Inacabable Pedri (tomo 2)
El canario trajina el campo con una particularidad física que le ayuda a ahorrar energías: corre taloneando poco, como si patinara
En el último artículo advertí que aún no había terminado de analizar a Pedri y, después de verlo contra el Valladolid, supe por qué: es indefinible. A su calidad de explorador le da igual pisar la zona de iniciación, creación o definición, porque en todas juega con criterio y a la velocidad que corresponde. A su entendimiento del juego le da igual recibir el balón de frente o de espaldas a la portería contraria, porque le basta un toque para girar como una peonza. A su sentido del deber le da igual que sea el comienzo o el final del partido, porque es incansable. A su capacidad de asociación le da igual estar en Las Palmas que en Barcelona, porque cuando busca compañeros para comunicarse con la pelota, no diferencia a los que viajan en taxi de los que viajan en avión privado. Para hacer con tanta naturalidad todo lo que acabo de contar, hay que ser futbolista de los pies a la cabeza.
Toma y dame. Ese físico de posguerra y esa cara de burócrata consumido, está lleno de inteligencia y lo único que hace es renovarnos el amor por el fútbol, que sigue sin ir al gimnasio a pedir derechos de admisión. Pedri trajina el campo con una particularidad física que le ayuda a ahorrar energías: corre taloneando poco, como si patinara. Característica que también le sirve para resolver más rápido con la pelota y esconder su próxima intención, que suele ser la de asociarse con todo el que tenga su misma camiseta. Le basta un golpe de vista para ver el fútbol en cinemascope (si es que eso existe aún) y un toque para que la jugada fluya como el agua. Se tomó tan en serio su condición de “socio de todos”, que cuando pisa el área se olvida de que hay portería y sigue repartiendo pases. Con maestría, eso sí.
Una cosa seria. Cuenta Stefan Zweig que un día Rodin le invitó a su estudio y, mientras le mostraba su última obra, el artista descubrió un detalle en la escultura que le incomodó y, en su afán de remediarlo, se abismó totalmente en la corrección hasta el punto de olvidarse de su invitado. Esa concentración absoluta, casi hipnótica en la tarea, es una facultad de los mejores en cualquier ámbito. También de los artistas que juegan. Pues bien, Pedri da la sensación de que juega tan metido en el partido y en sí mismo, que todo lo que ocurre a su alrededor no le afecta. Inmune a la presión que siente el recién llegado, a la cercanía de un tal Messi, a la mirada escrutadora del aficionado y de los medios… Su juego es fresco y astuto, pero su cara tiene la seriedad del hambriento, porque para Pedri el fútbol no es ninguna broma.
El que sabe, sabe. Otra de las virtudes que ayudan a detectar a un gran talento, es su relación con los rivales más cercanos. Cuando un jugador está rodeado y decide con la relajación del que se fuma un puro, es que junta muchas virtudes. En primer lugar, la frialdad para no perder los nervios; en segundo lugar, la urgencia esclarecedora de su golpe de vista; y en tercer lugar, la precisión y la confianza técnica para salir del lío. Como pueden ver, Pedri es muchos jugadores en uno y solo hay que esperar que la celebridad no lo confunda. Hace tiempo alguien se preguntó: ¿Cómo entran cuatro elefantes en un Fiat 600? La respuesta era simple: dos adelante y dos atrás. La pregunta futbolística del momento es: ¿Cómo va a hacer Luis Enrique para acomodar a este chico en un 4-3-3? La respuesta también es simple: poniéndolo.
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