Zidane, el encantador
Amparado en el influjo de su leyenda, el técnico del Madrid convenció primero a los veteranos y luego al resto de centrarse en el esfuerzo a lo largo de 38 jornadas para volver a ganar la Liga
En 2011, con 18 años, Raphael Varane preparaba sus exámenes de bachillerato en Lens cuando recibió una llamada de un número oculto. “Creo reconocer la voz. Pensé: ‘¿Es Zizou?’. Y mientras pensaba oigo: ‘No es una broma, soy yo de verdad”, cuenta el defensa en Destino de campeón, un documental producido por Amazon. “Entré un poco en pánico, me pilló desprevenido. ‘Perdone, ¿podemos hablar en otro momento que ahora estoy ocupado?”, le dijo. Y le colgó. “¿Estás loco?”, le riñó su hermano, Anthony. Con eso bastó para que se mudara a Madrid.
El influjo de Zidane sobre muchos jugadores es extraordinario. “Es el mayor futbolista de Francia para todos los jóvenes”, dice Yvan Le Mée, agente de Mendy. “Cuando Zidane te dice que hagas esto o aquello, es Zidane, así que aprendes y escuchas rápido”. A veces, incluso si aquello que pide es cambiar el espíritu que los ha conducido a la gloria. Para atrapar la Liga que celebró el jueves en Valdebebas, cogió casi a los mismos jugadores con los que había levantado tres Champions y les convenció de que el camino que les había llevado hasta allí no valía esta vez. Las alegrías posicionales enmendadas con los goles de Cristiano no iban a funcionar. El cálculo que les permitía concentrar los esfuerzos en siete u ocho partidos de la Copa de Europa no conducía a levantar una Liga, 38 citas repletas de trampas.
Así que necesitó convencer a un grupo de veteranos cuajados de Champions, Mundiales y Eurocopas de arremangarse más a menudo y como nunca, hasta acabar completando el campeonato con menos goles recibidos en la historia del Real Madrid. “El entrenador les ponía las pilas, es el gran artífice de esta Liga”, dijo Florentino Pérez, presidente del club.
Esa capacidad persuasiva de la leyenda la detectó enseguida Carlo Ancelotti cuando le tuvo como segundo en el banquillo madridista, en la temporada 2013-14. “Enseguida me resultó muy útil por su proximidad con los jugadores en los entrenamientos. Sabía hablarles, explicarles cuestiones tácticas, motivarles”, cuenta el italiano en el reciente libro Zidane, de Frédéric Hermel. “Cuando habla, los demás escuchan”.
Y no solo los jóvenes como aquel Varane de 18 años. “Se le hace caso porque todo el mundo sabe que él mismo ha jugado al menos al mismo nivel”, contó Toni Kroos en una entrevista en el diario Süddeutsche Zeitung.
Ayuda también esa sencillez en sus explicaciones a menudo criticada por algunos analistas, pero valorada por los jugadores. “Zidane hace sencillas las cosas complicadas”, dice Le Mée, que también subraya el valor de la calma. “Da serenidad al vestuario y no estrés, como muchos entrenadores”. Eso también le gusta a Kroos: “Confirma que se llega lejos con la calma. Es un tipo tranquilo como yo. Fue la confirmación de que no estoy tan equivocado con mi filosofía. Da instrucciones claras, pero no como un profesor, no desde arriba”, dice en el libro El mito del Real Madrid, de Kai Psotta.
Zidane es consciente del efecto que provoca: “¡A mí no me la juegan! Tengo diecisiete o dieciocho años de vestuario sobre los hombros y sé de qué va esto. No soy de los que presumen delante de los jugadores, de los que sacan a relucir sus títulos de campeones del mundo, de Europa y todo el poderío. Sólo quiero que comprendan bien lo que tienen que hacer”, dice en el libro de Hermel.
No se la juegan, y cuando el compromiso decae, prefiere irse a casa, como después de terminar a 17 puntos del Barça en la Liga 2017-18, pese a ganar la Champions. El documental de Varane se rodó en aquel tiempo que el técnico pasó en paro, entre su salida y el regreso al banquillo blanco. Desde esa posición habla con nostalgia del tiempo que se mantuvo la exigencia mutua: “Yo con ese grupo estaba feliz, porque me siguieron de verdad, y los seguí, y eso creó cosas bonitas”, dice.
En marzo de 2019, cuando regresó a un equipo con todo perdido, y con la vista puesta ya en la Liga del curso siguiente, Zidane comenzó la reconstrucción tratando de recuperar a Marcelo, la parte más dañada de la vieja guardia más competitiva, que completaban Ramos y Cristiano. Sin el portugués, el técnico recurrió al resto del trío antes de tratar de contagiar a los demás. Para empezar volvió a alienar regularmente al brasileño, pese a que su estado de forma no invitaba a hacerlo.
Charlas con Ramos
Con Ramos resultó más sencillo. Según fuentes conocedoras de las conversaciones, el central es consciente de que a los 34 años se encuentra en el último tramo de su carrera y quiere acumular la mayor cantidad posible de títulos y récords. Además, la ausencia de Cristiano ha acentuado su competitividad.
A partir de ahí, trató de ampliar al máximo el abanico de futbolistas en la misma sintonía. “Voy a contar con todos”, ha repetido de manera machacona a lo largo del curso. Y todos han tenido sus momentos, incluso aquellos que, como James y Bale, acamparon el verano pasado en la pista de despegue. Algunos agarraron las oportunidades más que otros. Vinicius, por ejemplo, desapareció en invierno y, como cuentan fuentes de su entorno, supo que para reengancharse debía mejorar sus prestaciones defensivas. Se aplicó, bajo el cuidado de Zidane, especialmente atento con los jóvenes, y volvió. El empeño de demostrar que todos cuentan, si quieren, también deparó algún disgusto, como la eliminación de Copa contra la Real, con una alineación plagada de no habituales. “No puede contentar a todos”, lamentó algún peso pesado.
Pero él siguió adelante, más preocupado por que le entendieran dentro que fuera. Ha preferido pasar por rudimentario en lo táctico antes que explayarse en público sobre el profundo cambio de alma ejecutado prácticamente con las mismas piezas. Ha escogido restar importancia a la táctica (“es un estado de mente”) antes que verbalizar las razones del catálogo de dibujos utilizado a lo largo del curso, a menudo varios en el mismo partido.
El tuétano de su discurso ha mantenido aroma de mindfulness, atención al ahora: “Tengo la suerte de estar en este club y disfrutar cada día. El resto que se habla, que se dice que no soy bueno, nada, no va a cambiar lo que soy yo. Y ya está”. Así fue sorteando los obstáculos: seguir trabajando, pensar en el siguiente partido.
Así transformó también en una oportunidad el duro confinamiento. Con frecuentes conversaciones con Ramos y el resto de los jugadores en las que, volviendo a aquella alma de instantes que tanta gloria les dio, veían los 11 partidos que quedaban como una pequeña Champions. Once finales. Se repetían que si las ganaban todas, levantarían el trofeo. “Después del confinamiento, querían hacer cosas grandes. Se veía en el entrenamiento, querían quedarse a hacer más cosas después”, contó antes del partido contra el Villarreal, la décima victoria, la noche que volvieron a levantar la Liga.
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