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Landa queda de nuevo KO en un abanico del Tour

Victoria al sprint de Van Aert en Castres al final de la etapa más disputada de la edición de 2020

El pelotón, en uno de los abanicos de la etapa.
El pelotón, en uno de los abanicos de la etapa.STEPHANE MAHE (Reuters)
Carlos Arribas

Podría verse el Tour, este Tour de 2020, el Tour de la pandemia y el miedo, como una batalla de caracteres, como le gustaba representar la vida a los moralistas, y representando a cada parte con virtudes y vicios ya definidos por el cronista Antoine Blondin hace 60 años. A la izquierda, en su rincón, el espíritu de parsimonia, la ambición oscura, el egoísmo, y con la mirada franca y los ojos bien abiertos, desde el otro rincón les contemplan la generosidad en el comercio amistoso, la prodigalidad en la batalla, el brío.

El planteamiento, quizás tan esquemático como exagerado, servía al menos para ver la mano de los parsimoniosos (los Jumbos de Roglic calculadores amantes del control) en la persistente morosidad de las seis etapas disputadas, el sopor de puertos agrestes ascendidos en pelotón con cuatro en el frente, todo el ancho de la carretera ocupada, lo que no ocurre a la salida de la séptima etapa, nada más empezar a subir la cuesta de Luzençon, a la cima de una causse, esas mesetas calcáreas heridas en largas y profundas líneas por ríos antiguos, y las carreteras serpentean por sus cañones estrechos y hermosos, y en los riscos más inverosímiles hay estatuas de la Virgen con coronas de espinas, y todos piensan en cómo les gusta a los católicos los lugares imposibles, inaccesibles. Está a las afueras de Millau, un puertecito de tercera con viento de espalda, y basta solo con que los Bora de Sagan hayan visto despistados a los Deceuninck de Bennett para que el equipo alemán acelere como loco. Es la batalla por el maillot verde y enfrenta a los dos mundos del Tour, y se transforma, a lo largo de una etapa sin aliento, sin respiro, en la primera gran batalla del Tour, y los de la prodigalidad, el brío y la generosidad comercial levantan victoriosos el brazo. Landa, él, maldice un año más.

La generosidad la muestra primero Mühlberger, uno del Bora, que a punto de coronar el puertecillo y viendo que Cosnefroy, el único al que le interesaba puntuar para seguir vistiendo de lunares, ya no podía más y se quedaba muerto a dos metros de la pancarta, levantó un poco el pie y con la mano le hizo el gesto, por favor, pase usted delante. Bennett y todo el Deceuninck, salvo Alaphilippe y su amigo Devenys, están ya fuera de combate.

Por primera vez en muchos años, una etapa llana del Tour se corre sin los maquinistas belgas, y la vida es otra, y el ritmo no para ni se duerme la pelea, y todos se preparan para llegar a Castres, a 40 kilómetros de la meta, donde se acaban las carreteras encañonadas y se abre el mundo, y allí espera el viento de Autan, el mismo que hace cuatro años enloqueció a Nairo, y derribaba su bicicleta en la contrarreloj, tan ligero el colombiano; el mismo viento, el mismo territorio de campos abiertos y carreteras flanqueadas por álamos inmensos y algunos plátanos, que el año pasado, hacia Albi —el mismo terreno cátaro que Castres, de rebeldes pródigos y obispos egoístas, y catedrales de ladrillo, duras como el granito, más castillo que iglesia, y no se sabe si son así para resistir al viento, moles imponentes, o para defenderse de los fieles— derribó a Landa, que, como este 2020, llegó retrasado a sus Pirineos.

Entonces tuvo disculpa, el torpe de Barguil le derribó contra una sombrilla cuando, bien protegido por sus Movistar, se encontraba con los mejores; este 2020, el de su liderazgo único en el Bahrein, la cuestión es más difusa. Landa no habló, lo hizo su compañero Pello Bilbao, que explicó que, claro, su equipo está disminuido por las caídas de Valls y Poels y, encima, la etapa había sido tan frenética que justo antes del viento se habían enganchado tres de sus Bahrein, entre ellos el monumental Mohoric, y los abanicos, como definió su director, Stangelj, no le pillaron ni en la mejor posición ni en el mejor lugar.

A la una de la mañana, la noche anterior, el director del Movistar, José Luis Arrieta, explicaba sobre un mapa en qué rotonda se produciría el giro, se saldría a campo abierto y entraría el viento. Todos lo sabían, todos estaban preparados y, a falta de Jungels, el rey de la maniobra con los Deceuninck, fueron los Ineos de Bernal, el colombiano que la goza con el viento, los que lanzaron la ofensiva, los que se alzaron con el penacho del brío. Pese a haber sufrido caídas previas (Marc Soler) o averías recurrentes (Enric Mas), los tres Movistar de Arrieta, Valverde el tercero, claro, pasaron por el primer pelotón. Landa no fue el único del grupo de los aspirantes que perdió 1m 21s. También el brillante Pogacar, el esloveno casi niño que en la Vuelta despertó admiración y se había convertido en la sombra de su compatriota Roglic en el Tour, se quedó atrás, y perdió su segundo puesto en la general.

Cuando gana la virtud, la recompensa es la acción no el fruto, terminan siempre los moralistas, que justifican así la segunda victoria de etapa este Tour del fenomenal belga del Jumbo Wout van Aert, justo el que también ganó hace un año en la cercana Albi el día del abanico. A la virtud de la ofensiva, los Ineos, le sumaron sacrificio en forma de pinchazo de Carapaz, su segundo hombre, justo cuando había entrado con los mejores, y Amador se quedó a ayudarle y juntos se enfrentaron a un vacío imposible (en los abanicos no hay coches entre los grupos) que terminó absorbiéndolos. Al menos Sagan, que no gana ya ni un sprint, recuperó el maillot verde.

La ofensiva y el recuerdo a Portal en sus tierras

El Tour está en las tierras de Nico Portal, el director de casi todos los Tours del Sky-Ineos, que murió joven hace unos meses, pero su equipo le rindió un gran homenaje, que otros completarán cenando en el J’ Go, de gente de Auch, su pueblo, en Toulouse. Y todos brindarán pensando que en los Pirineos, este fin de semana, dos etapas fuertes, Egan, Carapaz y compañía continuarán con la ofensiva. Lo desean los aficionados, claro, y no tanto el Jumbo, que, seguramente preferirá asfixiar la carrera. “No seremos nosotros quienes llevemos la batuta”, advierte Unzue, el jefe del Movistar, que tiene a Mas a 22s del líder Yates, y a Valverde a 34. “Tal como llevamos la preparación retrasada porque tenemos que durar hasta noviembre, creo que hasta los Alpes no nos toca”.



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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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