Neymar rinde al Bayern
Dirigido por el brasileño, el PSG alcanza las semifinales tras abrumar al vigente campeón, que ganó el partido pero no consiguió recuperarse del 2-3 de la ida
El Paris Saint-Germain de los cataríes tuvo que completar su obra más espectacular para eliminar al campeón vigente. Pudo meter cinco goles si hubiera concretado la mitad de las ocasiones que generó, algunas después de jugadas espléndidas, la clase de acciones que siempre se esperaron de su colección de futbolistas pero que rara vez se produjeron. El PSG perdió por accidente, del mismo modo que ganó la ida. Se clasificó para semifinales gracias a Neymar, autor del mejor partido de su carrera en Francia, aglutinador de su equipo, dueño de los hilos que rigieron una eliminatoria colosal.
El Bayern ha presentado varios equipos mejores que este. Por categoría, por inventiva, la versión que conquistó todos los campeonatos en disputa en Europa en el año de la peste, se inscribe entre las más limitadas de las más laureadas en la historia del club bávaro. Paradojas de la pandemia. Si a ese conjunto se le resta Thiago Alcántara, su mejor volante, y Lewandowski, su goleador, el resultante es un equipo despojado de todas las armas que tradicionalmente inclinaron los choques de la vieja Copa de Europa. Fue ese equipo mermado el que acudió al Parque de los Príncipes a revertir el 2-3 de la ida y el partido que produjo destiló la esencia de su gloria. Si este Bayern se distingue por algo es por la solidaridad infinita que convierte a sus muchachos en un tormento para todos sus rivales.
Kimmich proclamó esa fe que les empuja a cruzar desiertos. “Vamos a eliminar al PSG”, dijo antes de viajar a París. El capitán orientó las primeras maniobras del partido en una presión multitudinaria y exhaustiva sobre el campo francés. Hubo una cuota importante de imprudencia en un avance que, en caso de fallo, exponía a toda la falange a la velocidad de los fabulosos atacantes azules. Durante los primeros minutos se produjo una trabazón táctica. Una sucesión de lances individuales en torno al área de Keylor. Vigilantes contra evasores, hombre contra hombre. Los invasores luchaban por imponer su presión adelantada, los locales por salir con la pelota dominada, como les había pedido Pochettino. Las marcas ahogaban. No había por dónde moverse. Kimmich y Alaba no dejaban respirar a Neymar, fijado en el plan del Bayern como el hombre que movía la máquina, cuando surgieron los actores secundarios. Dagba, De María, Draxler, Danilo o Paredes se armaron de coraje para conectar pases hacia la salida del embudo. No regalaron ni una pelota.
Conscientes de que sin el liderazgo de Marquinhos —lesionado— no podrían resistir encerrados en la barraca, los jugadores del PSG dieron un paso al frente y el partido adquirió dimensiones épicas. Poco a poco, según se agotaban las piernas de Müller y Kimmich, los lazos sobre Neymar se aflojaron y el brasileño sintió que había llegado su momento. Con la diestra, con la zurda, conduciendo, pasando, driblando, con bicicletas o colas de vaca, por la vía recta y por el camino engañoso que discurre entre la frivolidad y la saña, sus gotas mágicas impregnaron a todos sus compañeros y erosionaron la voluntad del Bayern. Cuando Di María sumó su pie izquierdo a la mezcla, el PSG se desmelenó.
La marea llegó al cuello de Neuer. El meta hizo la primera parada tras un desborde de Mbappé y un tiro de Neymar. Continuó por desbaratar un contragolpe articulado por Di María que lanzó a Mbappé para que superara a Davies y asistiera a Neymar. Otra vez solo ante el más brillante de los ejecutores, paró Neuer. El portero alemán, que en los minutos siguientes sacó un tiro del brasileño al primer palo, protagonizó una actuación prodigiosa con la ayuda de la madera. Los postes repelieron dos tiros más de Neymar.
Parecía aturdido el Bayern cuando Alaba pidió la pelota en el carril del diez. A falta de mediapuntas ingeniosos, el Bayern tiene defensas geniales y el austriaco, que jugó de mediocentro, se aventuró al ataque antes del descanso, cuando más sufría su equipo. Asociado a Coman desbordó a Danilo y remató con el alma. Keylor desvió el disparo. La pelota rebotó hacia arriba y en el duelo aéreo con Kimpembe se impuso Choupo-Moting. Fue el típico gol trastero de este extraño campeón de todo en la era de los estadios vacíos.
Lanzado a culminar la remontada, el Bayern se dejó hasta el último aliento. Percutió a base de tesón, colgó centros, remató en montonera y se replegó en agonía para mantener su arco imbatido según se consumían los minutos de la segunda mitad entre zarpazos de Mbappé —le anularon un gol por fuera de juego— y llegadas de Neymar hasta la raya de gol que, para estupor de todos menos de Neuer, siempre impasible, no se sustanciaban en nada.
El Bayern puso el esfuerzo. No tiene más. La poesía fue cosa de este proteico PSG de Neymar y Mbappé obligado a realizar el partido más completo que se le recuerda.
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