_
_
_
_
_

El Barça juntó al Mágico con Maradona

El club azulgrana incorporó a la estrella del Cádiz para una gira en 1984 y el argentino afirmó que el salvadoreño tenía mejor técnica que él

Diego Armando Maradona y Mágico González

En Cádiz aún se habla y no se para del Mágico González, aquel delantero salvadoreño que pisó España con su selección durante el Mundial 82. Dentro de un equipo menor, que encajó un 10-1 ante Hungría, emitió inolvidables destellos. Le cayeron ofertas (Atlético de Madrid, Los Ángeles Aztecas y el PSG entre otros) pero él eligió el Cádiz por algún raro instinto. Allí deslumbró. Habilidad inconcebible, fútbol imaginativo… Un regalo caído del cielo para los caístas, entre los que su informalidad no suscitaba el menor reproche. Vagaba de noche, dormía de día, desesperaba a su presidente, Irigoyen, pero llenaba el estadio y acaparaba las tertulias. En la 82-83 marcó 14 goles, en la siguiente repitió. El Cádiz bajó ese año a Segunda, pero daba igual.

Así que la ciudad sufrió un sobresalto cuando se anunció que se iría cedido a una gira por Estados Unidos con el Barça. Precisamente ante los azulgrana había hecho uno de sus mejores partidos. Estábamos en el segundo año (que sería el último) de Maradona con los culés y el Barça había concertado una gira por EEUU y Canadá que se pisaba con la Copa de la Liga y hubo que repartir la plantilla. Migueli, Clos y Maradona estaban suspendidos después de la zaragata tremenda de la final de Copa contra el Athletic de Clemente, así que podían ir de gira. Se les unieron otros buenos nombres de la primera plantilla sin debilitar demasiado al equipo de la Copa de la Liga y se añadieron unos chicos del Barça B más dos delanteros cedidos: Husillos, argentino, del Murcia (que llegó a España por el Castilla y haría gran carrera en el Málaga) y Mágico González.

Tras el primer entrenamiento, Maradona declaró que Mágico tenía mejor técnica que él, que nunca había visto nada igual. Hacía milagros ni antes ni después vistos, como ‘la culebrilla’, algo así como la cola de vaca de Romario pero en el aire, o la forma con que de un solo toque hacía pasar el balón por encima de su propia cabeza y la del rival.

Al frente del grupo iba Nicolau Casaus y como entrenador, Poncini, el segundo de Menotti. El estreno fue ante el Cosmos de Nueva York, donde jugaba Neeskens. Se trataba de una llamada ‘Transatlantic’ Cup, cuyo cuadro completaban el Udinese, cuyo reclamo era Zico, y el Fluminense. Mucha lluvia, menos público y derrota 5-3, los tres de Husillos. El Barcelona empezó muy bien, con excelentes combinaciones entre Maradona y Mágico, pero la lluvia, el césped artificial y el árbitro, muy parcial, consiguieron desanimarles.

Antes de la final de vencidos, el Barça rehúsa un amistoso en Toronto, porque en lugar de los 60.000 dólares que esperaba le querían dar 20.000. Para entonces, Maradona y el Barça estaban hartos el uno del otro y se gestaba su traspaso al Nápoles. En el aburrimiento de la concentración, a Maradona se le ocurrió una trastada: hacer saltar la alarma antiincendios del hotel en plena noche. Todos salieron a la calle menos Mágico González, que se quedó encamado en dulce compañía ocasional. Casaus, ya extrañado de la facilidad para quedarse dormido de aquel hombre (en principio lo atribuyó al ‘jet lag’) informaría de ello a la vuelta. El club, efectivamente, había manejado la tentadora idea de sustituir a Maradona por el Mágico, pero aquella experiencia…

Y eso que marcó en el partido contra el Fluminense (en el que jugaba aquel Romerito al que luego Cruyff haría célebre aquí), que acabó 2-2, con el otro gol a cargo de Estella. También marcó su penalti en la tanda que daría el tercer puesto.

Pero para entonces ya había firmado Venables como entrenador y no quería saber nada de sudamericanos. Ni del Mágico ni de Hugo Sánchez, a quien tenía convencido Gaspart. Así que cuando a la vuelta el Barça devolvió al Mágico, los caístas suspiraron tranquilos. El berrinche vino cuando Irigoyen, harto de sus indisciplinas, lo vendió en el mercado de invierno al Valladolid. Ahí jugaría la segunda mitad de la 84-85, mustio, aterido de frío y con las mismas costumbres noctívagas de su añorada Tacita de Plata. En verano el Valladolid lo devolvió al Cádiz, donde Irigoyen asumió que ni el jugador ni los aficionados soportaban ese divorcio. Aunque durante su ausencia el Cádiz había regresado a Primera, la afición no dejó de extrañarle ni un minuto. Con su definitivo regreso, todo volvió a estar en su sitio.

Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_