Lo que Messi no ha conseguido
Esta Champions del coronavirus puede ser para el 'diez' lo que el Nápoles, o quizás más exactamente la Argentina de 1986, fueron para Maradona
En el eterno debate sobre quién es mejor, Messi o Maradona, no hay argumento estadístico que no corone a la Pulga. Su lista de triunfos, tanto individuales como de equipo, le da una ventaja estratosférica. Sin embargo, la estadística no lo es todo y los críticos del despectivamente llamado “pecho frío” siempre tienen a mano un dato que consideran esencial para coronar al Pelusa como número uno de la historia del fútbol: el triunfo de Argentina en el Mundial de 1986.
Y, sin embargo, pese a toda su épica, es un argumento que no resiste un análisis un poco distanciado: la lista de jugadores modestos que han sido campeones del mundo sería larguísima y muy aburrida (Arbeloa podría ser un buen comienzo si empezamos por la A) y la de genios del fútbol que nunca han ganado un Mundial podría incluir mitos como Alfredo di Stéfano, Johan Cruyff, George Best o Cristiano Ronaldo, por citar solo unos cuantos.
Lo que realmente sí ha conseguido Maradona, pero no Messi, es arrastrar al triunfo a un equipo surgido de la nada, o de la casi nada. Que Argentina ganara con Maradona en 1986 no fue una sorpresa sin límites, pero, dejando aparte a los enciclopedistas del fútbol (esos que nos machacan a datos mientras narran partidos por televisión como si estuvieran haciendo radio), ¿quién recuerda a alguno de los compañeros de Maradona en México 86, más allá de Jorge Valdano o su tocayo Burruchaga?
Pero el logro más meritorio de Maradona ni siquiera fue ese: fue el milagro de ganar para el Nápoles de los años ochenta dos Ligas, una Copa de Italia y la Copa de la UEFA, además de uno de esos trofeos menores que empiezan con la engañosa palabra súper, la Supercopa de Italia.
Leo Messi, que ha hecho muchísimas más cosas en su carrera —de un nivel, consistencia y longevidad colosales— no ha conseguido nunca el milagro de transformar la chatarra en trofeo. Porque cuando el Barcelona ha tenido grandes equipos arropándole, casi siempre ha acabado arrasando. Ha ganado 10 de las 16 Ligas que ha disputado, algunas con ventajas escandalosas: 15 puntos, 14 puntos dos veces, 11 puntos. Ha ganado cuatro Champions (incluyendo la memorable final de Wembley en la que aplastó al Manchester United). Sin contar Mundialitos, supertrofeos o galardones individuales.
Pero cuando el Barça no ha arrasado, cuando ha tenido que luchar cuerpo a cuerpo, ha habido más derrotas que victorias, desde la Liga que perdió por diferencia de goles con el Madrid el año del Tamudazo (2007) a la que se dejó en casa el último día con el Atlético en el Camp Nou (2014) o la que acabó perdiendo en el mano a mano con el Madrid en 2017 pese a una gloriosa victoria en el Bernabéu en el último minuto (2-3). Por no hablar de los chascos de Roma, de Liverpool o incluso de París, pese a la pírrica remontada del 6-1.
No estoy entrando en el debate patético de si Messi es lo que es gracias al Barça (ni a la igualmente patética contraposición de que el Barça de los últimos 15 años no habría sido nada sin Messi, como si fueran dos pedruscos sin valor alguno que cuando se juntan se transforman en un diamante por arte de magia). Quiero decir que esta Champions del coronavirus puede ser para Messi lo que el Nápoles, o quizás más exactamente la Argentina de 1986, fueron para Maradona.
El Barça, cuyo triunfo se cotiza 8 a 1, no cuenta en las apuestas, que lideran el City (2 a 1) y el Bayern (3 a 1). Hasta el PSG (5 a 1) está por delante y el Atlético a rebufo (8,5 a 1). El Barcelona llega derrotado en la Liga, sin moral, no se sabe si con entrenador, con un equipo avejentado, con un vestuario dividido y endiosado, con el presidente en la picota. Es la ocasión perfecta para que Leo Messi se invente un campeón de la (casi) nada y destroce uno de los dos mitos a los que se agarran quienes prefieren ver sentado en el trono del fútbol mundial al caudillo Maradona.
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