No era el raro, era el mejor
Jon Rahm sabía lo que quería. Era el que tenía más ganas de comerse el mundo
Han pasado muchos años desde que Jon Rahm llegó a mi escuela junto a su madre para comenzar a entrenarse y desde entonces no ha dejado de sorprenderme. Pronto descubrí a un niño con una memoria golfística prodigiosa, con unas enormes capacidades para leer las caídas de los greens y con una determinación que cuando me miró a los ojos y me dijo que sería el número uno del mundo no tuve otra opción que creerle. Tan helado que se lo conté a mi mujer cuando llegué a casa. Y ahora, promesa cumplida.
El mejor de la clasificación mundial y un US Open que no había conseguido nunca un golfista español pueden hacer pensar que Jon Rahm ha llegado a lo más alto, pero estoy convencido de que tiene todavía mucho golf dentro y que nos va a sorprender muchísimo en los próximos años. Después de desearlo con tanta fuerza, Jon ha abierto la lata, se ha sacudido la presión que él mismo se imponía de ganar un grande y ahora estará más liberado para futuras competiciones y para luchar por éxitos como este. Él sabía que en su interior latía el ganador de un grande, y ha ido madurando hasta que lo ha conseguido. Rahm se ve grande a sí mismo y eso es parte de su fortaleza y del factor que lo diferencia de otros jugadores, como en ese duelo con Oosthuizen.
En un US Open que suele comerse a los golfistas, ha sido un ejemplo de regularidad en las estadísticas de calles y greens mientras el resto de competidores iban cayendo. Y no cualquiera, sino que competía con algunos de los mejores jugadores del mundo: DeChambeau, Morikawa, McIlroy... En medio de la tormenta, Jon mantuvo la calma en un campo que como él dice le da buen karma porque de alguna forma le recuerda sus inicios en Larrabea por el tipo de hierba y el clima.
Tranquilidad y pasión, hielo y fuego. Jon ha conseguido la combinación exacta sin perder un carácter que ha de mantener porque es parte de sí mismo y de su personalidad como jugador. Nunca ha querido cambiar ni ha de hacerlo porque sería un jugador diferente.
Recuerdo a Jon cuando tenía 14 y 15 años. Un chico explosivo, con ganas. Jamás se me olvidará esa época y estoy seguro de que a él tampoco. Ya era diferente a todos los demás. Pudiera parecer que él era el raro, pero en el fondo era el más maduro, el que sabía lo que quería, el que tenía más determinación, más ganas de comerse el mundo. Mi padre me decía: “Hijo, si quieres triunfar, tienes que desayunar, comer y cenar golf”. Nunca tuve que decirle eso a Jon. Él desayunaba, comía y cenaba golf cada día, y sé que ahora sigue haciéndolo.
Recuerdo por ejemplo que en una ocasión me traía un vídeo de Seve y quería aprender cómo sacaba Ballesteros la bola del búnker, o empezaba a hablar de la Copa Ryder y se conocía a todos los jugadores y lo que habían hecho. También detalles de los campos que a mí como profesor se me pasaban. En un British amateur nos pasamos 10 horas en el campo. Cuando acabamos de competir, empezó a hablarme de una caída en el green del hoyo seis y de cómo podía jugar ese golpe... y yo la verdad es que ni podía pensar en cómo era el hoyo en sí.
Siempre le puse retos y siempre los fue superando hasta que voló más lejos que nadie. Si le decía que practicara 100 putts, hacía 850. Siempre me sorprendió lo claro que lo tenía todo. Lo sigue haciendo aunque ya no sea ese niño que llegó a mi escuela, sino el campeón del US Open.
Autor
Eduardo Celles fue entrenador de Jon Rahm y dirige la Escuela de Golf Celles y la Escuela de la Real Sociedad de Golf de Neguri.
Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.