado. Lógico. Este Real es capaz de ganar hasta sin querer. Al Atlético todo le cuesta un mundo. Hasta meter más de un gol al recluta Lunin. Ocasiones no le faltaron. Pero el cuadro de Simeone ha estado tan irreconocible todo el curso que defendió peor que nunca y, falto de costumbre, cuando pudo abrumar a un adversario pendiente de otros menesteres, se sintió extraño. Tanto perdonó que casi le amargan Asensio y Nacho al final. Ya se sabe que solo hubiera sido otro vulgar milagro madridista.
Cumplidos sus aflictivos objetivos, Barça y Atlético —que lo tiene en la mano— requieren de un diván para cavilar sobre su futuro. El victorioso Real no tiene tiempo. Lo suyo es el presente.
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