El gran Milan surgió de la niebla
El conjunto de Sacchi ganó el título en 1989 después de salvarse en octavos al ser aplazado el partido que perdía ante el Estrella Roja en Belgrado
Así se escribe la historia. El Milan de Sacchi se escapó milagrosamente vivo de la niebla de Belgrado una fría noche de invierno de 1988 y acabó convirtiéndose en un equipo de época. Como tal puede considerarse a esa particular squadra que enamoró a Europa con su estilo de juego tan brillante como eficaz y que ganó dos Copas de Europa consecutivas (1989 y 1990) con sus correspondientes Supercopas de Europa e Intercontinentales.
Casi todos los clubes que han marcado su territorio en la competición continental por excelencia han tenido su jornada fetiche. El Barça de Cruyff no hubiera alcanzado la gloria de Wembley 92 sin el gol de Bakero en Kairserslautern. El Barça de Guardiola no hubiese llegado al éxtasis del sextete sin el tanto de Andrés Iniesta en Stamford Bridge, y, sin ir más lejos, el Real Madrid de Zidane de las tres Champions consecutivas a punto estuvo de quedarse en sus primeros pasos tras perder (2-0) ante el Wolfsburgo en un horrible partido de ida, de no ser por los tres goles de Cristiano Ronaldo en la vuelta en el Bernabéu.
Así se escribe la historia. Y la del Milan de Sacchi comenzó a pergeñarse en aquel invierno del 88. Había ganado el scudetto en la temporada anterior (87-88) después de nueve temporadas de sequía y con dos títulos en su palmarés (1963 y 1969) volvía a la Copa de Europa después de los mismos años de ausencia. En octavos de final le tocó el Estrella Roja de Belgrado. Era ya el Milan de los tres holandeses: Rijkaard, el último en llegar, Gullit y Van Basten y un grupo de jugadores italianos entre los que Franco Baresi ejercía de líder y capitán.
El partido de ida se juega en San Siro y finaliza con un empate (1-1), goles de Stojkovic y Virdis. Aquel Estrella Roja se mostraba como un conjunto con oficio que exhibía el talento de un par de jugadores jóvenes: Savicevic y Stojkovic. El primero de ellos hizo carrera más tarde a las órdenes de Fabio Capello, el relevo de Sacchi, y fue el gran artífice de la Copa de Europa del 94 en Atenas cuando el Milan arrasó al Barça de Cruyff (4-0).
El pequeño Maracaná se convierte en el infierno del que siempre presumía la tarde del 9 de noviembre. Cerca de 100.000 aficionados, 6.000 de ellos tifosi milanistas. El primer tiempo finaliza con empate sin goles. En la reanudación, Savicevic adelanta a los locales. La niebla comienza a bajar sobre el terreno de juego. El árbitro alemán, Pauly, a instancias de uno de sus linieres, expulsa al delantero italiano Virdis por agredir a un contrario. Solo su auxiliar fue capaz de ver la acción. El estadio estaba en tinieblas. En el minuto 56 el colegiado decide suspender el partido. No se veía a cinco metros. La reglamentación de la UEFA de entonces señalaba que se tiene que repetir el partido al día siguiente en su totalidad y no valía el resultado del partido suspendido. Estadísticamente era como si no existiera. Eso sí, el Milan no podría contar con el expulsado Virdis, ni con Ancelotti, que había visto una amarilla y debía cumplir un partido de sanción.
Jueves. 15.00 horas. Valen las localidades del día anterior, pero las gradas no presentan el mismo aspecto. Menos de la mitad. El Milan demuestra su superioridad y se adelanta con un tanto de Van Basten. Sacchi, que había confesado que Gullit había viajado con el equipo pero no estaba para jugar, fue titular. El árbitro no ve un tanto de Vasilejvic en propia puerta y Stojkovic empata. Fue entonces cuando Donadoni, tras chocar con un rival, cae fulminado en el césped. Se viven momentos de terror. Maldini, el más impresionado, quizás por su juventud, no para de gritar que su compañero está muerto. Llora desconsoladamente. El masajista del Estrella Roja reacciona rápido. Consigue, por fin, sacar la lengua al jugador milanista y para hacerle la respiración artificial le rompe la mandíbula. Le ha salvado la vida. Donadoni es conducido a un hospital todavía con convulsiones.
El partido continúa y acaba en la tanda de penaltis. Giovanni Galli se convierte en el héroe rossonero. Detiene dos lanzamientos. A Savicevic y Mrkla. El Milan pasa a cuartos de final. Elimina al Werder Bremen y en semifinales arrasa al Real Madrid. Tras el empate del Bernabéu (1-1), goleada en San Siro (5-0) en una noche apoteósica, preludio de la final del Camp Nou contra el Steaua (4-0). La niebla de Belgrado estaba presente en la cabeza de todos los campeones. Sin esa bruma que obligó a suspender el encuentro, posiblemente hubiera quedado eliminado y las puertas de la gloria nunca se hubieran abierto para ese equipo que comenzaba su reinado continental.
La chapuza de Marsella.
Repite el Milan a la temporada siguiente. Revalida en el Prater de Viena ante el Benfica con un solitario gol de Rijkaard. Nadie parece capaz entonces de frenar en Europa a los hombres de Sacchi. Nueva defensa del título. Temporada 90-91. En octavos de final el rival es el Olympique de Marsella. En San Siro el partido acaba en empate (1-1). El mismo resultado que tres años antes contra el Estrella Roja. Vuelta en el viejo Velodrome. Se adelantan los franceses con un gol de Waddle (75′). El doble campeón está eliminado. Los minutos vuelan y de repente dos de las cuatro torres del estadio se apagan. El estadio queda a media luz. Tras los primeros momentos de incertidumbre, Galliani, la mano derecha de Berlusconi, el cerebro gris del club, baja al terreno de juego y pide a sus jugadores que se vayan al vestuario. Busca la suspensión del partido o, como mal menor, su repetición. Como en Belgrado. Vuelve parte de la iluminación y el árbitro decide que se puede seguir jugando y manda reanudar el juego en el área local. Una, dos, tres, cuatro veces. El Milan se retira. Y pone su maquinaria en marcha. Quiere ganar en los despachos.
La UEFA no se deja influenciar y al ver que su recurso no va a prosperar, el propio presidente Silvio Berlusconi pide público perdón y da por bueno lo sucedido. El 28 de marzo el máximo organismo del fútbol europeo sanciona al Milan con un año “por espíritu antideportivo agudo” y justifica que hasta en cuatro ocasiones el árbitro quiso reanudar el encuentro. Castigo que fue ratificado por el Comité de Apelación. Galliani fue sancionado con dos años. Quiso dimitir, pero Berlusconi no le dejó.
Ahí, en la media luz del Velodrome de Marsella, se agota el Milan de Sacchi, nacido bajo la niebla del Maracaná de Belgrado.
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