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Fermín Cacho: “Con El Guerruj se corría a tope siempre”

El campeón olímpico de 1.500m pasó de su admiración por Gordillo a competir con el marroquí en Juegos y Mundiales

Carlos Arribas
El Guerruj, por delante de Cacho y Reyes Estévez en la final de Sevilla 99.
Desmond Boylan (Reuters)

Fermín Cacho, nacido en febrero del 69, todavía era un niño que dormía con un balón y soñaba con Gordillo subiendo y bajando eternamente la banda con las medias en los tobillos cuando estalló la revolución cultural de los 1.500m. Coincidiendo con el apogeo del llamado entrenamiento científico-médico, la prueba fetiche del atletismo occidental dejaba de ser anglosajona y blanca. El 23 de agosto de 1985, el marroquí Said Aouita batió el récord del mundo (3m 29,46s): la distancia que habían glorificado Hägg, Andersson, Lovelock, Bannister, Landy, Elliott, Snell, Ryun, Walker, Coe, Ovett o Cram ya no era asunto del Viejo imperio británico, de las universidades o de Escandinavia, sino de las gentes del Magreb, de las montañas del Rif, del Atlas y de la Kabila.

“Y yo no pensaba todavía mucho en el atletismo, ni lo seguía ni me fijaba”, cuenta Cacho, infancia feliz correteando por las calles de un pueblo de Soria, en el páramo. “Dejé el balón y me hice atleta, y ya me entrenaba con Enrique Pascual, y entre los dos decidimos que me dedicaría a los 1.500m. ‘Es la distancia que más gusta a la afición en España’, me dijo Enrique. ‘La distancia a la que más caso se hace en todas partes, la distancia de Abascal y González…’ Yo había oído hablar de ellos, claro, de la medalla de González en los Mundiales del 87 y de la de Abascal en los Juegos de Los Ángeles, pero no soñaba con ser como ellos. No eran Gordillo, pero acabé siguiendo su senda”.

Después de Aouita, el récord mundial de la distancia pasó al argelino Noureddine Morceli y después al marroquí Hicham el Guerruj, y contra ellos le tocó pelear en el tartán a Cacho, y entre ellos se coló para, excepcionalmente, convertirse en 1992, a los 23 años, en el último no africano campeón olímpico de la distancia. “Y, de todos, el que más me impresionó siempre fue El Guerruj”, dice Cacho, y habla de la final olímpica de Atlanta 96, de sus estrategias y de la maldición de su querido El Guerruj, tan amigo. “Y, siempre lo hablo con Hicham, si no se hubiera caído cuando oímos la campana, habría ganado el oro en Atlanta”.

Quizás Cacho lo sepa mejor que nadie porque aquella tarde de agosto él terminó segundo detrás de Morceli, y estaba detrás de El Guerruj, tan cerca que lo esquivó de milagro, con un salto hijo de unos reflejos innatos de chico de pueblo, cuando el marroquí se cayó ante sus narices. “Me acuerdo de que para hacerle dudar y desconcentrarle, cuando nos presentaban en la línea de salida, le dije a Morceli que se fijara, que a mí me habían citado como campeón olímpico en el marcador electrónico y que él no era nada. Y seguro que eso le tuvo que perturbar un poco al comienzo de la carrera”.

El despiste le dura poco a Morceli, que toma el mando de la carrera y acelera a falta de 600m, y tras él, solo aguantan El Guerruj y Cacho. Tan cerca va el marroquí, y con tanta velocidad, y le cuesta contener la fuerza y el deseo, que a falta de 420 metros, su rodilla roza los clavos de Morceli, y este trastabilla un poco en el paso siguiente, cuando, ya desequilibrado, El Guerruj le pisa el talón. El que cae al suelo es el marroquí, y Cacho pierde unos metros decisivos con Morceli, quien acelera como alma que lleva el diablo. “Yo fui plata por todo ello, pero El Guerruj tendría que haber sido oro”, dice el soriano, que pasa el confinamiento en su segunda patria, entre los olivos de Andújar, con su mujer y sus hijos. “Y de Hicham siempre me encantó que quería que todas las pruebas, aun siendo finales, se corrieran a tope, a toda velocidad, sin más pejiguerías tácticas”.

Dos años más tarde, en 1998, El Guerruj rebajó 1,37s el récord mundial de Morceli, dejándolo en unos intocables 3m 26s (y en 1999, le rebajó también más de un segundo al récord de la milla, y lo dejó en 3m 43,13s, y hasta ahora, también). Ganó cuatro Mundiales consecutivos el marroquí nacido en 1974 entre los mandarinos de Berkane, aprendiz en un taller mecánico desde los 15 años y atleta forjado en los bosques de cedros de Ifrane, en el corazón del Atlas, pero la maldición olímpica en los 1.500m no la rompió hasta Atenas 2004, en su última oportunidad. Pudo entonces, a los 30 años, olvidar el llanto que le asaltó en el túnel del estadio olímpico de Atlanta después de quedar último, tras la caída, en la final. Aquel llanto lo secó casi de raíz una llamada telefónica del rey Hassan II, que le hizo sentir que pese a la derrota su figura seguía siendo admirada en Marruecos. Puedo solo ocho años más tarde, después de una derrota más dolorosa aún en Sidney, víctima de su afán, de su deseo y de su sobreentrenamiento, emular completamente a su ídolo verdadero, el australiano Herb Elliott, y su carrera favorita, la final de los Juegos de Roma 60.

Que El Guerruj siempre competía a tope lo prueba que hasta que las condiciones especiales de Doha 19 permitieran a Cheruiyot correr la final en 3m 29,26s, las tres finales de Mundial más rápidas fueran tres del marroquí. “Pero donde corrió rápido de verdad fue en Sevilla 99”, dice Cacho, sin aliento pensando en aquella noche de vértigo. “Solo tengo recuerdos agradables de aquello. Yo me encontraba muy bien pero hubo tres que corrieron más. El Guerruj ganó con unos impresionantes 3m 27s y yo fui cuarto con 3m 31s… eso lo dice todo”. Solo cinco atletas en la historia han bajado de 3m 28s.

La mejor colaboración de la pareja especial El Guerruj-Cacho se había producido antes, sin embargo, en Zúrich en agosto de 1997. Pegado a la zancada de El Guerruj, velocísimo como siempre, y sin desfallecer, Cacho acabó segundo con una marca tan extraordinaria (3m 28,95s) que no solo sigue siendo aún récord español sino la mejor marca jamás conseguida por un atleta no nacido en África. “Y a esa marca le doy un valor extraordinario, casi el mismo que al oro olímpico de Barcelona 92”, dice Cacho. “Se me resistía lograr una buena marca, y esta demuestra que yo no solo era bueno compitiendo, sino que podía correr muy rápido. La marca es lo que arropa las medallas”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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