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La pandemia alumbra un atletismo de escaparate y récords

El presidente de la federación internacional, Sebastian Coe, defiende y justifica la revolución tecnológica de las zapatillas mágicas

Carlos Arribas
Ayad Lamdassem logra el récord de España de maratón el 6 de diciembre en Valencia.
Ayad Lamdassem logra el récord de España de maratón el 6 de diciembre en Valencia.

Quizás para que nadie olvidara de qué iba el asunto, el mismo domingo 6 de diciembre, pocos minutos después del festival de récords y mejores marcas mundiales y nacionales en que se habían convertido la media maratón y la maratón de Valencia, la federación internacional de atletismo (WA, por World Athletics) comunicó un nuevo reglamento de calzado deportivo. Los prototipos, prohibidos hasta entonces por el anterior reglamento de corta vida (apenas unos meses), volvían a estar autorizados. Cualquier atleta podrá usar cualquier calzado acorde a las reglas de la suela de cuatro centímetros aunque su fabricante aún no lo haya comercializado.

Al mismo tiempo que Valencia, gracias a una inversión de más de cinco millones de euros sufragada mayoritariamente por la Fundación Trinidad Alfonso, de Juan Roig, alcanzaba el título de capital mundial del running, se consagraba para siempre el atletismo de escaparate, el concepto acuñado por Sebastian Coe, presidente de la WA, para explicar hacia dónde debe avanzar su deporte, de mano de la innovación, la tecnología y los grandes fabricantes, para lograr recuperar la gran masa de aficionados de la que disfrutó no hace tantas décadas.

Para subrayarlo aún más, gracias al keniano Kibiwott Kandie (57m 32s en la media maratón), las nuevas Adidas lograban su primer récord mundial en asfalto y acababan con la dictadura de las Vaporfly de Nike. Era el tercer récord mundial batido en Valencia en dos meses después de los de los 10.000m masculinos (26m 11s, Joshua Cheptegei, Uganda) y 5.000m femeninos (14m 6,62s, Letesenbet Gidey, Etiopía) de la noche del 7 de octubre en el estadio del Turia y las liebres electrónicas, que ayer mismo ratificó oficialmente la WA.

“Las nuevas zapatillas, en efecto, son un factor en los últimos récords y en la gran mejora de marcas, pero no creo que supongan una amenaza para el atletismo”, dice Coe. “Al contrario, las veo como una oportunidad para poner en nuestro escaparate la tecnología y la voluntad de seguir invirtiendo en nuestro deporte de las grandes empresas de zapatillas. La suya es, probablemente, la mayor inversión que el atletismo recibe”.

Para Coe no es alarmante el hecho de que 15 de las mejores 20 marcas de la historia en maratón, incluido el récord mundial de Eliud Kipchoge (2h 1m 39s) se hayan conseguido después de agosto de 2016, la fecha en las que Nike introdujo las primeras zapatillas mágicas, de gruesa suela de ligera espuma y placa de carbono en la entresuela, o que las 2h 6m 35s con que batió el récord español solo le valieran a Ayad Lamdassen para ser 12º en un maratón de Valencia en el que los tres primeros, los kenianos Chebet, Cherono y Kipruto, rozaron las 2h 3m y consiguieron la 6ª, 7ª y 11ª mejores marcas de la historia. “Hay un equilibrio, por supuesto que lo hay”, remacha Coe a preguntas de EL PAÍS, después de hacer un repaso histórico y ligero a la influencia de la tecnología, las zapatillas o las superficies en los récords y de recordar que el australiano Derek Clayton batió el récord del mundo de maratón en 1967 (el primero que bajó de 2h 10m) con unas zapatillas con las que cualquiera no habría sido capaz ni de llegar a la tienda de la esquina. “Como presidente de la federación internacional mi obligación es mantener un equilibrio entre no estrangular la innovación y al mismo tiempo ser consciente de que hay códigos y reglas, y saber marcar la línea entre una ventaja mecánica injusta y una tecnología que puede ayudar al atleta a lesionarse menos y alargar su carrera. Y por ahora mantenemos el equilibrio. Los récords mundiales son algo que hay que cuidar, no un objeto de saldo”.

Y entonces Coe recuerda cómo él, plusmarquista mundial múltiples veces de los 800m, los 1.500m y la milla, volvía más fuerte, más hambriento, con más ganas al atletismo, después de haberse tomado unos meses de pausa para estudiar, por lesiones o por cualquier otra razón. “Durante ese tiempo sales como atleta de la montaña rusa en que se ha convertido tu carrera”, dice. “Mi idea es que el año de la pandemia muchos atletas por primera vez en muchos años han podido bajarse de la montaña rusa. Ninguno habría elegido la covid como razón para dar un respiro a su cuerpo y tomarse un tiempo libre, pero la pandemia les ha dado la oportunidad de recuperar sus fuerzas y volver más fuertes”.

En el año de la pandemia, Coe se felicita, los puristas se estremecen y atletas como Yago Rojo, que en Valencia bajó de 2h 10m en el maratón (mínima olímpica) se obligan a entrenar dos días a la semana a populares en el Retiro para completar sus ingresos, reducidos este invierno casi a la nada por la anulación de la mayoría de los crosses en España, el alimento económico de los fondistas, cuyos ingresos por patrocinio de las marcas de zapatillas también peligran, pues dependen de que las hagan visible en un mínimo de seis u ocho competiciones. Y las competiciones llegan con cuentagotas. Para ellos no hay escaparate.

Los mediofondistas españoles se han aislado, concentrados en Kenia, el Algarve o Sierra Nevada, en programas financiados por la federación española, cuyo presupuesto anual ronda los nueve millones de euros. Piensan en los Juegos de Tokio y en cómo volverán a competir en una temporada de pista cubierta que la pandemia ha reducido al mínimo. Anulados los Mundiales de Nankín de nuevo, hasta 2023, y los mítines de Boston y Nueva York, sobreviven los Europeos de Torun (Polonia) y cuatro mítines del circuito mundial, incluido el de Madrid.

La idea de escaparate de Coe brilla como en ningún sitio en el salto de longitud de la Diamond League, cuyo reglamento estipula que no importa cuán largo haya saltado nadie en los cinco primeros saltos, pues el ganador será aquel que más salte en el último, un intento reservado a los tres primeros de la competición. La gente del atletismo le dice a Coe que si en México 68 hubiera existido esa regla, Bob Beamon habría batido el récord del mundo con 8,90m, pero no habría sido medalla de oro. Y Coe responde que su único y gran objetivo es hace el atletismo “un poco más entendible”, y que la gente en los estadios y en la tele no se entera de cómo van los concursos y que así, de esa manera, se pone el foco en lo más importante, el salto final. “Y no hablo de gente de toda la vida, sino de que si queremos hacer crecer el atletismo tenemos que ampliar su base demográfica de aficionados”, dice. “Tenemos que innovar, experimentar. Y si el cambio no funciona, buscar otro cambio”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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