Huesca y Eibar empatan entre silbidos
Equilibrio de fuerzas entre el conjunto aragonés y el vasco, con el árbitro cortando demasiado el juego
Qué bien suena el silbato en El Alcoraz, gran escenario para un concierto de pito. La acústica, con las gradas vacías, parece ideal para que se recree un árbitro con ganas de ejercitar sus pulmones, de que la bolita del interior de tan simple instrumento musical, de una sola nota, gire y gire, chocando contra las paredes, generando ese característico sonido que atrae a los amantes del fútbol como los cantos de sirena a Ulises, amarrado al mástil de su barco para escucharlos sin ser atraído al abismo.
Qué recital de Melero en un partido inocente, sin malicia, en el que se recreó silbido va, silbido viene. Además de los saques de banda, los córners, los fueras de juego y el triple pitido final de cada tiempo, señaló 47 faltas con el agudo trino de su silbato. Las que eran, las que no eran y las mediopensionistas. Hasta el VAR le enmendó la plana en un penalti que pitó para el Eibar y que no había sido sino el tropezón propio del rematador.
Y en medio del concierto, dos goles; una primera parte más fluida y una segunda un tanto espesa, sobre todo tras el empate. Cuando dejaba de escucharse el silbato, se podían ver cosas: a un Huesca dinámico, pero sin demasiada fortuna, que se apoyaba en el brío de Mikel Rico y las acciones por la banda de Galán, que tomó como referencia la línea de cal para despegar y coger vuelo. Pero estaba Dmitrovic enfrente, en modo coloso, para replicar y salvar al Eibar.
Inquieto el equipo aragonés por su situación clasificatoria, se puso más nervioso todavía cuando después de que el portero del Eibar y su central, Oliveira, rechazaran los disparos de Sandro y Mikel Rico por dos veces, en la siguiente acción encajara un gol en contra.
Fue la acción de los dos centrales del Eibar. Oliveira, que llegaba de salvar a su equipo, desvió de espuela un córner sacado a media altura, para que Burgos, su colega de línea, empujara a dos metros de la portería.
El Huesca, que había merecido algo mejor, se fue al descanso con el marcador en contra. Y sin VAR pudo ser peor, porque el árbitro siguió con su concierto y señaló un penalti que después rectificó. A los azulgranas les había sucedido algo similar en su último partido en casa, pero la marcha atrás de Melero les dio la vida. Siguieron porfiando, hasta que empataron al estilo del Eibar, en un centro lateral de Pedro López que remató picado, de cabeza, Rafa Mir.
Después del empate continuó el recital de silbo, como si Huesca fuera la isla de La Gomera, pero decayó el fútbol. Locales y visitantes querían pero no podían. No se conformaban, pero daban por bueno el empate. La producción en las áreas se detuvo. Sólo el árbitro seguía incansable con su trabajo sin partitura, tocando de oído. Y no, no fue un partido de pierna implacable y entradas escalofriantes. Un dato: la primera tarjeta apareció en el minuto 88. Se mostraron dos. Una por cada 23 faltas cometidas, todas de pecado venial, de padrenuestro y avemaría.
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