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Roglic no se resiste a la llamada de las cuestas

Incontenible, el líder de la Vuelta esprinta en el repecho final de Sabiñánigo por una cuarta plaza tras la fuga del ganador, el belga Wellens

Carlos Arribas
Tim Wellens, ganando en Sabiñánigo.
Tim Wellens, ganando en Sabiñánigo.Kiko Huesca (EFE)

Guillaume Martin está escribiendo otro libro, uno con el título provisional de La Sociedad del pelotón, dedicado a las relaciones que se establecen entre sus gentes, tipos tan diferentes como él mismo, ciclista, escritor, dramaturgo y filósofo, bichos tan raros como los dos que le acompañan en la primera fuga de la Vuelta a través de las carreteras que bordean los Pirineos, hermosos en otoño, y ya nieve fresca en sus cimas, hacia Sabiñánigo, que los franceses como Martin, que es normando, llaman Sabiñanigó, y se ríen.

Llegan a Sabiñánigo, que también le ofrece al francés material para su libro. Allí un año, en la clásica que antes se corría desde Zaragoza, llegó solo un corredor, Álvaro Pino, que se negó a secundar una protesta de sus 125 compañeros de pelotón contra un túnel que debían atravesar a oscuras, y les criticaron porque destrozaron una carrera y toda la ilusión del organizador, y más de 30 años después, en el Giro, los ciclistas montan otra huelga porque llevan varios días explotados como mineros con jornadas extenuantes, y no solo en la carretera, y están hartos, y las gentes del ciclismo, tan viejas como toda la vida han sido viejas, les dicen que de qué se quejan, que esto es el ciclismo, que nadie les obliga a ser ciclistas, como nadie, claro, obliga a los mineros a ser mineros, nacidos para ser explotados.

En la fuga van con Martin un chavalín holandés tan alto y espigado como la mayoría de los holandeses y tan chavalín que aún no ha cumplido los 21 años y solo lleva tres meses de ciclista; es un superclase, dicen (a los 18 años quedó segundo de un Tour del Porvenir por detrás de Pogacar y por delante de ciclistas tan cracks como Almeida y Sosa), otro más de los que llegan al ciclismo acelerados, sin miedo, lanzados a por la victoria siempre que pueden, pero le falta explosividad, la calidad clave para acelerar meteórico en las cuestas de Sabiñánigo, la cualidad física de la que anda sobrado el tercero del trío, el especialista belga Tim Wellens (fuguista por naturaleza), que arranca fuerte a 200 metros de la meta, y Martin solo puede verle distanciándose, y hasta podría haber tenido tiempo para seguir analizando a este Wellens para quien la bicicleta no solo es una herramienta de trabajo, sino también un instrumento de conocimiento, de vida y de libertad.

Después de la última carrera de 2018, en el otoño lombardo, Wellens y su amigo Thomas de Gendt, también ciclista profesional, regresaron a su Bélgica en bicicletas cargadas de mochilas, dos turistas más que recorrieron 1.000 kilómetros en seis días. Y a la pareja les gustaron tanto los paisajes y la belleza del Teruel de la comarca de Gúdar-Javalambre que recorrieron en la Vuelta pasada que regresaron los dos a finales de noviembre, frío y nieve, a recorrerlas pausados en bici, sin competir, y, dice, casi tan metafísico como Martin en sus reflexiones, que la soledad, el abandono de las tierras, aumentaron la belleza del viaje.

Los perros verdes no mandan en el pelotón, lo hacen los machos alfa como Primoz Roglic, para quien el ciclismo es solo competición y esprinta feroz en todas las cuestas que en la Vuelta conducen a una meta, aunque el premio que pueda conseguir sea solo el cuarto puesto de una etapa, que no goza de bonificación. “Lo que hago es competir. Es la última carrera de la temporada y no quiero dejarme nada ningún día”, dice Roglic, cinco etapas y cinco días de rojo, quien en los vericuetos y rampas de Sabiñánigo con su explosión de energía pura saca de rueda a todos, aunque los comisarios entendieron que se benefició en cierta forma de una caída en una curva (que dejó en el suelo a Dan Martin, el mejor rival para estas llegadas, entre otros) y, finalmente, borraron de la clasificación los 3s en que había aventajado a Carapaz y compañía.

Y es de personalidades como la de Roglic de las que siempre escribe Martin, para quien al deporte no define su pretendido valor educativo, al contrario, sino, sencillamente, “la voluntad de ganar”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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