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El descontrol y el fervor despiden a Maradona

El astro argentino tuvo un funeral rodeado de desorganización, violencia y devoción en Buenos Aires

Cientos de aficionados saludan desde un paso elevado al coche fúnebre que lleva los restos de Diego Armando Maradona.
Cientos de aficionados saludan desde un paso elevado al coche fúnebre que lleva los restos de Diego Armando Maradona.Rodrigo Abd (AP)

Diego Maradona tuvo un funeral acorde a su carrera: magnánimo, multitudinario, caótico, interrumpido. Un cóctel argentino entre desorganización, barras bravas, violencia y represión acompañó la despedida de sus feligreses, muchos de los cuales terminaron dispersados por los balazos policiales que por un momento convirtieron al centro de Buenos Aires en un caos con olor a pólvora. Todo lo relativo al Diez fue desmesurado en vida y comenzó a serlo tras su muerte.

Los habitantes de cientos de “Villas Fiorito” de los alrededores de Buenos Aires intentaban llegar a la Casa Rosada contrarreloj, desde que se sabía que la familia permanecía firme en su decisión de terminar el velatorio a las cuatro de la tarde. Tal vez era la mejor decisión para su círculo íntimo, pero no para cientos de miles de personas, los excluidos del sistema cuyo único triunfo en sus vidas fue Maradona, y solo querían despedirlo.

El Gobierno accedió a ese deseo y, cuando la policía interrumpió el paso de la multitud que avanzaba a 800 metros de la Casa de Gobierno, a la altura de la avenida 9 de Julio, la situación se descontroló. Los hinchas que tuvieron la suerte de quedar del lado de la Casa Rosada, que hasta entonces formaban una prolija fila, comenzaron a correr hacia la Plaza de Mayo, temerosos de que también cerraran las puertas de la capilla ardiente.

Los que quedaron fuera del extrarradio, muchos incentivados por el alcohol y el calor del verano que llega, empezaron a batallar contra la policía, que a su vez no tardó en responder con balazos y gas pimienta.

Los focos de violencia se multiplicaron. Justo en ese momento ingresaba la barra brava de Gimnasia, recién llegada desde La Plata, y no precisamente dispuesta a respetar la imposibilidad de alcanzar el féretro del último director técnico de su club. Los violentos irrumpieron en la Plaza de Mayo y, eludiendo la cola que sí respetaban el resto de los feligreses, entraron a la Casa de Gobierno.

Las fuerzas de seguridad reaccionaron al desborde con el lanzamiento de gases, pero la Casa Rosada igual resultó invadida por cientos de hinchas. En su estampida por el interior de la sede del Poder Ejecutivo, los fanáticos -muchos de ellos los propios barras de Gimnasia, pero también hinchas con camisetas de otros clubes- derribaron el busto de Hipólito Yrigoyen, presidente de Argentina de 1916 a 1922 y de 1928 a 1930.

Los maradonianos también coparon el Patio de las Palmeras, uno de los jardines históricos de la Casa Rosada, al grito de “Maradona, Maradona”, e incluso en el medio de las corridas movieron el cajón mortuorio.

La violencia se extendió por la Plaza de Mayo y sus alrededores: la policía disparaba sin disimulo balas de goma y algunos hinchas atacaban a botellazos a las ambulancias. Hubo desmayados y heridos, aunque ninguno de gravedad. El presidente Alberto Fernández salió al balcón de la Casa Rosada a pedirle tranquilidad a la gente, mientras el Gobierno intentaba que la familia extendiera el horario de cierre del velatorio para apaciguar a la multitud.

Ya desde el mediodía, la exesposa de Maradona, Claudia Villafañe, que permanecía junto a sus hijas Dalma y Giannina a un costado del féretro, se oponía a los pedidos del presidente y de la vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner. Cuando finalmente el Gobierno anunció que la despedida se extendería hasta las 19, ya era tarde: el descontrol por las calles adyacentes y el caos interno en la Casa Rosada interrumpió primero el velatorio y finalmente lo suspendió.

“Qué manera del orto de despedirlo”, se lamentó un hincha de Boca en la Plaza de Mayo. A su lado, un simpatizante con la camiseta de Argentinos, el primer club de Maradona, le retrucó: “Nada debe desteñir esto: es el pueblo movilizado para despedir al Diego, acá somos el pueblo”, mientras de fondo se escuchaba a la gente cantar “porque al Diego lo quiero, lo vengo a alentar, en las buenas, y en las malas mucho más”.

Poco después de las seis de la tarde, cuando las multitudes más grandes ya habían sido forzadas a alejarse de las inmediaciones de la Casa Rosada, el cuerpo de Maradona fue retirado en un cajón con la bandera argentina. Todavía quedaban algunos cientos de hinchas. “¿Ustedes no lloran? ¿No los dejan llorar? Mejor que a la noche vuelvan a sus casas y empiecen a llorar, porque si no los muertos son ustedes”, le recriminó una mujer a un grupo de policías, que permanecían impertérritos.

El cortejo fúnebre, en su largo camino al cementerio de Bella Vista, a 30 kilómetros de Buenos Aires, a continuación fue saludado por otros miles de hinchas que salieron a las calles, avenidas y autopistas. La chapa del ataúd decía “Diego Armando Maradona, QEPD”.

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