Real Madrid o cómo perder para vivir otro día
Pocas veces se habrá acogido una derrota europea con el entusiasmo colectivo que desató la cosechada ante el Manchester City
Se podría conceder que el Real Madrid perdió en Manchester para vivir otro día, pero lo cierto es que perdió, de eso ya no debería quedar ninguna duda. Lo dice el marcador y lo atestiguan las crónicas del partido, algunas a regañadientes, enredadas entre el ejercicio del periodismo y la debida propaganda. El único empeñado en contradecirlo abiertamente es Karim Benzema, un futbolista acostumbrado a relativizar el valor de los números y que salió del estadio sonriente, interpelando a los suyos para hacer algo mágico el próximo miércoles en el Santiago Bernabéu: ganar.
Pocas veces se habrá acogido una derrota europea con el entusiasmo colectivo que desató la cosechada el pasado martes. Volaron los elogios por doquier y los más viejos del lugar recordaron aquellas grandilocuentes palabras de un ilustre periodista en el adiós al dictador Francisco Franco: “Así solo mueren, Europa, los grandes hombres de la Civilización”, escribió. Todavía es pronto para enterrar al Madrid, qué duda cabe. La historia obliga a guardarle el debido respeto y cualquiera es capaz de recitar media docena de milagros semejantes solo en el último lustro. Pero también es pronto para enterrar al Manchester City, una apisonadora con wifi y embellecedores cromados que desmembró colectivamente a su rival para terminar pagando un peaje excesivo, el que suelen reclamar los mejores jugadores del mundo cuando a los grandes equipos se les descose un botón. Por ahí se le colaron tres goles a los de Pep Guardiola, que había preparado un infierno táctico a los visitantes y un pequeño purgatorio para algunos periodistas.
Podemos obviar los antecedentes y discutir si el entrenador catalán fue más o menos cortés con Ricardo Sierra, el compañero encargado de realizar la entrevista post partido para el público español: en peores bretes se habrán visto ambos a estas alturas de sus carreras. Lo que vino después –y que tanto se parece a lo de antes, incluso a lo de siempre– convendría enmarcarlo en esa especie de trastorno por estrés postraumático en el que parece inmerso una buena parte del periodismo deportivo español desde que Guardiola se ganara los galones de almirante del negociado.
El propio Jorge Valdano, en esta misma cabecera, teorizó hace un tiempo sobre las razones que podrían impulsar tanta antipatía: la contraposición de Guardiola al mourinhismo institucionalizado, su condición de mito azulgrana, sus manifestaciones políticas... “Hay una sola razón para odiarlo”, resumía finalmente: “la master class futbolística que dan sus equipos cuando pisan el Bernabéu”. Quizás porque el martes asistimos a una más, esta vez lejos de Concha Espina, quienes todavía le siguen negando el pan y la sal prefirieron armar otra polémica artificial para reafirmase en sus prejuicios y evitar, de este modo, abordar esa verdad incómoda que les ronda por la cabeza desde, qué sé yo, ¿la prehistoria? Pues quizás.
Lo que nos queda por delante, de nuevo centrados en lo futbolístico, es un partido decisivo entre el realismo mágico del Madrid y el método Guardiola con París en el horizonte. Allí, viendo caer la nieve sobre los tejados, encontró Gabriel García Márquez el final que buscaba para El Coronel no tiene quien le escriba, ese “¡mierda!” mayestático que deberá hacer suyo alguno de los contendientes nada más terminar el choque porque en el fútbol, por encima de la literatura, siguen mandando los goles y el resultado: perder para vivir otro día, ahora sí, habrá dejado de ser una opción.
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