_
_
_
_

Gloria y miseria del farolillo rojo

Matignon ganó en el Puy de Dôme en 1969, cuando ser el último de la general tenía ventajas económicas

Pierre Matignon se suelta los rastrales tras atravesar en cabeza la meta del Puy de Dôme.
Pierre Matignon se suelta los rastrales tras atravesar en cabeza la meta del Puy de Dôme.
Jon Rivas

Matignon ganó dos días antes de que el hombre llegara a la Luna un 20 de julio de 1969. En Francia también hay una luna, y se llama Puy de Dôme, un volcán apagado hace 8.000 años en la Auvernia, cerca de Clermont-Ferrand, la cuna de Edouard Michelin, el inventor del neumático desmontable para las bicicletas, creador del emporio de las ruedas, de las guías gastronómicas y el muñeco Bibendum, símbolo de la marca.

Matignon ganó en el Puy de Dôme y nadie se lo esperaba, porque era el farolillo rojo de la general del Tour y no llevaba una buena semana. Eddy Merckx le llevaba más de tres horas de ventaja, le habían sancionado con 15 minutos por dar positivo en un control antidopaje, que en 1969 se castigaba con laxitud, y su situación no tenía visos de cambiar, pero fue a peor con su victoria de etapa. El farolillo rojo tenía una ventaja, por la que los ciclistas menos dotados peleaban. A veces, cuando su situación clasificatoria era muy mala, se dejaban ir, perdían minutos aposta para ocupar el último lugar de la lista, siempre con el cuidado de no caer fuera de control. ¿La razón? A los mejor clasificados les llovían los contratos para los critériums que se celebraban al acabar la carrera. Se pagaban grandes cantidades en las pruebas de exhibición que se disputaban en Francia, Bélgica y Holanda. Muchos campeones obtenían mayores ingresos en esas pruebas, donde el contrato era individual, que por ganar el Tour, en el que las ganancias se repartían entre todos los corredores del equipo. Pero los organizadores de los critériums también solían contratar al farolillo rojo. El último clasificado era una atracción que no cobraba tanto como el ganador, pero se llevaba una buena cantidad. La única condición era saber estar en su sitio, sin querer deslucir la actuación del líder. Un último puesto del Tour eran muchos francos.

Pero Pierre Matignon, dorsal número 88, clasificado en el puesto 86º, se lio la manta a la cabeza camino del Puy de Dôme, el 18 de julio de 1969. “Me sentía ridículo, quería que mi nombre apareciera en el comunicado de prensa de la carrera al menos una vez”, explicaba. “Me sentía milagrosamente bien después de tantos días de fatiga, y quería figurar en un ataque”, agregaba. “Puedo decirlo con franqueza, no tenía nada planeado, pero subí bien el alto de Chavanon y me dije que había llegado el momento de aprovechar la oportunidad”.

Estuvo escapado 60 kilómetros, y cuando comenzó el ascenso de 6.000 metros, llevaba siete minutos de ventaja al pelotón. Corría en el Frimatic-Viva-De Gribaldy, propiedad de un antiguo ciclista, el vizconde De Gribaldy, que ponía el dinero de su inmensa fortuna para financiar al equipo. El mecánico se mofó de Matignon cuando pinchó, antes de la escapada. Con tono burlón le dijo: “Te pongo una de las ruedas buenas, pero tienes que ganar la etapa”. Ascendía por las interminables cuestas del volcán, iba perdiendo tiempo. Por detrás, el Caníbal Eddy Merckx se comía los kilómetros, implacable, pero Matignon aguantó. Llegó a la meta con 1m25s de ventaja, ganó la etapa, pero perdió los critériums. Diez minutos más tarde entró Wilhelm, otro francés, nuevo farolillo rojo, así llegaría a París para firmar los contratos que se le escaparon a Matignon por ganar dos días antes de que el hombre llegara a la Luna.

Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_