La doble derrota de Guardiola
A veces irrita más el ‘guardiolismo’ generado como una religión futbolística y moralizadora que el mismo Pep
Nadie del Manchester City tiene dudas a pesar de perder la final de la Champions contra el Chelsea. “Insistiremos en la idea”, coinciden los ejecutivos y técnicos que trabajan con Pep Guardiola, piedra filosofal del Etihad Stadium. Habrá cambios en la plantilla, bajas como las del Kun Agüero, ya jugador del Barça, y posibles fichajes, pocos tan deseados como el de Harry Kane, el delantero centro del Tottenham, y el de Jack Grealish, el centrocampista ofensivo y capitán del Aston Villa. Las altas y bajas dependen siempre de las intenciones futbolísticas del entrenador que ha renovado su contrato hasta el 2023. La evolución futbolística del equipo está en manos de Guardiola y de su capacidad para generar expectativas que giran más alrededor de su creatividad que de un sistema o esquema, protagonista como acostumbra a ser el técnico, sobre todo en la temporada 2020-2021.
La trayectoria del curso constata que el City es un equipo de autor: Guardiola supo corregir y evolucionar el juego hasta llegar a la final europea después de ganar la Premier. El último tramo del campeonato inglés fue tan exitoso como difícil resultó el inicio; la estabilidad llegó después de que el técnico decidiera en noviembre que continuaría más años en Mánchester (2016-2023) que en el banquillo del Camp Nou (2008-2012). La brillante remontada provocó que el City fuera considerado como el favorito para ganar también la Copa de Europa. ¿Qué pasó entonces en Portugal? Podría ser que el ingenio de Guardiola acabara por sorprender a su propio equipo antes que al Chelsea. Los críticos acusan precisamente al entrenador de ser demasiado intervencionista –ha habido incluso quien le ha acusado de inventar fórmulas para perder— como habría pasado en Oporto.
Guardiola confundió aparentemente a sus propios futbolistas y seguidores cuando se supo que en la alineación figuraba Sterling y no Rodri o Fernandinho, los dos mediocentros que se habían alternado en los partidos del City. Jugar sin un volante central defensivo y también sin un delantero centro clásico no era una apuesta convencional, por más que ya hubiera ganado la Liga sin un 9 clásico y goleador como se estila en la Premier. Los jugadores se extrañaron en el campo y el equipo no encontraba el hilo del partido mientras que el Chelsea se sentía cómodo, fuerte, seguro, impenetrable defensivamente, imponente en los bloqueos y vertical en ataque, como se pudo ver en el gol de Havertz. Fernandinho entró cuando el marcador ya era de 0-1 y no hay nada peor que conceder el primer gol al Chelsea. El City llegó tarde y no pudo corregirse, perjudicado además por la lesión de De Bruyne.
No se consideró una buena solución alinear a Gündogan como pivote para generar más juego, tener una mayor fluidez, velocidad y precisión, una manera de superar al fútbol físico del Chelsea de Kanté. El City apenas pudo chutar a la portería de Mendy, que inició la jugada del gol, acción que reivindica el juego de pies del portero, uno de los mandamientos del libro de estilo de Guardiola. El técnico perdió su tercer partido en dos meses contra el conjunto de Tuchel. Nada parecía más razonable que buscar un remedio para evitar caer por tercera vez sin renunciar a la esencia y seguir siendo fiel al ideario en el caso de Guardiola. Al entrenador catalán, de todas maneras, se le reprocha que le dé demasiadas vueltas a las cosas, como si necesitara llenar su cabeza de la mejor inventiva para tenerlo todo controlado, y al final perdiera naturalidad e hiciera mejor al rival, y más en la Champions.
Ya pasó la temporada pasada contra el Lyon o en las tres rondas que jugó con el Bayern ante el Barça, Madrid y Atlético. No se descarta que conocer tanto a los cuatro rivales jugara en contra de Guardiola. A diferencia de la Liga, su torneo por excelencia y el que marca el método ganador, las derrotas no se pueden enmendar en las eliminatorias directas [ha ganado 31 títulos y perdido cinco finales: tres de la Supercopa alemana, una de Copa contra el Madrid y la de Champions]. Europa penaliza al técnico desde que salió del Barça, campeón en Roma y Wembley cuando reinaban Xavi, Iniesta y Messi, las figuras azulgrana en el Balón de Oro. El debate no se reabrirá hasta que regrese la competición y, si procede, se produzca una derrota para analizar, de manera que, mientras tanto, es de suponer que volverá la rutina y por tanto la regularidad y fiabilidad del equipo en el día a día de la competición en Inglaterra.
Y es que no se discute la maestría de Guardiola, su influencia en el fútbol, tanto en la Liga como en la Bundesliga y la Premier, y también su ascendente sobre técnicos como Tuchel. El entrenador alemán no ha parado de escrutar al catalán desde que quiso conocerle en Múnich. Y a Guardiola le encanta compartir y socializar sus conocimientos, aplaudir a los rivales que juegan bien y asumir la derrota con deportividad y elegancia cuando procede, como pasó en Oporto cuando se colgó y besó la medalla de subcampeón de Europa. La carga simbólica que lleva encima, significado por su compromiso futbolístico, social y político -por las causas que defiende— provoca que ganar a Guardiola tenga un significado especial: hay muchos críticos a los que irrita más el guardiolismo generado como una religión futbolística y moralizadora alrededor del técnico que el mismo Pep.
Ya se sabe que las derrotas de Guardiola unen incluso a una parte de la afición del Madrid con otra del Barça. El técnico del City, en cualquier caso, no parece que invente en partidos como el de Oporto por la presión, por esnobismo o para hacer la puñeta sino que forma parte de un proceso de aprendizaje y formación constantes que exigen arriesgar en las situaciones de mayor peligro, ninguna como las que se dan en la Champions.
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