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“¡Qué cuestas! Es aterrador”

En 1910, varios ciclistas acudieron a los Pirineos a ensayar las etapas montañosas un mes antes del Tour

Jon Rivas
François Faber, en la ascensión a la cota de Picardie, durante el Tour de 1910.
François Faber, en la ascensión a la cota de Picardie, durante el Tour de 1910.

Preparar el Tour es cosa seria. Los campeones no lo dejan al albur de las circunstancias. Cuando llegan a la salida de la primera etapa tienen la carrera en la cabeza. Sus preparadores trabajan con una amplia documentación, pero una de las actividades más habituales es la de, meses o semanas antes, preparar el terreno y visitar las cimas de los Alpes o los Pirineos por las que tendrán que circular en junio o julio.

Son los tiempos modernos del ciclismo. O no tanto. En 1910, el primer año en el que el Tour atravesó los Pirineos, los ciclistas ya los visitaron un mes antes para reconocer el terreno. El equipo Alcyon-Dunlop, además del campeón del equipo La Française, Emile Georget, y Lucien Mazan, Petit-Breton, acudieron a reconocer in situ las jornadas en la cordillera pirenaica.

El director del equipo, Alphonse Baugé, lo relataba en L’Auto en una carta fechada en Bagneres de Luchon el 19 de junio: “¿Conoces esa vieja canción que dice que los Pirineos son nuestros amores? Aseguro que nuestros ciclistas no la van a cantar. ¡Ay, amigo!, ¿dónde diablos nos lleva el señor Desgrange? En verdad da miedo, y estoy convencido de que un ciclista profesional nunca se ha moldeado en carreteras similares”.

Baugé se mostraba espantado por el recorrido: “¡Qué cuestas, y sobre todo, qué bajadas! Este hermoso círculo de la muerte es una avalancha de frenos rotos, de llantas que estallan a través de los pedernales. En dos palabras: es aterrador, y parece que la etapa Luchon-Bayona es peor”.

Los expedicionarios completaron la primera etapa pirenaica entre Perpignan y Bagneres de Luchon en dos jornadas, con parada en Foix. Convenía Baugé en que los mejores pasarían las montañas, pero “¿qué será de los desfavorecidos? Los que lleguen a Bayona serán héroes, pero alcanzar Luchon ya será una proeza”.

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La carta de Baugé explicaba que al día siguiente ascenderían el Tourmalet. “A Faber le gustaría que nos detuviéramos en la cima tres o cuatro días, para poder descender y escalarlo tres o cuatro veces cada 24 horas”, decía, pero las optimistas previsiones se vinieron abajo en cuanto toparon con las paredes del coloso. Escribía el director deportivo: “Necesitaría 10 páginas para contaros el calvario de los 13 corredores que ascendieron”. Eran seis del equipo Alcyon, cinco del Legnano y dos corredores independientes. Trousselier se cayó a un torrente, Cadolle tuvo una caída que pudo ser grave, tras resbalarse con la nieve. Por fortuna, tres carreteros se encargaron de guiarlos hacia la montaña. Sin este encuentro fortuito, se habrían visto obligados a volver a Sainte-Marie-de-Campan. “La carretera no existía, estaba cubierta de nieve, y después de un ascenso penoso, afrontaron un descenso con el peligro de la nieve. Tardaron cuatro horas en 13 kilómetros”.

En julio las condiciones fueron más benignas. Aún así, el ciclista Octave Lapize les gritó a los organizadores “¡Sois unos asesinos!”, en la cima del Aubisque.

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