Kristoff se impone en una primera etapa marcada por la lluvia y las caídas
El ciclista noruego se viste de amarillo en un primer día del Tour accidentado, en el que el pelotón pactó reducir la velocidad durante buena parte del recorrido
La luz, la luz, podrían gritar los ciclistas, y podrían exigir que la luz no les abandone, la luz como la luz de Chagall, de sus vidrieras, de su erotismo bíblico, de su Cantar de los Cantares, cuando ascienden jadeando ya, bajo un cielo negro que escupe, por la cuesta que pasa junto al museo del genio, y nadie les escuchará.
El Tour, tan todopoderoso, pasa de ellos, solo aspira a un sprint fotogénico y espectacular para las cámaras superlentas y lo obtiene (gana Kristoff, uno de los viejos sprinters, hombre de lluvia y frío, noruego con nombre ruso que a los 33 años se viste por primera vez de amarillo).
Llueve en Niza, junto al Mediterráneo, y desde las alturas la ciudad de las playas de piedras es para ellos un escenario de apocalipsis, de fin de mundo, claro, pandemia y diluvio a caballo. Y la paloma no regresa al pelotón con una rama de olivo en el pico señalando que ya el mundo está seco, que los árboles florecen.
Suficiente para desesperados lanzarse al vacío gritando como legionarios estúpidos, y muchos ante la tele se frotan las manos, como espectadores en los toros, esperando caídas, llanto y crujir de dientes, sangre, que para eso les queremos. Y ellos mismos, los ciclistas, llevan semanas avisándolo, cada día será el último, y ellos mismos, de repente, se llevan la contraria, se olvidan del frenesí que les ha acelerado desde que a principios volvieron a golpes a la competición, recuperan un gramo de cordura y deciden levantar el pie, apretar más suavemente las palancas de los frenos de disco tras media docena de caídas, espectaculares pero no graves.
Una de ellas hiere a Sivakov, el tercer hombre en la jerarquía de los granaderos de Egan, y el ruso pena y bajando una cuesta retorcida, por Castaignères, tiembla viendo las ruedas estrechas, finísimas, de su bici temblar sobre ríos de agua discurriendo sobre asfalto poco habituado, y de pura prudencia vuelve a caerse. Y se caen decenas (hasta 88 dicen algunos, y muchos, dos o hasta tres veces, como Erviti), de todos los pelajes, en todo tipo de circunstancias. Se cae Nairo y rebota contra el asfalto con el codo, que se le inflama como se le inflamó hace dos años. Y ya cansado de chirridos y gritos y pavor ante los pasos cebra de la ciudad, pistas de hielo para patinar parecen, tan resbaladizas, el pelotón se para, reduce su marcha a ritmo de paseo. Quien quiera moverse más rápido tiene que pedir permiso. “Fueron los del Movistar los que decidieron la prudencia”, dice Kristoff, y por la tele se ve que al mismo tiempo Roglic asume su papel de líder y ordena a su sargento Tony Martin que imponga el orden, y a Luis León Sánchez, el campeón de España, que trabaja para los Astana de Superman López, quejarse, quiere marcha. Su compañero Gorka Izagirre sube a la cabeza y parlamenta con Roglic, e inmediatamente los Astana se enfilan y aceleran, y su Superman se la da. Su rueda trasera, firmemente frenada, patina y la bici es un caballo encabritado, incontrolable, y con estilo de jinete de rodeo el colombiano intenta frenarlo, y solo le frena un murete y una señal de tráfico que golpea con su cabeza, y las imágenes darán más que nada para múltiples GIF hirientes y para herir el orgullo de Superman.
Roglic les amonesta, adónde ibais, locos, y Omar Fraile, otro vasco de la corte del escalador de Boyacá, explica que no iban locos, que aceptaban el parón solo a cambio de que les dejaran bajar los primeros.
La etapa prosigue a cámara lenta, pero los ciclistas, qué pecado habrán cometido, están condenados, y ya al final, su alma serenada pues la organización les ha dicho que se tomará el tiempo a falta de tres kilómetros para que nadie que no quisiera arriesgarse en el sprint perdiera tiempo, sufren la caída peor, y en un paso de cebra del Paseo de los Ingleses, que, advierte Egan, estaba muy resbaloso porque debía de haber caído aceite. Faltan tres kilómetros justo, el punto de la paz, cuando uno resbala y 40 se dan el trompazo. Rafa Valls, el alicantino que quería Landa a su lado, se rompe la clavícula y debe retirarse; Thibaut Pinot, el esperado, se destroza el maillot, el culotte y la moral. Y hoy, su cordura, la de todos, volverá a ponerse a prueba por las colinas que rodean Niza, la ciudad que desean abandonar cuanto antes, y a la que deberán volver, como condenados a perpetuidad a vivir un apocalipsis, después de subir y bajar la Colmiane y el Turini, y volverán también a las mascarillas, al miedo irracional, y muchos, 88 por lo menos, no podrán dormir apenas por el dolor. Y como sombras pasarán ante el Negresco exigiendo luz. Y nadie les oirá.
El debutante Sergio ‘Monster’ Higuita recuerda su trompazo en la Dauphiné
Ser ciclista es despreciar por traicioneros los estados de ánimo. Negarse a que la pena o la miseria determinen sus pedaladas, o el desconsuelo de una caída, de tantas caídas que machacan el ánimo más que el cuerpo. Hace ni tres semanas Sergio Higuita se vio en el suelo. Era la segunda etapa de la Dauphiné, su segundo día de competición desde que en marzo la pandemia detuvo el ciclismo y casi la vida. “Fue algo desconsolador”, dice Higuita, diminuto ciclista colombiano. Su marca registrada, Higuita Monster, es la cabeza de un león desmelenado. “Cuando te preparas tan duro, con una preparación tan larga, quieres que todo salga bien y te encuentras con una caída fuerte que te saca de carrera, te cambia los planes porque en carrera vas limitado por los golpes, pero agradeces que no fuera más grave”. Aprendida la lección y demostrado que la superó, y quizás para exorcizar los sentimientos negativos, Higuita, un niño casi de 23 años salido de lo más duro de Medellín que debuta en el Tour y se siente como soñando en una nube. “Será un Tour diferente, histórico, en medio de una pandemia. Corremos como si fuera el último día, y con ambición siempre. Siempre hay que tenerla”, dice, y habla de la etapa de hoy, de la subida a Colmiane, la última que afrontó en una París-Niza que acabó segundo, de la posibilidad de ganarla. “Es lo que uno ama, la batalla de la bicicleta”, dice, y señalando el amarillo de su maillot de campeón de Colombia, añade: “Ojalá podamos cambiarlo por el amarillo Tour, por qué no, siempre hay que soñar”. Terminada la etapa de los horrores, y Niza ya gris y empapada, Higuita, que termina el 16º, puede mirarse el cuerpo y afirmar lo que pocos, ni un rasguño.
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