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TENIS | OPEN DE AUSTRALIA
Columna
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Envidia y admiración por Australia

Constato que vivimos en una época en que la queja y la exigencia, siempre hacia todo lo que hacen los otros, no conocen límites

El director del Open de Australia, Craig Tiley, camina por Melbourne Park.
El director del Open de Australia, Craig Tiley, camina por Melbourne Park.DAVE HUNT (EFE)
Toni Nadal

Me han sorprendido las diversas críticas vertidas por algunos tenistas que han tenido la suerte de poder participar en los distintos torneos australianos y que lo harán, también, a partir de hoy mismo en el Abierto que se celebra en Melbourne. Todos ellos han arrojado unas imágenes al mundo que producen una mezcla de admiración, envidia y, sobre todo, de esperanza.

Aunque miento si digo que me han sorprendido. Más bien, constato que vivimos en una época en que la queja y la exigencia, siempre hacia todo lo que hacen los otros, no conocen límites.

La Federación Australiana ha debido hacer un gran esfuerzo para poder mantener las competiciones en un país que lleva un año imponiendo a sus propios ciudadanos las mismas restricciones que ahora ha impuesto a los tenistas y equipos que hasta allí se han desplazado desde todos los rincones del mundo. Al igual que cualquier australiano que haya querido regresar a su país, si se encontraba fuera, los foráneos se han tenido que someter a una cuarentena tan estricta como vigilada.

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Pero a pesar de estas medidas que nadie que lea las noticias desconocía antes de decidir su participación, es muy justo valorar y agradecer que todos los jugadores y sus equipos volaran al país oceánico en tres grandes aviones chárter o privados habilitados exclusivamente para ellos, y que llegaran a terminales privadas también, con el gasto añadido que esto ha supuesto para la organización.

Una vez allí, a cada cuál en su respectiva burbuja, se les han propiciado entrenamientos en espacios separados y sin coincidencias entre los distintos equipos. Han tenido servicio de restauración a domicilio o a la habitación de hotel. Han tenido equipos médicos a su disposición para realizar todas las pruebas exigidas y para atender a los que han dado positivo en covid una vez llegados allí. Los tenistas que han tenido que jugar la fase previa para poder acceder al primer Grand Slam de la incierta temporada 2021 lo han hecho en Doha y Dubái, con otro incremento en el dispendio previsto por los organizadores que tampoco habría que olvidar.

Por supuesto que todo se puede mejorar y por supuesto que se habrán cometido algunos errores ante un reto sin precedentes, pero no me cabe la menor duda de que Craig Tiley, el director del Australian Open, sabrá demostrar en el año más difícil de toda la historia de este grande lo que conocemos de sobra cualquiera de los que hemos estado allí: su amabilidad con todos por igual y su empeño y capacidad para organizar un torneo difícilmente mejorable.

Que tire la primera piedra quien no haya sentido algo de envidia al ver las gradas llenas de aficionados sin mascarillas, o algo de esperanza por vislumbrar que volver a la normalidad es posible, o algo de admiración por unos gobernantes que han sabido ser estrictos con las medidas impuestas y, a la vez, se han mostrado capaces de compensar a todos los ciudadanos afectados por las consecuencias económicas de la desastrosa pandemia.

Yo he sentido las tres cosas a la vez. Y ahora me dispongo a disfrutar con gran ilusión de dos semanas de buen tenis desde el lado del mundo que sigue inmerso en la oscuridad.

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