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BREXIT FC
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La insoportable mediocridad eterna del Newcastle United

En el club de las urracas, las decisiones erróneas tienen nombre y apellido: Mike Ashley, un pintoresco hombre de negocios nacido en las Middlands

El jugador del Newcastle Matthew Longstaff se lamenta durante un partido de su equipo en St. James Park a principios de enero.
El jugador del Newcastle Matthew Longstaff se lamenta durante un partido de su equipo en St. James Park a principios de enero.Stu Forster (AP)

Es difícil encontrar en la Premier un equipo tan parecido a su ciudad como el Newcastle United. Situada en la ribera norte del río Tyne, a tiro de piedra del Mar del Norte, el centro de Newcastle brilla con sus elegantes edificios victorianos, su legendaria vida nocturna y el carácter dicharachero de sus ciudadanos, aunque su inglés (geordi, le llaman, y también a ellos por extensión) es tan impenetrable para el visitante como el de Glasgow o el de Belfast.

El club no es muy diferente. St James’ Park se levanta, majestuoso, en el mismísimo centro, y la hinchada invade bares y restaurantes antes y después de los partidos vistiendo las blanquinegras camisetas que les dan el sobrenombre de urracas.

Newcastle fue pivote de la revolución industrial británica en el siglo XIX de la mano del transporte de carbón, astilleros, ingeniería, la fabricación de armamento y las manufacturas. Un perfecto catálogo de sectores económicos maduros a partir de la segunda mitad del siglo XX. Pese a su esplendor aparente, la ciudad está hoy en la zona baja de la tabla en casi todo, desde productividad a salarios o longevidad, con altas tasas de ayudas sociales y mediocres tasas de empleo. Su declive (tenía 350.000 habitantes en 1951 pero apenas 290.000 en 2015) es muy superior al de capitales con problemas parecidos, como Glasgow o Liverpool, quizás porque está situada en el extremo nororiental de Inglaterra, en tierra de nadie.

Algo parecido le ha ocurrido al equipo de fútbol. Fundado en 1892, sus años de gloria fueron en el primer decenio del siglo XX, cuando ganó tres de sus cuatro ligas (la otra es de 1927). Su último gran trofeo es la Copa de Inglaterra de 1955 (la sexta de su palmarés).

No todo el declive de Newcastle es consecuencia del tiempo o de la historia. Algunos economistas atribuyen muchos problemas de hoy a decisiones erróneas. Por ejemplo, la inversión pública se ha concentrado en la periferia y ahí es donde ha acabado generando inversión privada. El centro se ha convertido en el reino del empleo público y de las inversiones privadas de escaso valor añadido, como los call centers.

En el Newcastle United, las decisiones erróneas tienen nombre y apellido: Mike Ashley. Ashley es un pintoresco hombre de negocios nacido en las Middlands pero criado cerca de Londres (en el norte le llaman despectivamente cokney, como se identifica a algunos londinenses por su acento) que a partir de un préstamo familiar de 10.000 libras en 1982 (equivalentes hoy a unos 40.000 euros) montó un imperio comercial de prendas y material deportivo y su fortuna supera hoy los 2.000 millones de euros. Pintoresco porque su férrea privacidad y hermetismo contrastan con su gusto por emborracharse en el pub o ir al fútbol en la grada con los hinchas a pesar de ser el dueño.

Ashley compró el club en enero de 2007 sin mirar los libros de contabilidad y al año y medio ya lo había puesto en venta. Sin éxito hasta hoy. A lo largo de su turbulento reinado se ha enemistado con casi todos sus entrenadores, desde exjugadores carismáticos como Kevin Keegan o Alan Shearer a experimentados profesionales como Alan Pardew y Rafa Benítez, al que dejó marchar para desconsuelo de la afición.

Los hinchas le recriminan su gestión errática pero, sobre todo, su falta de ambición. “Por qué quiero que el Newcastle United descienda”, titulaba hace unos pocos días un hincha un artículo en The Mag, la página de una agrupación de aficionados: al menos así podrá sentir que el club aspira a algo, aunque solo sea volver a primera. “Newcastle es una cáscara vacía, y es doloroso”, titulaba casi al mismo tiempo Alan Shearer una pieza en The Athletic. Lo único que quiere una de las hinchadas más fervientes y explosivas de Inglaterra es dejar de sufrir la insoportable condena de la mediocridad eterna.

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