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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Luis Enrique ‘juega’ el partido

Imaginar el encuentro ideal puede ser un disfrute o una tortura para un seleccionador, pero se lo queda para él

Luis Enrique
Luis Enrique celebra la victoria ante Italia en la Liga de las Naciones.Iacobucci Marco/IPA/ABACA (GTRES)
Andoni Zubizarreta

Le confesaba Dino Zoff a Enrique Ortego en su entrevista del pasado martes que la mejor etapa de su vida era la de jugador antes que las de entrenador y dirigente. Tanto por una razón obvia, la edad, como por las satisfacciones personales generadas. También ratificaba Zoff a su (nuestro) amigo Iribar cuando decía Ángel que a los porteros se les ha olvidado blocar los balones. Y si los dioses de la portería lo dicen, eso exige que un día le dedique un ratito a comentar este asunto con todos ustedes. Apuntado queda.

Las declaraciones de Zoff me recordaban a José Antonio Camacho, que siendo ya seleccionador de España me contaba que ese trabajo estaba muy bien, que disfrutaba como un enano con las sesiones de entrenamiento, la preparación del partido, de la tensión de los momentos complicados, pero que cuando llegaba la hora de entrar en el campo, el momento cumbre del asunto fútbol, es decir, jugar, entonces se quedaba frustrado a un metro de la línea de juego… pero por fuera. Y es que a José, como a todos nosotros, bueno, no a todos pero a casi todos, lo que nos gusta es jugar.

Contaba también Zoff que ya no sueña con fútbol y que es mejor porque solo soñaba con vivencias poco simpáticas. Y ahí —tengo que consultar con Iribar este asunto—, también me sentía identificado con mis noches interminables en las que busco los guantes de forma compulsiva sin encontrarlos al mismo tiempo que el árbitro va a dar comienzo al partido. Y los guantes sin aparecer.

En todo eso pensaba mientras veía jugar a España en el mítico San Siro observando a Luis Enrique mandar desde la banda, impecable en su vestimenta sport, intentando jugar el partido, y creí suponer que lo siguiente a jugar debe ser entrenar, preparar, dirigir un equipo. Pensar en el rival, tal vez en un rival que te ha eliminado hace unos meses en semifinales y que te obliga a analizar cada detalle, cada espacio, cada trampa de su juego imaginando junto a tu grupo de trabajo cómo contrarrestar todo eso, cómo ponerles en dificultad, cómo disimular tus defectos que ellos supieron aprovechar para que ahora sean virtudes y los agujeros aparezcan en su formación y los espacios a aprovechar sean ahora los nuestros. Decía hace unos días Didier Deschamps que ya sabía cómo le gustaría jugarle a Bélgica y con qué alineación inicial, pero que lo que no sabía es si los jugadores que imaginaba iban a estar disponibles el día del partido.

Porque esa es otra, sabes cómo quieres jugar, o mejor, cómo querrías jugar y hasta imaginas con quiénes lo quieres hacer, pero una lesión de última hora, una baja física, cambia el libreto y debes buscar, generar, establecer otra solución que será parecida pero nunca igual.

O sea que al disfrute, o la tortura, de imaginar el partido ideal le añades que como eres seleccionador puedes elegir a los que mejor crees que se adaptan a tu plan de juego. Y como no vas a ser tan naif de desvelar a nadie de fuera cuál es tu plan, tu esquema y tu idea, no vaya a ser que tus rivales se enteren, todo ello te queda dentro, inexplicado.

Y, me imagino, que hay noches en las que tras tomar decisiones imaginativas y diferentes, cuando ves que el plan sale a la perfección, que los jugadores disfrutan del juego y que el resultado llega, esas noches deben saber a gloria aunque por la mañana se active el modo final y ya, unas horas después, la sonrisa se borra y vuelta a empezar. Y a por ellos.

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