Koeman y Riqui Puig, más madera al lío
Descartado por el entrenador, el jugador importa ahora mismo más por su valor sentimental que futbolístico
Un jugador es lo que es, lo que sus entrenadores decidan, su agente considere y al público le parezca. No sabemos aún qué será Riqui Puig, pero hasta el momento sus entrenadores le han observado con recelo. A diferencia de Ansu Fati, cuyo caché se ha disparado como un cohete en el último año, Riqui no es codiciado por los grandes clubs europeos, aunque está en uno que desafía en grandeza a cualquiera: el Barça. Ahí empieza un caso que añade más pimienta a la deriva del club, sometido a un imparable proceso de malas noticias en el campo y en los despachos.
No hay día sin tensión para Bartomeu y su equipo de dirigentes. Sus críticos reunieron más de 20.000 firmas para exigir un voto de censura contra el presidente. A la espera de la validación de las firmas, capítulo que puede desatar una nueva tormenta, sorprende la rapidez y contundencia en la recogida. Lo que no se puede expresar con pañuelos, se manifiesta con firmas.
Riqui Puig no pinta nada en este carajal. Es un jugador de 20 años, con unos pocos partidos en Primera División. No jugó con Valverde y tardó en hacerlo con Quique Setién. Disputó su primer partido como titular frente al Atlético de Madrid, después del largo confinamiento. A través de la televisión, los aficionados españoles vieron a un centrocampista menudo, liviano como una pluma. Está claro que su constitución física es la razón del escepticismo que genera entre los técnicos.
Si no fuera porque el fútbol español ha desmentido más de una vez esta clase de prejuicios, los días de Riqui Puig en el Barça estarían contados, a pesar de su magnífico rendimiento en los últimos partidos del campeonato. Riqui jugó con la decisión, el carácter y el ingenio que les faltó a la mayoría de sus compañeros. Su debut contra el Atlético de Madrid, el equipo adulto por excelencia, fue un examen en toda regla.
A Riqui le pegaron, pero no se achicó. Sabe jugar y no se resignó. Impuso su personalidad en el equipo, donde nadie le miraba los primeros minutos del encuentro. Era un invisible obsesionado con recibir la pelota. Lo consiguió. En la segunda parte todos le buscaron, incluido Messi, que mide el talento de sus colegas con precisión milimétrica. En ese encuentro, Riqui evidenció un rasgo que algunos catalogan de arrogancia y otros de confianza extrema. En cualquier caso, suele ser el blindaje protector de los jugadores con mucha más clase que kilos.
Su caso está menos ligado a la opinión de los técnicos que a la consideración de los aficionados. Riqui es más emblema que futbolista. En un club que ha presumido del éxito de su cantera y de una manera concreta de entender el juego, Riqui Puig importa ahora mismo más por su valor sentimental que futbolístico. Llegó al club cuando era un parvulito y ha escalado todos los peldaños hasta alcanzar el primer equipo. Lo ha conseguido cuando la hinchada culé no logra contener su irritación por el papel residual de la cantera en el Barça.
Con el malestar de la gente no se juega, y menos en tiempos de crisis y de mociones de censura, pero Koeman acaba de añadir otro elemento de conflicto. Ha descartado a Riqui Puig de un plumazo. Sobre sus razones futbolísticas no hay mucho que decir. No le gusta el chico. El problema es que a los socios y aficionados les interesa la parte de Puig que a Koeman le trae al pairo. Es un caso de sensibilidad social que el nuevo entrenador ha tratado sin diplomacia y tacto, un martillazo que no caerá sobre su cabeza. Desprovisto de casco y con fuegos declarados por todos los costados, el golpe lo recibirá Bartomeu en el peor momento posible.
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