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Buen técnico, padre horrible

El extenista Guillermo Pérez Roldán confiesa el maltrato físico y mental al que le sometió su progenitor y entrenador

Guillermo Pérez Roldán, en Roland Garros en 1989.
Guillermo Pérez Roldán, en Roland Garros en 1989.Dimitri Iundt (EL PAÍS)
Enric González

La figura del padre-entrenador es clásica en el tenis. Los conflictos, también. El ex campeón argentino Guillermo Pérez Roldán, que en 1988 fue el número 13 mundial, ha revelado que su padre y entrenador, Raúl Pérez Roldán, le sometía a frecuentes palizas y acabó robándole todo el dinero. “Habría preferido tener un peor entrenador y un mejor padre”, dijo Guillermo. “Son cosas familiares”, respondió Raúl.

Guillermo Pérez Roldán tiene ahora 50 años y vive entre Chile, donde reside su esposa, e Italia, donde trabaja como entrenador de jóvenes tenistas. Sus revelaciones al diario bonaerense La Nación fueron inmediatamente respaldadas por Mariano Zabaleta, otro antiguo profesional que comenzó a jugar como juvenil a las órdenes de Raúl Pérez Roldán. “Estaba mal de la cabeza”, dijo Zabaleta sobre su antiguo entrenador. Zabaleta acabó pagando 100.000 dólares al técnico para desvincularse de él. “Paga lo que sea, te estás sacando de encima a un demente absoluto”, le recomendó su abogado.

El relato de Raúl Pérez Roldán contiene pasajes terribles. Habla, por ejemplo, de “perder un partido, entrar en una habitación y que te peguen una piña en medio de la boca con el puño cerrado”. O “que te metan la cabeza en un baño”. O ser azotado con un cinturón “porque decía que no me había movido bien en un partido”. Además de una constante violencia verbal.

El padre del extenista había creado una escuela en Tandil, una ciudad en el interior de la provincia de Buenos Aires, para jóvenes prometedores. El más prometedor era su propio hijo, Guillermo. En la escuela de tenis estaba también su hija Mariana. Pero Guillermo destacó con rapidez y ganó dos veces consecutivas (1986 y 1987) el campeonato júnior de Roland Garros. “Tengo que decir que fue un técnico de la puta que lo parió de bueno, pero un padre de mierda”, declaró Guillermo a La Nación. Después de esos éxitos tempranos, y harto de violencia, Guillermo comunicó a su padre que no quería trabajar más con él. “O te vas o no agarro más la raqueta”. El tenista siguió adelante sin entrenador.

La carrera de Guillermo fue breve, también por su padre. En 1993 se reencontraron en Génova y viajaron en coche a Milán para ver un partido de Zabaleta. “Paramos en una estación de servicio y fui a comprar algo para comer y a hablar por teléfono. Cuando miro afuera, dos tipos pegaban a mi viejo. Salí, pegué dos tortazos, me puse hielo en la mano y seguimos. Al otro día tenía la mano que parecía con elefantiasis”. Pese a dos operaciones, la mano de Guillermo nunca se recuperó. “Tuve que retirarme por defender a mi viejo, que, como siempre, estaba haciendo quilombo. Fue por ver quién estaba primero para cargar nafta, imagínate la boludez”.

En 1994, con 24 años y en vísperas de su boda, Guillermo descubrió que su cuenta estaba vacía. La cuenta se había abierto a su nombre, el de su padre y el de su madre, Liliana Sagarzazu. Para retirar fondos bastaban dos de las tres firmas. El padre y la madre se llevaron “unos cuatro o cinco millones de dólares”. El tenista debió pedir prestado a su abuela para alquilar un apartamento de una habitación.

Tras el descubrimiento, Raúl Pérez Roldán intentó convencer a su hijo de que olvidara de momento el dinero. “Vos te lo vas a gastar, yo te lo voy a cuidar”, argumentó. El hijo propuso repartirlo al 50%, pero el padre se negó. Años después, Raúl Pérez Roldán acudió a la segunda boda de su hijo, le pidió perdón y le prometió arreglar los desacuerdos financieros. “Volví a confiar y de nuevo tuve un puñalazo por la espalda”, explicó Guillermo.

Raúl Pérez Roldán rompió su silencio unos días después de las declaraciones de su hijo. “No voy a dar ninguna opinión, son cosas familiares, para arreglarlas internamente”. El padre reconoció que no había telefoneado a Guillermo tras conocerse su relato y que llevaban tiempo sin hablarse. “Nos juntaremos a hablar en alguna oportunidad”, dijo.

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