Hans sin miedo
Flick, el técnico interino del Bayern que este domingo ganó la Champions, no ha dejado su atrevido libreto ni ante Messi, Neymar y Mbappé
La reconquista de la Copa de Europa del Bayern de Múnich en Lisboa no solo ha supuesto el triunfo del clasicismo frente al megalómano asalto del Paris Saint-Germain. El campeón alemán levantó su sexta corona bajo la bandera de un fútbol ofensivo parido desde una convicción que embarga a sus dirigentes y recorre todos los escalafones del club desde hace diez años. Hans-Dieter-Flick (Heidelberg, Alemania; 55 años) es el último eslabón de la cadena que rompió con el pasado rácano y contragolpeador bajo el que el Bayern sumó sus primeros cuatro entorchados europeos.
Heynckes, Van Gaal y Guardiola son señalados por el CEO del club, Karl-Heinz Rummenigge, como los entrenadores que más han contribuido a los últimos éxitos desde el paradigma ofensivo abrazado por la entidad muniquesa. Una apuesta que se prolongará hasta 2023 con Flick, renovado en abril, cuando todo apuntaba a un paso interino tras ocupar el cargo de Niko Kovac, destituido en noviembre.
El domingo, durante la alargada noche de celebración en el fastuoso resort Penha Longa, anclado sobre una loma de la sierra de Sintra, Rummenigge tomó la palabra para dirigirse a Flick: “Gracias, llevo mucho tiempo en este negocio y este ha sido el espectáculo más grande que jamás viví. Rara vez he visto una tropa tan conjurada como esta. Eres un hombre tan modesto… has hecho un trabajo del que puedes sentirse orgulloso”. La brisa procedente de los acantilados de Cascais refrescaba el bucólico paraje, que ya sedujo a la realeza portuguesa en el siglo XIV. Flick subió al escenario y asió el micrófono: “Hace una semana leí que los equipos ya no nos respetaban, que éramos muy malos. Estoy tan orgulloso de vosotros, jamás he entrenado a un equipo como este. Mil gracias y disfrutad la noche”.
La invitación fue correspondida por los jugadores del Bayern con un manteo al entrenador que les ha llevado a la gloria con un juego que les ha cautivado y les ha sacado de la depresión en la que el grupo se había sumido bajo la dirección de Kovac.
“Nuestro juego nunca había estado tan organizado desde los tiempos de Guardiola. Siempre ha sido muy claro, pero no esperaba que tuviera las condiciones necesarias, hasta tal punto, para ser el entrenador del Bayern”, admitió Müller tras la final.
El perfil bajo de Flick invita a concederle la condición de mero gestor que se atribuye a los entrenadores que no imponen autoridades marciales en la caseta. El mismo estigma que persigue a los Del Bosque, Heynckes, Ancelotti o Zidane. Todos fueron jugadores de primera línea por un conocimiento del juego que no se les reconoce como entrenadores, pese a la ristra de títulos que acumulan en los banquillos.
Flick fue jugador del Bayern en los años 80 y formó parte de la defensa que sucumbió a Futre y al taconazo de Madjer en la final de la Copa de Europa de 1987. Fue el presidente Uli Höness el que lo propuso a Kovac para que fuera su segundo. Höness sabía que con su contratación el Bayern pescaba en el epicentro de la revolución estilística que emprendió el fútbol alemán a principios de siglo. En sus tiempos de ayudante del seleccionador Joachim Löw, Flick manejaba bases de datos para detectar y reclutar el biotipo de futbolistas que se ajustara al juego que pretendían imponer. Y diseñaba sistemas basados en los conocimientos que le transmitieron Udo Lattek, Trapattoni, Heynckes y el Ajax de Van Gaal, al que destripó con un minucioso estudio.
La tendencia pizarrera y física que pareció marcar el Mundial de Rusia 2018 ha quedado difuminada, primero por el Liverpool de Klopp, y ahora por este atrevido Bayern que tira la línea defensiva a la altura del centro del campo sin importarle quién la pone a prueba. Flick no ha renunciado a su funambulista propuesta ni ante los tres mejores delanteros del mundo. Ni Messi, Neymar o Mbappé lograron que ordenara recular a Kimmich, Boateng, Alaba y Davies.
No parece casualidad que los dos últimos entrenadores en inscribir su nombre como ganadores de la Champions sean alemanes. La meritocracia con la que el fútbol teutón acompañó su muda estilística a principios de siglo también ha sido absorbida por los dirigentes del Bayern. Frente a la tendencia de los directivos de los grandes clubes a protegerse con entrenadores que les sirven de escudo frente a las críticas, los dirigentes alemanes no han tenido reparos en entregarle la Mannschaft a Löw, el Dortmund a Klopp o a Tuchel, cuando eran unos sin nombre; o el Hoffenheim y el Leipzig al innovador Nagelsmann, de 33 años. Todos cortados bajo la misma proclama que lanzó Flick nada más coronarse en el estadio Da Luz: “Hacemos el fútbol que los aficionados quieren ver”.
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