Flick, al revés que Guardiola
El técnico del Bayern expone a su defensa al peligro de los contragolpes del Lyon a cambio de consolidar la confianza de sus jugadores en el esquema que dominan
Dicen que Hans-Dieter Flick nunca pronunció un discurso memorable pero que cuando habló lo hizo desde una modestia desacomplejada. Frente a los técnicos que cuidan las apariencias como si les obsesionara proveerse de un carapacho protector, a este hombre común nacido en Heidelberg hace 55 años jamás le vieron preocupado por mostrarse vulnerable ante sus jugadores. Si tuvo dudas, las puso de manifiesto, pero nunca pareció dudar del valor de la gente que tiene a cargo. Así abordó el partido más importante de su vida como entrenador, en el Estadio José Alvalade este miércoles. Sin tomar ninguna medida táctica particularmente drástica.
Allí donde el dinámico Guardiola modificó su sistema de 4-3-3 y presentó un esquema con tres centrales para contrarrestar el vertiginoso contragolpe del Lyon, el parsimonioso Flick dejó las cosas como estaban. Mantuvo el mismo 4-3-3, la misma alineación, las mismas consignas básicas. Mano a mano, sus dos centrales, el rígido Boateng y el prepotente Alaba, contra los velocísimos Ekambi y Depay.
Flick se la jugó. Mandó a presionar al Lyon en su campo y permitió que sus defensas se expusieran dejando 40 metros a sus espaldas frente a dos velocistas demoledores. Decidió exponerse a que los pases fulminantes de Aouar y Caqueret desmontaran su defensa con envíos largos. Asumió un riesgo táctico y, a cambio, evitó exponerse a otro peligro, menos evidente pero, a su juicio, más destructivo. El riesgo de que sus jugadores pensaran que modificaba el plan porque no terminaba de confiar en sus cualidades.
Frente al intervencionismo llamativo de técnicos como Klopp, Nagelsmann o Tuchel, los grandes exponentes de la nueva escuela alemana, el comportamiento de Flick remite a las prácticas psicológicas de los líderes intuitivos de la vieja guardia, con Vicente del Bosque a la cabeza. Como Del Bosque, llegó al cargo como interino, sin haber dirigido en el máximo nivel. Los directivos vacilaban. El único antecedente de Flick al frente de un equipo técnico fue con el Hoffenheim en Cuarta División, en 2005. Toda su reputación se cimentaba en su paso por la selección alemana, donde fue asistente de Löw, y en sus cinco años como centrocampista de brega del Bayern, de 1985 a 1990. Cuando se sentó en el banquillo del Allianz Arena el equipo estaba en crisis, camino de la séptima posición de la Bundesliga, y practicando un fútbol de contragolpe que fastidiaba a los veteranos. Con cuatro retoques, Flick reorganizó al equipo y devolvió el optimismo a unos jugadores que parecían aburridos. Si algo funcionó, lo dejó rodar. Si sospechó que una buena táctica podía desanimar a los muchachos, optó por tirar a la basura la ocurrencia táctica.
Considerando los contragolpes del Lyon que destrozaron a la Juve y al City, defenderlos con dos centrales más Thiago —el poeta que juega en la cornisa— de mediocentro de referencia, se antojaba una osadía. Flick no se inmutó. Estuvo a punto de pagarlo. En los primeros minutos de la semifinal el Lyon lanzó tres estocadas. Primero, un pase largo de Caqueret dejó a Depay solo frente a Neuer y su remate rozó el palo. Instantes después, un envío raso de Dubois al mismo carril hizo volar a Ekambi, que remató al palo. Luego un centro de Depay, tras otro despliegue rápido, pasó a un centímetro de la cabeza de Ekambi, desmarcado en el segundo palo. El Bayern se aproximó al abismo. De pie desde la banda, embutido en uno de esos polos azules que componen su monótono ajuar, Flick se limitó a abrir los ojos un poco más, cerró la boca, hizo algún gesto con el índice y dejó que los chicos encontraran su sitio.
Hans-Dieter Flick únicamente perdió el control de sus nervios cuando Gnabry empujó el 2-0 a la media hora de juego. Entonces el hombre elevó su frente hacia el cielo portugués y liberó todo el aire que le oprimía los pulmones.
Thiago: “Nosotros no alardeamos de alegría”
La contención del entrenador se contagia al vestuario. Thiago Alcántara es uno de los jugadores más temerarios dentro de un campo de fútbol. No le tiene miedo a nada. Pero cuando sale del rectángulo de hierba, este poeta del balón se convierte en el diplomático más cauto de la industria. Ante el micrófono de Movistar en la boca de vestuarios del Estadio Alvalade de Lisboa, al acabar el 3-0 contra el Lyon, le preguntaron por la imbatibilidad del Bayern en esta Champions y el español pensó en todas las derivadas racionales, suprarracionales e infrarracionales antes de replicar: “No voy a ser cenizo; no quiero dar mala suerte hablando de nuestra imbatibilidad”.
El peso de la superstición es una carga en la conciencia del gremio futbolístico. Si se presume que los antecedentes invitan a la confusión y provocan tropiezos, los antecedentes del Bayern, que solo ha empatado un partido y ha logrado 24 victorias en lo que va de 2020, provocan vértigo. Impresionan, sobre todo, sus diez partidos disputados a lo largo de la temporada de Champions con un saldo de diez victorias y 42 goles a favor. La hazaña convierte al conjunto alemán en el primero en la historia de la Champions en ganar diez partidos seguidos en un mismo curso y anticipa lo inusual del último paso que le resta por dar. Nunca un equipo levantó la Copa de Europa sin ceder, al menos, un empate. Sin duda, un factor de presión psicológica sobre los jugadores del equipo alemán, que con esta estadística se sitúan como favoritos. Obligados a ganar por historia y por números. Ante sí tienen el partido que les separa de la sexta Copa de Europa del club frente a un rival que alcanza la final por primera vez.
“Nosotros vamos partido a partido”, dijo Thiago. “Y más todavía en la final. La final, como decimos en España, no se juega sino que se gana”.
Quizá preocupado por acertar con la pregunta, el entrevistador preguntó a Thiago por la sobriedad con que el Bayern celebraba su privilegiada condición de finalista. “Estamos muy tranquilos”, le respondió Thiago, con los ojos brillantes, “trabajamos bien, y la alegría la tenemos dentro del vestuario, entre nosotros, no hace falta alardear de ella”.
La respuesta invitó a pensar en la batucada que coreografiaron los jugadores del PSG el martes, camino del hotel, tras derrotar al Leipzig en su semifinal. Encabezando la marcha iba Neymar con un altavoz por el que retumbaba la voz del cuartetero argentino Dipy Papa entonando su Par-tusa. El coro de los jugadores del PSG interpretó a todo pulmón la letra soez al tiempo que bailó en perfecta sincronía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.