Pepe Reina en esencia
Le ha pedido el cuerpo manifestarse como él ha creído conveniente y lo propio, en una sociedad que se considera avanzada y democrática, sería defender su absoluto derecho a hacerlo
Que Pepe Reina no es un intelectual era algo que se podía intuir desde hace tiempo, extremo confirmado ayer mismo por el propio futbolista en forma de comunicado. Tampoco es una facultad tan abundante como para andar sospechando de todo el mundo a la ligera y menos aún de un portero que juega bien con los pies, con todos los prejuicios ético/deportivos que encierra esta afirmación. Y está bien que así sea, además, porque al fútbol moderno solo le faltaba abrazar la intelectualidad para terminar de demoler lo poco que todavía conserva de su naturaleza original, de aquel deporte sencillo en el que juegan once contra once y gana el que más goles marca, habitualmente Alemania. Porque él así lo ha querido, de Reina esperamos buenas paradas, promesas de fluidez en la circulación y mucho protagonismo en las celebraciones de sus equipos: tampoco es necesario que se lance a rebatir a Kant ni a escribir ensayos sobre la importancia del canibalismo en la cultura azteca.
A mí, cuando pienso en Pepe Reina, lo primero que se me viene a la cabeza es la imagen de un tipo contradictorio ya en esencia: moderno, por ser un precursor en las nuevas funciones del puesto de portero, y al mismo tiempo clásico, de los pocos de su generación que se atrevieron a debutar en la élite con la camiseta metida por dentro y los pantalones subidos en exceso, casi a la altura del ombligo. Conserva, además, ese aura única de los especialistas, de los señalados por destacar en un apartado muy concreto del juego que en su caso es -o más bien fue - el de parar penaltis. Pero por encima de todo, cuando pienso en Pepe Reina pienso en el prototipo del futbolista sonajero, en esa especie de canción del verano recurrente que inundaba las portadas de los principales periódicos deportivos cada equis tiempo, relacionado en algún momento de su carrera con casi todos los clásicos de la élite nacional y no pocos clubes ilustres en el extranjero. De un modo u otro, Reina es el tipo de profesional que se pasa la vida sonando, un poco como Míchel en los banquillos. Y es, desde este punto de vista tan heterodoxo, como mejor podremos entender su evidente facilidad para generar ruido.
Tristemente, la imagen que los aficionados nos formamos de los deportistas no siempre tiene por qué estar basada en unos méritos deportivos que, en el caso concreto de Pepe Reina, son abundantes e indiscutibles aún en su condición habitual de secundario. De divertido maestro de ceremonias, el portero ha pasado en los últimos tiempos a ser considerado un facha por miles de aficionados que no escatiman en adjetivos a la hora de comentar sus opiniones políticas. Siempre ha sido este un mal negocio para los futbolistas en España, de ahí que la mayoría rehúsen significarse incluso cuando la actualidad aconsejaría un mayor compromiso por su parte. A Reina le ha pedido el cuerpo manifestarse como él ha creído conveniente y lo propio, en una sociedad que se considera avanzada y democrática, sería defender su absoluto derecho a hacerlo. Por eso me parece un tanto prescindible el comunicado emitido ayer: ni lo habíamos confundido con un intelectual, ni su condición de futbolista le exime de la crítica. A ver si va a resultar que no estamos hablando tanto de ausencia de libertades como de afán de protagonismo.
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