Una luchadora contra la bulimia
La navarra Aintzane Gorria relata cómo combate la enfermedad que la apartó un año del tapiz en su carrera hacia los Juegos. Le han retirado una beca pero dice que, por fin, ha aprendido a quererse
La voz quebrada de Aintzane Gorria (Burlada, 24 años) lamenta: “Lo siento, pero me pillas en un mal momento, acabo de llevarme un disgusto terrible…”. La luchadora, en el sentido más estricto de la palabra, cuenta que la Federación Internacional (UWW) acaba de comunicarle que se suspenden los clasificatorios de su deporte para los Juegos de Tokio del próximo año y que, por tanto, las plazas se decidirán en función de ranking. “Y yo, lógicamente, no entro porque estuve parada durante 2019”, sigue la navarra, que empezó haciendo yudo en la ikastola y luego, conforme fue creciendo y empezó a entrenarse en un club de su municipio, situado entre Pamplona y la Villava de Miguel Indurain, se enganchó a la lucha como filosofía de vida.
Todo iba estupendamente, hasta que su mente le hizo una jugarreta y se torció. El estrés de responder y la ansiedad. El agarrotamiento psicológico. La maldita bulimia de por medio. El parón y, en consecuencia, casi un curso entero en blanco. “A la gente le dije que paraba por una lesión, escondí la realidad porque no me veía preparada para contarlo”, continúa; “te sientes culpable, y tenía la sensación de que yo era la culpable de no poder seguir compitiendo. Me avergonzaba de ello y no lo contaba. Ahora lo hago porque me gustaría que se eliminarán los tabús y se normalice. La gente está muy estigmatizada y en el mundo del deporte, con este tipo de cuestiones, creo que todavía más”.
Me sentía culpable y me avergonzaba. La gente está muy estigmatizada, y en el deporte todavía más
El problema nace en noviembre de 2018. “Fui al campeonato del mundo sub-23 y no daba el peso (-50 kilos) porque mi cuerpo estaba hecho polvo y no respondía”, precisa. “Solo subía de peso porque tenía una gran retención de líquidos. A partir de ahí lo pasé muy mal y decidí seguir adelante y en marzo competí en el Campeonato de España, y logré clasificarme para el Europeo absoluto, que era en abril. Una semana antes de ir allí ya había tocado fondo y mi entrenador [José Menéndez] se dio cuenta; tenía sospechas, se lo conté y fuimos al psicólogo”, prosigue Gorria, que en ese punto decidió frenar en seco y se alejó del tapiz.
“Me perdí todo… ¡Perdón! No me perdí nada, sino que gané muchísimo”, se corrige sobre la marcha antes de profundizar en su enfermedad. “No ves lo que hay más allá ni quieres ayuda. Piensas que eso es lo que te ha tocado y que debes tirar hacia adelante. Te dicen: ‘no vomites’. ¡Que no, que no! Que el tema es mucho más profundo que todo eso… Si fuese así de fácil… A nadie le gusta estar mal. Siento que muchos no han tomado mi enfermedad como tal, sino que dicen: esta ha tenido un problemilla… Y no es así. Yo sentía una tristeza permanente, un vacío, hundida. Como si esto fuese comiéndome poco a poco. Lo fundamental es dar el paso e ir arreglándote por dentro”, recomienda la luchadora, que iba viento en popa hacia los Juegos de Tokio y compagina las duras jornadas de entrenamiento en el CAR de Madrid con los estudios de INEF en la Universidad Politécnica.
Dice Aintzane que con el tratamiento va encontrándose mejor, pero matiza que las recaídas están y estarán ahí, y que con ellas vuelve el encierro en sí misma, la pérdida de control y los miedos. Ella, de hecho, sufrió una antes del estallido de la pandemia por la presión de los clasificatorios, que finalmente no llegaron a disputarse. “Esto no es algo lineal, no es un ‘me he curado ya’. Una persona bulímica siempre será bulímica. Puedes llevarlo mejor o peor, pero esos pensamientos siempre van a estar ahí, lo que ocurre es que a veces se activan y otras no. Es como ser alcohólico; puede que no estés bebiendo, pero eres alcohólico…”, remarca a la vez que señala que el confinamiento le ha venido bien, porque eso de que el encierro le obligó a ordenar mejor sus rutinas y pautas alimenticias.
Aunque se ha planteado más de una vez abandonar su deporte, no lo hace porque lo consideraría una huida, y celebra sentirse mejor y haber aprendido a quererse. “La lucha no es lo que me hace sufrir, sino todo lo contrario, porque me gusta; lo que me hace sufrir soy yo misma. Debo enfrentarme a mí misma y superarlo. ¿Qué sería más fácil dejarlo? Pues seguramente… Pero lo más fácil no siempre es lo mejor”, se autoimpone.
¿Qué sería más fácil si dejara la lucha? Seguramente, pero lo fácil no siempre es lo mejor
Denuncia, por el contrario, la poca delicadeza institucional. Le retiraron una de las tres becas que le habían concedido (la Podium de Telefónica) por los magníficos resultados obtenidos en 2018, “porque alguien”, dice mordiéndose la lengua, “no defendió mi nombre pese a saber que había parado por lo que había parado, y que me ocurre lo que me ocurre… Los de las becas no sabían nada, porque se guían según lo que les dicen los de la Federación, pero al final no se han portado bien conmigo. El dinero es solo eso, dinero, pero lo que me dolió es cómo han actuado”.
En cualquier caso, la navarra, que este 7 de julio cumple los 25, día de San Fermín, enfila con optimismo el futuro y ha dado un primer paso esencial. Abriéndose y contándolo, da ejemplo Aintzane.
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