Clásico en obras
El Madrid se siente mejor, con armas suficientes para partir como favorito en el Camp Nou. El Barça mira al futuro
“Es lo que hay...”. La decadencia ronda a la Liga y el clásico es el acontecimiento que hace más visible las costuras. El contraste es brutal porque este partido fue, durante años, el espectáculo futbolístico más apasionante del mundo. Era imposible ver mejores futbolistas y más expectativa internacional. Al atenuarse la autoridad que los dos equipos mostraban en la Champions, el partido perdió poder; el afán de supervivencia se fue encargando de desplazar a la satisfacción artística y, sin Cristiano ni Messi, la fiera perdió el hambre y hasta los colmillos. Queda el honor, que es un componente menos físico, más local, concentrado sobre todo en aquellos que han diluido el escudo en su torrente sanguíneo. Los viejos hinchas de toda la vida. Es como si el clásico hubiera perdido por el camino todo el brillo que necesita el departamento de marketing. Normal, si no hay una promesa de gran juego, el fútbol tiene poco que venderle a los neutrales.
Favorito en tierra minada. No son decadencias simétricas. El Madrid se siente mejor. La defensa está en construcción, pero el centro del campo tiene el aplomo que dan la experiencia, la categoría y la complementariedad. Casemiro tiene un control casi policial en el cruce de caminos del centro del campo, Kroos hace de clarificador despejando el juego de toda confusión con cada toque, y Modric es el ciudadano Stajánov trabajando y un artista jugando. Todos maduros, pero aún vigentes. Arriba Vinicius tiene, como siempre, el espíritu entusiasta del que mira la portería sin reparar en los obstáculos y ve la portería del tamaño de un arcoíris. Benzema, por su parte, parece haber encontrado la piedra filosofal del fútbol, que es grande y redonda como el Balón de oro. En la carrera por el puesto que hay en la banda derecha, está semana lleva la delantera Rodrygo. Armas suficientes para que el equipo parta como favorito en el Nou Camp.
Quizás, quizás, quizás… En el Barça, el futuro tiene nombres propios: Ansu Fati, Pedri, Gavi, Nico, Araujo, Mingueza y compañía. Talentos prometedores y algunos auténticos pichones de crack. Pero los que en estos momentos mantienen firme el palito para que no se derrumbe la carpa son Piqué y Busquets, próceres investidos del poder de aquellos días de gloria. Claro que hay más jugadores de categoría, Ter Stegen es completísimo y Frenkie de Jong llegó para fortalecer el estilo y la competitividad, pero son jugadores que están viendo devaluadas sus influencias porque protagonizaron más derrotas que triunfos. Perder opaca. Luego están los carísimos Dembélé y Coutinho, con un aire melancólico desde el que es imposible revitalizar a un enfermo. Estamos a la espera de ver cómo mezclan Memphis y el Kun, un complemento goleador que puede disparar el ánimo general. Pero hoy, en el Barça, todo se queda en un quizás.
Arriba ese ánimo. Pero la decadencia es un sentimiento que también se vence con ilusión, y en el Madrid se ve, más o menos cercano, un estadio nuevo y Mbappé como posibilidad. Aunque la visión de futuro no juegue el partido de mañana, las aspiraciones influyen de una manera positiva en el ánimo institucional y en el afán de los jugadores. Es el poder de los sueños, que conviene no olvidar, y el de Florentino, que es poder de 18 quilates. En el Barça la ilusión parece estar concentrada en el optimismo de acero de Laporta. Acero que funden las noticias económicas que asolan al club cada día. El desafecto de la gente, que no llena el estadio ni a palos, también parece alejar la esperanza de recuperación del club. Buena pregunta para terminar: ¿se llenará el Nou Camp mañana? Habrá que ver cuántos suman los que aman al Barça más los que odian al Madrid.
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