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EL JUEGO INFINITO
Columna
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¿Por qué el Madrid siempre gana?

El club se limita a pedir a los jugadores que estén a la altura de la historia. La afición también, y sin ninguna amabilidad. El que soporta esa presión es apto

Valverde derriba a Morata en la Supercopa de España.
Valverde derriba a Morata en la Supercopa de España.F. Nel (Getty)
Jorge Valdano

Un club que empuja. El madridismo ama el espectáculo, pero no lo asocia a un modo futbolístico de ser, sino al talento de sus jugadores. Son ellos quienes impusieron su sello. El Madrid de Di Stéfano es el mito fundacional del carácter ganador del club, pero luego llegó el Madrid ye-ye, el de La Quinta, el Galáctico… Nunca es un entrenador el que se instala en la memoria. Creo que eso es sano, porque nos habla del poder real: el fútbol pertenece a los jugadores. Ahora llegamos a este Madrid también ganador, aún sin nombre porque, desde Cristiano hasta Ramos, pasando por el poder de los centrocampistas, le sobran nombres. Lo esencial es que cuando un jugador llega al Madrid aprende de inmediato que todo lo que no sea ganar se llama catástrofe. El club se limita a pedirles que estén a la altura de la historia. La afición también, y sin ninguna amabilidad. El que soporta esa presión es apto.

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Más atrás aún. Cuando hay una idea de fondo resulta fácil explicar el éxito. Pero en el Madrid el estilo nunca ha desvelado a nadie. El estilo es ganar, se escucha de vez en cuando. No exactamente. Pero ganar fue, desde el principio de los tiempos, una necesidad institucional. El Barça encontró una razón de ser atada a la fuerza de la identidad. Si ganaba, mejor; pero la derrota fue integrada a su relato. En cambio, para instalarse en el imaginario colectivo, el Madrid necesitó un gran estadio, jugadores excepcionales y una constante ambición de triunfo. Fue así como se impuso, como referente, a otros equipos que nacieron en Madrid con aspiraciones parecidas, pero que desaparecieron en el camino o no alcanzaron la misma dimensión. La necesidad de ganar nació con el club, se filtró en la afición y por rendijas invisibles llegó al vestuario. También al de los rivales. Punto importante, porque al miedo conviene no subestimarlo.

El héroe que pidió perdón. Valverde, como buen uruguayo, sabe que hay patadas que no pueden dejar de darse. Fuerza mayor. También sabe, porque creció en un mundo de códigos, que estas acciones no son para enorgullecerse y supo pedir perdón. Lo increíble es que el acusado mostró una ética superior a la de los tribunales. Todo lo que ocurrió alrededor de la acción de Valverde es para pensar. Vivimos en un momento en que la fuerza del impacto, y de las burradas que se dicen para ampararlo, garantizan el entretenimiento a quienes no distinguen el bien del mal. Un número creciente de personas. La acción no impidió que a Valverde se le reconociera como mejor jugador del partido y que Simeone lo felicitara camino del vestuario. Tampoco que cierto periodismo lo presentara como un héroe. No tardaremos en ver francotiradores que, si aciertan el tiro, tendrán su estatua en el estadio.

Abrir la puerta en enero. En el Barça se fue un entrenador por la puerta de atrás para que entrara otro, también por la puerta de atrás. La de delante estaba llena de gente que no quería entrar: Xavi, Koeman, Allegri, Pochettino… La suerte es que se fue un caballero dando las gracias para que llegara en su lugar el discurso ilusionante de un admirador de la causa. Los dos entrenadores atenuaron el daño. La semana del Barça me recordó a un entrenador amigo que solía decir: “Si algo sale bien, nosotros no somos los responsables”. En el Barça creen que el problema se llama estilo, por eso Quique Setién, pero en realidad se llama resultado, como ya sabrá Valverde, al que no le alcanzaron dos Ligas porque falló en Champions. ¡Y perdió la Supercopa después de un partido en el que honró el estilo! Paradoja: el fútbol moderno se está poniendo rancio.

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