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Nadal se agiganta hacia la cúspide

El español aplaca la reacción de Berrettini (6-3, 6-2, 3-6 y 6-3) y se sitúa a un solo paso de su 21º grande. Jugará la final contra Medvedev (7-6, 4-6, 6-4 y 6-1 a Tsitsipas)

Nadal celebra el triunfo contra Berrettini, este viernes en la central de Melbourne.Foto: DEAN LEWINS (EFE) | Vídeo: EPV
Alejandro Ciriza

Casi 500 días después, 474 para ser exactos, Rafael Nadal volverá a pelear por un Grand Slam. Después del achuchón sufrido contra Denis Shapovalov tres jornadas atrás, el campeón de 20 grandes encarriló rápido el duelo con Matteo Berrettini y aplacó un arreón final del italiano para acceder a su sexta final en Australia, la 29ª en un gran escenario: 6-3, 6-2, 3-6 y 6-3, en 2h 55m. El rey de la tierra alcanzó las 500 victorias sobre pista dura –solo le anteceden Roger Federer (783), Novak Djokovic (683) y Andre Agassi (592)– y se situó a un solo paso de romper el empate histórico a 20 majors con el suizo y el serbio. Para lograrlo, tan cerca y tan lejos, deberá derrotar en la final del domingo (9.30, Eurosport) a Daniil Medvedev, que batió al griego Stefanos Tsitsipas (7-6(5), 4-6, 6-4 y 6-1, en 2h 30m).

El ruso, número dos del mundo y que ascendería al primer puesto del ranking si logra el título, asoma como una amenaza mayúscula. En septiembre, cuando Djokovic podía completar el Grand Slam en Nueva York, interrumpió la hegemonía del balcánico y conquistó su primer major. Será la segunda final australiana a la que asista, después de ceder la del año pasado precisamente contra Nole y la segunda de altos vuelos contra Nadal. Hace tres años, el mallorquín salió victorioso del pulso en el US Open, pero el cuerpo y la mente del vencedor llegaron al límite: cinco sets, tras 4h 51m.

“Esto significa mucho para mí, es algo completamente inesperado. Vuelvo a divertirme y a sentirme vivo”, expresó Nadal de regreso hacia el capítulo definitivo en Melbourne, donde triunfó en 2009 –en aquel episodio que originó el llanto de impotencia de Federer– y se quedó a las puertas del éxito en cuatro ocasiones: 2012 (Djokovic), 2014 (Wawrinka), 2017 (Federer) y 2019 (Nole). Lo hará el actual número cinco, 35 años y 241 días, con el cuarto registro de veteranía en el grande oceánico tras los de Ken Rosewall (37 y 62 en 1972), Mal Anderson (37 y 306 ese mismo año) y Federer (36 y 173 en 2018).

Había jugado Nadal de día y de noche, pero todavía no bajo techo. Chuzos de punta sobre Melbourne, cubierta cerrada y, a priori, un preámbulo poco deseado para el balear, puesto que bajo ese formato la bola pesa más y pica menos. Es decir, en esas circunstancias el saque y la derecha plana del italiano podían hacer aún más daño. En cualquier caso, el español lo tenía meridianamente claro: objetivo, pulverizar el revés de Berrettini, punto débil del romano. El número siete no se encontraba ni tampoco le dejaba Nadal, como si hubiera puesto tarde el despertador. Entró frío y agarrotado al partido, y la consecuencia fue letal, porque en un abrir y cerrar de ojos el balear ya le había roto el saque y se había adjudicado el primer parcial.

Repuesto del embate físico que sufrió en los cuartos, cuando sufrió un golpe de calor contra Denis Shapovalov, se desplazó con brío, fresco de piernas y a partir de ahí comenzó a conectar un golpe tras otro en dirección al reverso del rival, sin miramientos. Uno tras otro, como un Kalashnikov. Erre que erre, castigando el déficit y engrasando bien el drive. Se adueñó de la pista, ejerció y percutió. Al cierre de la primera manga, Berrettini ya había incurrido en 14 errores y torcido demasiado el gesto. Desprendió el italiano la sensación de haber salido a la pista derrotado de antemano, desbordado por las dudas, sin herramientas para contrarrestar y sumamente frágil en los peloteos. Nadal, buen sabueso, olfateó esas vacilaciones y se lo merendó.

Conforme avanza rondas y divisa el éxito, el español suele redimensionarse. De menos a más en el torneo, cada vez más reconocible y superado el agónico test de la estación anterior, multiplicó las prestaciones frente a un adversario que pese a haberse asentado en la zona noble del circuito, todavía compite varios escalones por debajo de alternativas más consistentes como las de Medvedev o Alexander Zverev, incluso del griego Tsitsipas. Impresiona su pegada, pero la tara del revés se acentúa cuando desde el otro lado se propone una bola enroscada como la de Nadal, que partió el segundo set con otro break –dos dentelladas en las dos primeras opciones del duelo– y disfrutó generando efectos y construyendo los puntos.

Bajón físico y reacción... controlada

Estratega consumado, ensanchó la pista y abrió ángulos con la derecha y el revés, tic-tac, arrinconando a Berrettini e impidiéndole que pudiera reengancharse con su golpe maestro. Escorado, forzado y angustiado, descolocado, el romano resoplaba y miraba al infinito, se le caían las bolas antes de servir. Demasiada zozobra dentro de esa cabeza. Demasiado cómodo el escenario para el mallorquín, que en otro santiamén ya había planteado un 4-0 y sellado del segundo set de forma categórica. En ese instante, el contador de fallos de Berrettini registraba 24, mientras que el de Nadal marcaba una nimiedad: 7. Ni una sola vez había abierto la puerta el de Manacor, llegados a ese punto. Ni un solo segundo de respiro tenía el rival.

Superada la franja de adaptación (Marcos Giron (66º) y Yannick Hanfmann (126º), con buena nota los repechos posteriores (Karen Khachanov (30º) y Adrian Mannarino (69º) y también el sufrido desnivel (Denis Shapovalov (14º) que precedía a las rampas finales, Nadal terminó de calibrarse en la penúltima ascensión. Y lo hizo, cómo no, con la pátina de emoción que define su carrera. Justo de físico, tuvo que apretar los dientes y arremangarse.

“Ha habido momentos muy altos de juego en el primer y segundo set, porque estaba con la adrenalina muy alta”, explicó en la sala de conferencias. “Pero luego, como es normal porque llevo pocos entrenamientos, me he ido cansando y me ha costado mantener ese nivel de intensidad. No estoy acostumbrado a este ritmo. Había que resistir como fuera y al final he cambiado un poco la táctica, el aspecto visual de su juego y ha salido bien”, valoró.

Aparentemente entregado, Berrettini –de 25 años y finalista el curso pasado en Wimbledon– se revolvió en la recta final. El primer top-10 con el que se topaba el español desde junio detuvo la sangría, se recompuso y contragolpeó. Lo hizo, eso sí, cuando ya se sabía perdido. La insurgencia duró poco. Arañó un set, pero de la misma forma que se levantó se deshizo. Más fuegos artificiales que otra cosa. Rebeldía efímera. Tras enlazar cuatro turnos de servicio en blanco, salvó una opción de rotura en el octavo juego, resistiendo a un soberbio intercambio de 23 tiros, pero a continuación volvió a patinar y concedió la rotura definitiva. Al final, un revés a la red finiquitó su recorrido.

Sintiendo la bola, profundizando en los paralelos y sin señal alguna de molestias en el maltrecho pie izquierdo, tácticamente perfecto, Nadal lo mantuvo a raya. Degustó el cruce el manacorí, campeón en 2009, y se adentró en su sexta final australiana exhibiéndose, enviando el mensaje de que él ya está ahí, a punto, con el dedo en el gatillo y con los biorritmos competitivos definitivamente a su debido nivel. Nunca había estado tan cerca de liderar la gran carrera a tres bandas, del sorpasso a la historia. Le falta solo el golpe de gracia, un solo paso. El último peldaño, un mundo por delante.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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