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Medvedev, un ‘shaolín’ de laboratorio

El ruso, citado con Nadal por una plaza en la final, aplica técnicas de control mental milenarias y potencia sus golpes con un plan biomecánico: “Dicen que parezco un robot, pero no voy a cambiar”

Medvedev sirve durante el partido contra Schwartzman, el viernes en el O2 de Londres.
Medvedev sirve durante el partido contra Schwartzman, el viernes en el O2 de Londres.GLYN KIRK (AFP)

Lo exponía hace tres meses en un podcast su compatriota Dmitry Tursunov, retirado ya de las pistas. “Cuando le ves, no da la sensación de que pueda dedicarse al tenis. Es alto, muy largo, no transmite estabilidad. No es especialmente rápido y su juego no es natural. Sin embargo, es muy divertido verle y siempre encuentra la manera de meter la bola dentro. Parece que está troleando a los demás”. Corroboraba después el estadounidense Reilly Opelka, tras conseguir tumbarlo en San Petersburgo hace un mes: “Las mete todas. ¡Todas! Tiene mucho mérito ganarle… Porque jugar contra él es una verdadera pesadilla”.

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Russia's Daniil Medvedev serves to Argentina's Diego Schwartzman in their men's singles round-robin match on day six of the ATP World Tour Finals tennis tournament at the O2 Arena in London on November 20, 2020. (Photo by Glyn KIRK / AFP)
COLUMNA | 'Con Medvedev, las apariencias engañan', por TONI NADAL
London (United Kingdom), 20/11/2020.- Novak Djokovic of Serbia in action against against Alexander Zverev of Germany during their group stage match at the ATP Finals tennis tournament in London, Britain, 20 November 2020. (Tenis, Alemania, Reino Unido, Londres) EFE/EPA/ANDY RAIN
Nole sigue en pie

No hay en la actualidad un tenista más desconcertante que Daniil Medvedev, el obstáculo que deberá sortear Rafael Nadal esta noche (21.00, #Vamos) si desea lanzar un órdago definitivo en la Copa de Maestros. El ruso, de 24 años, es un enigma. Cada uno de sus golpes encierra un misterio. Compite con cara de póquer y su técnica es de lo más heterodoxa, imposible adivinar por dónde va a salir. “Tengo un juego diferente”, simplifica él, el rival al que los demás no quieren ver ni en pintura; “no sé por qué juego así, pero no voy a cambiar. No creo que en el tenis exista una técnica buena o mala. Cuando tenía seis años jugaba con el revés a una mano, como Federer, pero si hoy día jugase así, no hubiera llegado hasta donde he llegado. Muchos dicen que mi juego es aburrido o que parezco un robot, pero en realidad no me importa. Lo único que yo quiero es ganar”.

Y no va por el mal camino el ruso, quien hace dos semanas desfiló como un tiro en París-Bercy, donde logró el tercer Masters 1000 de su carrera, y guerrea ahora en Londres embalado: tres de tres en la liguilla, este viernes doble 6-3 a Diego Schwartzman. Y eso que el O2 no le trae buenos recuerdos. En su estreno en el torneo, perdió los tres partidos y uno de ellos, precisamente contra Nadal, le clavó una espina en el orgullo. “¿Te refieres al partido en el que me ahogué?”, respondió a un tuit de la ATP, dolido todavía porque ese día el mallorquín le remontó un 1-5 adverso en el tie break de la manga definitiva. “Es la derrota más dura que he sufrido. Espero no volver a perder nunca así”, dice mientras impone respeto en el equipo de Nadal.

El volumen de su tenis ha ido creciendo y Nadal aún recuerda la noche que le condujo a la gloria el año pasado en Nueva York. El castigo fue bestial. Tanto que, al regresar al vestuario, su técnico Carlos Moyà tuvo que ayudarle a ponerse los pantalones, porque el balear estaba absolutamente acalambrado tras las 4h 51m de tortuosa resistencia. Medvedev, duro de mollera y con soluciones para todo, un frontón sin igual, se presentó a ojos del mundo con una actuación asentada sobre dos decisiones fundamentales.

Medvedev, durante un estudio biomecánico en 2017. / CAROMARTIN-TENNIS
Medvedev, durante un estudio biomecánico en 2017. / CAROMARTIN-TENNIS

La primera fue la contratación de Francisca Dauzet, una psicóloga que profundiza en los milenarios procedimientos de la medicina china y la filosofía de los guerreros shaolín. “La mente de Daniil es grande y compleja, similar a un ordenador”, relataba en una entrevista concedida a L’Èquipe. “Cuando un shaolín lucha, nunca se distrae con nada de lo que ocurre a su alrededor, se concentra únicamente en la pelea”, explicó en la ESPN, refiriéndose al método que aplica el jugador de Moscú, una máquina capaz de soportar los intercambios más largos posibles sin ofrecer un solo signo de debilidad. Donde otros sufren, él encuentra disfrute.

El segundo giro llegó cuando el preparador que le moldea desde 2014, el francés Gilles Cervara, se dirigió a un laboratorio de biomecánica deportiva hace dos años en busca del salto definitivo. Por entonces, Medvedev (1,98 de estatura) figuraba ya entre los 70 mejores del mundo, pero a su juego le faltaba un último impulso. Allí le parchearon el cuerpo de arriba abajo, con sensores, y estudiaron todos y cada uno de sus extraños movimientos, en especial el servicio. Mediante un sofisticado software, procesaron la posición, altura y potencia de los golpes, e implementaron soluciones que siguen nutriendo el tenis programado del ruso, residente en Montecarlo y enfermo de los coches y los videojuegos, admirador de Tarantino y jugador de ajedrez.

Hasta hace dos años, los cruasanes formaban parte de sus desayunos. Sin embargo, el fisiólogo Yann Le Meur, colaborador con algunos equipos olímpicos franceses y con el Mónaco de la Ligue 1, intervino e incidió en su desarrollo físico. Tarea que completa el preparador Eric Hernández. En su plato, hoy día mandan los copos de avena. “Si hablas con los que coincidieron conmigo en los júniors, te dirán que yo era uno de los jugadores en peor forma. A veces me acalambrada a la media hora de partido. La consistencia en el trabajo físico y la recuperación diaria han transformado mi juego”, valora.

”Estoy en mi mejor forma”, presume hoy, antes de chocar con Nadal en lo que se adivina como un volcánico duelo de tú a tú.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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