Mo Salah, fabricante de espacios vacíos
Juanma Lillo, mano derecha de Guardiola en el City, señala que el secreto del goleador del Liverpool reside en sus maniobras de distracción
Dice Pep Guardiola que Juanma Lillo tiene un don para descubrir dimensiones ocultas en la maraña coreográfica que componen las 44 piernas de los futbolistas implicados en un partido de fútbol. “Ve cosas que nadie ve”, dice el entrenador del Manchester City de su ayudante de campo. Hace un año, antes de enrolarse en la aventura de la Premier, al técnico tolosarra le preguntaron por Mohamed Salah.
“Si el lateral contrario sale y se producen espacios, Salah se hincha”, explicó. “Dicen que es rápido. Lo que tiene es un maravilloso sentido de la ocupación del espacio en el momento oportuno. Porque ha sabido abandonarlo previamente. Ahí está la clave. La clave es abandonar previamente el sitio donde tú quieres ser mejor que el rival; que dejes un hueco deliberadamente sin ocupar. ¡Porque como tengas prisa por ocuparlo ya colocas al contrario! Eso Salah lo hace muy bien. Y como llegues tarde, más vale que lo dejes tranquilo y no te acerques mucho a él [para robarle la pelota] porque como te acerques te borra. Y si lo dejas recibir y hay espacios, te encara y la mete dos metros a tu espalda, arranca y no lo pillas. Es muy complicado de marcar porque tiene mucha riqueza conceptual”.
La primera vez que Salah se enfrentó al Madrid tenía 23 años. Fue en los octavos de final de la Champions de 2016. Jugaba en la Roma, pedía balones al pie, y se giraba a una velocidad asombrosa para conducir en carrera demostrando un amplio repertorio de amagues, fintas y recortes. Partía como extremo por la derecha, a pierna cambiada, y por más que Marcelo le ignoró durante buena parte de los 180 minutos del cruce, no consiguió superar los obstáculos que encontró más adelante. Cuando burló a Ramos y a Pepe, llegó al mano a mano con Keylor Navas agotado. Cinco años después, Salah se mide al Madrid por cuarta vez en Champions. Esta vez, sin embargo, domina mucho más que el dribling.
Con la Roma metía un promedio de un gol cada tres partidos y con el Liverpool anota un gol cada dos. No porque ahora tenga más puntería sino porque cuando llega al remate lo hace con más tiempo para decidir. Salah pasó de desequilibrar con la conducción a hacerlo mediante el desmarque y la asociación, dos herramientas que le permiten alcanzar el área con el paisaje menos poblado de rivales.
Si Mané sube arrastrando marcadores, él da diez pasos hacia atrás; si el lateral Alexander Arnold reciben la pelota, él finge que va a buscar el pase de cara y, de repente, se revuelve para atacar la espalda de su marcador porque sabe que allí le tirarán la pelota. Su abanico de engaños es interminable y Klopp ha diseñado un catálogo de jugadas para que todos —desde el portero Alisson al nueve Firmino— le lancen balones a espacios desocupados que él se fabrica con antelación. Los partidos de Salah son largas travesías: de la banda al área, del área al mediocampo, y del medio a la banda, periódicamente girando el cuello para formarse un cuadro con la posición de sus marcadores, medir las distancias y calcular los tiempos. Vive con la barba sobre los hombros y últimamente lo hace bajo la peor presión que puede soportar un jugador: la que le imprimen sus propios compañeros.
Exportador de jazmín
El vestuario del Liverpool se ha tensado por los celos. Mané y Firmino encabezan la facción que observa a Salah —el mejor pagado de la plantilla con más de 12 millones de euros anuales— como un privilegiado que se aprovecha del extenuante trabajo colectivo que hacen todos para recuperar la pelota tras la pérdida. Consciente de que genera malestar, Salah da señales de hastío. Nacido en una familia acomodada de exportadores de jazmín del delta del Nilo, a sus 28 años, no parece dispuesto a pasar malos ratos. En Inglaterra señalan que las entrevistas que ha concedido a los diarios As y Marca en los últimos meses son un indicio más de que busca destino para firmar el último gran contrato de su carrera. Un agente británico asegura que si Salah —que acaba su relación con el Liverpool en 2023— no fue vendido en 2020 fue porque la pandemia deprimió el mercado.
“No puedes forzar a la gente a que se quede”, se encogió de hombros Klopp hace semanas, ante la cuestión de si Salah se quería marchar a España.
Los grandes clubes de España lo atraen del mismo modo que se le resisten. Jugó dos veces contra el Barça, dos contra el Atlético y tres contra el Madrid en Champions y nunca metió un solo gol ni dio una asistencia. Su primer duelo con el Madrid acabó con un agarrón de Ramos que resultó en tarjeta amarilla para el central. El último, acabó con una llave de Ramos que le retiró de la final de Kiev a los 30 minutos de juego con una luxación de hombro. Esta noche en Valdebebas —sin Ramos, de baja—, Mo Salah tiene ante sí varios retos en uno.
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