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alienación indebida
Columna
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Regreso a Stamford Bridge

Al estadio del Chelsea volvemos cada 6 de mayo porque el fútbol, como lo vida, solo parece tener memoria para las bodas, los funerales y las enemistades irreversibles

Rafa Cabeleira
Iniesta, en la acción del gol contra el Chelsea que clasificó al Barça para la final de la Champions de 2009.
Iniesta, en la acción del gol contra el Chelsea que clasificó al Barça para la final de la Champions de 2009.Dylan Martinez (Reuters)

Cada 6 de mayo, desde hace ya 11 años, la España balompédica regresa a Stamford Bridge repartida en dos grandes grupos por motivos de fe. Acude nostálgico el barcelonismo, dispuesto a recordar uno de los momentos más emocionantes de su historia, pero también un amplio sector del madridismo, digamos que del 100%, empeñado en echar agua al vino y reconstruir el relato de la gran hazaña para asegurar una mejor digestión. Los datos que arroja el buscador de Google certifican el esfuerzo colosal de los segundos y su victoria por goleada en esta especie de metapartido eterno: mientras el término Iniestazo se tiene que conformar con unos meritorios 112.000 resultados, el apellido Ovrebo se eleva hasta unos impresionantes 186.000, ambos aproximadamente. Por una vez, y sin que sirva de precedente, podemos afirmar que el trabajo duro obtiene su justa recompensa.

Antes de todo esto, el partido que más había dado de que hablar en la historia de nuestro fútbol bien pudo haber sido el España-Italia del Mundial 94. Es difícil saberlo, claro está, pero aquella polémica se prolongó durante tanto tiempo que Luis Enrique parecía sufrir una hemorragia perpetua, incapaces de borrar de nuestras mentes aquella imagen tan icónica como dolorosa. El asturiano colgaría las botas diez años después, se tomaría su tiempo en entrenar al filial del Barça, a la Roma, al Celta... Y todavía en 2015, cuando lo vimos aparecer en el centro del Estadio Olímpico de Berlín, dispuesto a abrazarse con Leo Messi tras conseguir la anhelada Liga de Campeones, tuvimos miedo de que lo pusiese todo perdido de sangre y lágrimas, esclavo para siempre de su propia historia. Largo y tendido se habló sobre aquel incidente, tanto que en 2007 la banda cordobesa Deneuve publicó su cuarto álbum de estudio y lo tituló precisamente así: El codazo de Tassotti.

Pero había otra razón -mucho más prosaica, por cierto- para volver una y otra vez sobre el recuerdo de aquel partido: la dos Españas, el monstruo de dos cabezas, la polarización inevitable que reina en este país desde ya ni se sabe. Apoyados en la tristeza por la eliminación como único vínculo tangible, los dos bandos insistieron en prolongar, per saecula saeculorum, la guerra desatada a través de las ondas por los dos grandes colosos de la radio deportiva en aquella época: José María García y José Ramón de la Morena. La derrota se convirtió en castigo para unos y refuerzo para otros, tan obstinados en el apoyo y oposición a Javier Clemente que no dejaría de ser el seleccionador español por antonomasia ni cuando reemplazó a Paul Le Guen en el banquillo de Camerún, apenas un año antes de que Andrés Iniesta y Tom Henning Ovrebo lo sustituyesen como nuevos epicentros del debate futbolístico nacional.

A Stamford Bridge regresamos todos cada 6 de mayo porque el fútbol, como lo vida, solo parece tener memoria para las bodas, los funerales y las enemistades irreversibles entre grandes clanes familiares. Tanto nos obsesionamos con el golazo majestuoso del manchego y los penaltis reclamados al árbitro noruego que ya nadie habla de la increíble anomalía, del verdadero hecho histórico que los ojos de medio mundo tuvieron el privilegio de contemplar aquella noche: fue la única vez, como entrenador pero también como jugador, que vimos correr a Pep Guardiola sin que su explosividad fuera anulada por el VAR.

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