Todos eran Cazorla
Se va el asturiano y se va del fútbol español el último de los geniales intérpretes que convirtieron el medio campo en una ópera incomparable
Un periodo excepcional del fútbol español se cerró el domingo en Vila-real, donde Santi Cazorla comenzó y terminó su brillante trayectoria, con varios afluentes: Recreativo de Huelva, Málaga y Arsenal. Donde fue, alumbró a sus equipos con su sereno talento y una sonrisa que nunca le abandonó, ni en su dramático combate contra una lesión que requirió 10 operaciones y le apartó del fútbol durante dos años. “Tendrás suerte si vuelves a caminar”, le dijo un médico durante aquel calvario. Volvió para jugar de nuevo en el Villarreal, con 33 años, un regreso que alimentó más emociones que expectativas. Se anticipaba el ocaso irremediable de un gran jugador, pero se ha asistido a un regreso apoteósico, coronado con una exhibición frente al Eibar, en su último partido con la casaca amarilla.
Cuando alguien se pregunte en el futuro cómo jugaba Cazorla, basta con mostrarle un compactado de sus acciones en el día de la despedida. Con 35 años, Cazorla manejó el partido con todo su repertorio de habilidades, pases, decisiones y fantasía. Fue algo deslumbrante, tanto por la belleza de las jugadas como por la inteligencia y precisión en las decisiones. Pases largos, cortos y de gol, paredes, cambios de juego, caños, controles, regates, giros y engaños, una lección imponente de sabiduría y fluidez, a la velocidad justa, con los recursos apropiados y en los momentos adecuados.
Es difícil recordar una despedida tan antológica, el resumen de toda una carrera en una tarde. No se evitó ni lujos, ni detalles, pero todos tuvieron sentido, todos fueron necesarios para resolver las dificultades, salir airoso y resolver después con un pase impecable, el del primer gol por ejemplo, o el maravilloso pase cruzado en el primer tiempo que no pudieron concretar ni Peña ni Iborra. En todas sus intervenciones, la pelota obedecía a los pies amables de Cazorla, la clase de confiada relación que ha mantenido con el balón desde su temprano debut en el Villarreal en 2003.
Se va Cazorla y se va del fútbol español el último de los geniales intérpretes que convirtieron el medio campo en una ópera incomparable. Se va para unirse al equipo de Xavi en Qatar. No le han faltado admiradores a Cazorla, pero quizá ninguno siente tanto entusiasmo por él como Xavi Hernández. Quería contratarle el pasado año, pero Cazorla le dijo que no podía olvidar su afecto y la deuda moral contraída con el Villarreal, donde su contribución esta temporada ha sido impagable, a la altura de sus mejores días, cuando su pequeña figura se contradecía con su inmensa influencia en el campo.
Sin Santi Cazorla, último mohicano de la mejor generación de pequeños, sutiles y clínicos centrocampistas españoles, el vacío es abismal. Se fueron Iniesta y Xavi, David Silva abandona el Manchester City, donde es un mito viviente, y se apaga Fábregas en el Mónaco. Eran pequeños y ligeros en un fútbol cada vez más vigoroso, potente y lineal. Arrancaron entre prejuicios y sospechas. Estaban en las antípodas de la modernidad, hasta que dieron la vuelta al discurso y definieron la modernidad en sus equipos y en la selección que ganó un Mundial y dos Eurocopas.
Aquellos pequeños gigantes dejaron una huella imborrable y derrotaron prejuicios que, por desgracia, nunca desaparecen. Se escucha que Riqui Puig no será alguien en el Barça porque le faltan kilos y centímetros, aunque le sobran talento, dinamismo y pasión por el fútbol. Nadie sabe qué ocurrirá con Riqui Puig, pero conviene recordar a gente como Santi Cazorla cuando los topicazos presidan las opiniones de los críticos. Todos aquellos magos eran cazorlas, todos desafiaron las convenciones y todos hicieron del fútbol un lugar más delicado, hermoso y amable. Por si acaso, nunca se cansaron de ganar.
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