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Area di Rigore
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rómulo y Remo en el Estadio Olímpico vacío

Roma y Lazio se odian desde el día de la fundación del primero en 1927, el nacimiento frustrado de un superequipo romano impulsado por el fascismo

Daniel Verdú
Acerbi (a la izquierda), y Dzeko, durante el Lazio-Roma del pasado viernes.
Acerbi (a la izquierda), y Dzeko, durante el Lazio-Roma del pasado viernes.Luciano Rossi/AS Roma/LaPresse Luciano Rossi AS Roma (AP)

“No atribuyamos los problemas de Roma al exceso de población. Cuando los romanos eran solo dos, uno mató al otro”.

Giulio Andreotti, siete veces primer ministro y autor de la cita, sería lo más parecido al diablo que vio Italia desde que Dante bajó al infierno hace 700 años de la mano de Virgilio. Su refinada maldad, su afición por el poder —”desgasta solo a quien no lo tiene”, ironizaba— servía también para trazar un esquema básico de problemas enrevesados. Pongamos Roma y el sentido de propiedad de las distintas facciones que se la han disputado durante 2.700 años. ”L’urbe siamo noi”, proclaman los aficionados de la Roma desde la curva sur a los laziali en un alarde de desprecio metropolitano cada derbi.

Un Lazio-Roma se juega toda la semana: en la calle y el día de partido en la grada. El último, disputado insólitamente en viernes y con cinco españoles sobre la hierba, se jugó por primera vez sin público. Una anomalía acorde con los tiempos. Como los tres goles que le cayeron a Pau López, el portero de los giallorossi. Uno de Immobile y dos de Luis Alberto, uno de esos jugadores que no logran ser profetas en su tierra. Caso similar a Villar, el exquisito centrocampista que triunfa en la Roma estos días procedente del Elche y que el viernes no pudo hacer nada contra la rocosidad del equipo de Simone Inzaghi.

La Lazio es hoy más equipo, aunque vaya por detrás en la tabla. El viernes, lo saben todos dentro y fuera de la muralla aureliana, se llevó el partido del año (3-0). Y tiene mérito. Porque su afición juega el derbi cada semana animando a los rivales de la Roma, ironizan en la curva sur.

Los dos equipos de la ciudad, como Rómulo y Remo, que liquidaron su relación de consanguineidad siete siglos antes de Jesucristo con una pedrada, se odian desde el día de la fundación del primero en 1927. Fue en realidad el nacimiento frustrado de un superequipo romano impulsado por el fascismo que debía competir con las formaciones del norte ya consolidadas. Lo intentó un jerarca de Mussolini llamado Italo Foschi, un matón callejero curtido en la lucha grecorromana y experto en fusiones de entidades. El plan consistía en que la Lazio se integrase en aquel nuevo ente, renunciase a su nombre y colores y pasase a formar parte del nuevo engendro. Foschi, claro, recibió un sonoro “vaffanculo” del general Vaccaro, entonces al frente de los celeste. Pero se convirtió en el primer presidente de la formación resultante: Associazione Sportiva Roma.

Las teorías sobre política y el fútbol casi nunca resisten la intemperie de la barra del bar. Pero sabemos que los hijos de Mussolini eran abonados de la Lazio, y que el Duce no era capaz de distinguir un fuera de juego. El dictador, acorde con su naturaleza, era poco expresivo y se encargó más bien de hacer saber con nitidez lo que no le gustaba. Quiso, eso sí, que la Roma ganase (la historia tampoco le concedió mucho en eso). Los laziali, sin embargo, han cargado siempre con ser el equipo de derechas. Figuras como Di Canio y su repulsivo saludo romano en un derbi de 2005 no ayudaron a cambiar el estigma de miles de aficionados por culpa de tres mil idiotas que siguen a un líder.

Fabrizio Piscitelli, conocido como Diabolik, acudió el 7 de agosto de 2019 a un encuentro a las siete de la tarde en el parque de los Acueductos de Roma. Se sentó en un banco y esperó a que llegase su cita. En lugar de eso, alguien le pegó un tiro en la nuca. Diabolik era el jefe de los Irriducibilie, los ultras de la Lazio. Pero no fue un tema futbolístico. Ultraderechista, matón, delincuente vinculado al tráfico de drogas y al clan napolitano de los Senese. Más que un hincha, era un criminal. Como una parte importante de quienes secuestran las dos curvas del estadio olímpico todavía. No hay mucha diferencia ya entre unos y otros. De hecho, las reyertas entre ambos grupos se han terminado y es fácil que coincidan en la reunión del algún partido fascista. Solo distintos collares. La única buena noticia de un histórico derbi sin público como el del viernes.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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