Mitos y traumas después de Totti (o Messi)
Desde que se retiró, el legendario capitán de la Roma ha pasado a ser una divinidad a quien nadie sabe ya cómo tratar: ni siquiera en su propio club
Francesco Totti se contagió de covid hace dos meses. También su esposa, Ilary, y su padre, conocido en toda Roma como El Sheriff, que falleció a causa de esa enfermedad. Por desgracia, nada extraordinario en plena pandemia. Pero la noticia de que el legendario 10 de la Roma era positivo saltó semanas después. Media ciudad lo sabía y todo el mundo se conjuró para no contarlo, tampoco los periodistas. ¿Por qué? Porque Il Capitano no quería. O al menos eso creyó interpretar alguno de los presuntos hombres de su entorno que, a su vez, se lo dijo a alguien que esparció el supuesto deseo de omertà. Sucede con todo a su alrededor. Desde que se retiró, Totti se ha convertido en una divinidad y ya nadie sabe cómo tratarlo. Ni siquiera en su propio club. “Soy un monumento más de Roma”, lamenta él mismo mirando a cámara en un documental estrenado por todo lo alto en el Festival de Cine de la ciudad.
La cinta, dirigida por el romanista declarado Alex Infascelli, se titula Me llamo Francesco Totti (puede verse en Sky Italia). La foto con la que la productora empapeló Roma se ve al jugador mirándose profundamente al espejo. El reflejo de un proceso para recordar quién es el tipo que nació en la popular Via Vetulonia del barrio de San Giovanni, afinó su prodigioso pie derecho en la playa de Torvaianica y que hoy vive bajo ese bloque de mármol esculpido. Un recorrido por la carrera de un genio sin apenas títulos de club (dos copas de Italia y una Liga), con un Mundial en el que fue decisivo y al que llegó con 10 tornillos en el tobillo y una placa de acero en la pierna. Pero que al final se convierte en un ajuste de cuentas contra Luciano Spalletti, el entrenador que decidió sentarlo en el banquillo en el último tramo de su carrera y que se zampó algunos de los sapos más indigestos del fútbol. Para Totti la culpa de ese desenlace fue siempre de los demás. Y los demás cargaron con ella silenciosamente.
Totti jugó en el primer equipo de la Roma 24 años. O lo que es lo mismo, 8.828 días o 291 meses. Cuando se retiró tenía 41 años y la mitad de jugadores que esa temporada se habían enfrentado a él ni siquiera habían nacido cuando él debutó. Totti creció en el centro de Roma, nunca mandó un burofax y se fue por la puerta grande, la del Olímpico el 28 de mayo de 2017. Esa noche, una procesión de familias desfiló sin consuelo a un lado y otro del Tíber hacia sus casas. Il Capitano luego se cabreó, siempre habló de sí mismo (en romanesco, por supuesto) y dividió, puede que sin querer, a una parte de la afición. Fue la antítesis de Daniele de Rossi, que siempre vivió a la sombra del ídolo y cargó con el apodo de Capitán Futuro porque Totti no se decidía nunca a dar un paso al lado. Y cuando lo hizo, aceptó un cargo de florero en el club mientras su viejo socio en el campo volaba rumbo a Boca Juniors para terminar su carrera.
La leyenda de Totti sigue siendo incómoda para la Roma. Dicen sus voceros que le gustaría volver a las oficinas de Trigoria. De momento, pasa horas en la escuela de fútbol que tiene en Ostia y pasea de incógnito por una ciudad que, según cuenta en el documental, esconde mil sitios que nunca pudo visitar. Manejar la despedida de un semidiós es imposible. Especialmente si no se evapora un tiempo, regresa a su Olimpo y tiene a bien no interferir en la desolada vida del resto de mortales, que deberán seguir pasando frío en la grada con el bocadillo de porchetta cuando él ya no esté.
Hace una semana, en el programa de Jordi Évole se vieron algunos destellos de lo que podría significar el adiós de Messi y su futuro regreso al club ya en calidad de directivo, como él mismo auguró. No es lo mismo, claro. Totti nunca quiso dejar Roma, rechazó irse al Real Madrid de los galácticos para seguir ganando (lo repite de nuevo en el documental) y levantó un Mundial que debió proporcionarle suficiente paz interior para no querer hacer las maletas. La altura del mito, sin embargo, es siempre proporcional a la profundidad del trauma.
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