De la autoexigencia permanente
El duelo entre el Barcelona y el Madrid fue un punto de inflexión o una certificación de que el fútbol femenino está aquí para quedarse
“More than Empowerment” (Más que empoderamiento) o 91.553, lo que ustedes quieran, pero lo que se vivió en el Camp Nou este pasado miércoles huele a esos momentos calificados como decisivos en una actividad, un negocio, un deporte. Un antes y un después, un punto de inflexión o una certificación de que, si alguien aún no se había enterado, el fútbol femenino está aquí para quedarse. Fíjense que no he hablado del resultado, ya que si bien es verdad que las culés se clasificaron para las semifinales de la Champions, cuarta clasificación seguida, me da que el Real Madrid también salió ganando de esa magnífica fiesta del fútbol, ya que demostró que sigue creciendo y fue elemento necesario para que ese récord de asistencia llegase. Me quedo con esa imagen de Alexia Putellas, capitana del Barça, haciéndose una foto con la jugadora madridista Teresa Abelleira y su familia, con sus camisetas blancas, con una sonrisa y una emoción en los ojos de quienes saben que están viviendo algo histórico.
No sé si alguna vez les he contado que, a mí, el Camp Nou me impresionaba más cuando lo veía vacío que cuando ya estaba lleno, semilleno o casi vacío, que de todos los colores lo he tenido que percibir. Las gradas inmensas y ese mirar casi vertical para ver el cielo me impactaban. Luego, cuando ya entrábamos a jugar salía en mi burbuja de concentración, de atención a los pequeños detalles del calentamiento y ya todo entraba en la vorágine del ruido y la tensión. Pero había partidos en los que el estadio se llenaba de emoción, de vibraciones, de un ruido que impedía poder escuchar a tus compañeros, momentos en los que había que jugar de memoria porque no había forma de hacer llegar consignas a nadie.
En eso pensaba cuando veía a las jugadores barcelonistas y madridistas que descubrían ese escenario tantas veces soñado pero que cuando eres tú la protagonista podía acabar devorando a las artistas al descubrir algo no vivido y para lo que, lo siento, no hay forma de estar preparado. Se descubre cuando sales del túnel de vestuarios, ves ese muro azulgrana enfrente, sales al césped para descubrir, y descubrirte, en esa caldera de sentimientos. No hay tiempo para experimentos, hay que aprender rápido, intentar controlar la ansiedad. Siempre me he preguntado por qué en esos momentos reducen la cantidad de oxígeno en el estadio. En pocos minutos la bola empieza a rodar y el partido comienza. Luego toca coger las medidas al campo, aprender a regular las distancias, porque aunque los terrenos de juego sean iguales, parecidos, las distancias no son las mismas, o las luces son diferentes, o el viento o el no viento... yo qué sé, pero aquello parece más grande que en el entrenamiento de la tarde anterior.
Y así fueron discurriendo los minutos en una ola continua de emociones, con un Real Madrid intenso y determinado a también ser protagonista del evento, goles magníficos (tranquila, Sandra, que un día hablaremos de goles que el Real Madrid marca desde medio campo y compartiremos vivencias) y la fiesta se hizo culé con muchos seguidores, muchas seguidoras que descubrían el Camp Nou en esta ocasión singular y que ya piden sitio para la próxima y muchos que habían estado distanciados del fútbol femenino y vivían el mismo deporte lleno de emociones que en la versión masculina.
El pitido final de Stéphanie Frappart (la UEFA se quiso sumar a fiesta enviando a su mejor árbitra) desencadenó una explosión de felicidad, de alegría desbordada, de conexión y comunicación con la grada y de bombos en el césped para disfrute de jugadoras, técnicos y quien llevase un escudo blaugrana, aunque también me imagino a quienes, justo tras ese mismo pitido, tras escasos 60 segundos de felicidad, comenzaban ya a pensar en el partido contra el Villareal, en la forma de volver a la normalidad después de tamaño maremágnum emocional, pues no hay que olvidar que de esa permanente autoexigencia culé es de donde nace tanta felicidad como la vivida ayer.
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