Bartomeu no es Florentino
El presidente del Barça, que ha malcriado a sus jugadores, no piensa dimitir sino mandar hasta 2021
“La normalidad no volverá hasta que el público llene el Camp Nou para ver a Messi”. La frase es de Ignasi Aragay en un artículo publicado en el Diario Ara.
Los goles de Messi, y últimamente sus jugadas, sostienen desde hace tiempo al Barça, de manera que cuando no hay partido, en el momento en que no se puede discutir sobre los años de fútbol que le quedan al capitán como jugador y la dependencia que genera su juego, parece como si no hubiera vida en el Camp Nou o, mejor dicho, solo hay malas noticias del FC Barcelona.
El equipo –o los resultados en palabras de Piqué— aguantan al club a partir del debut de Messi. El barcelonismo se ha acostumbrado tanto a ganar que le cuesta asumir las derrotas en la Champions. Las temporadas se suceden mejor que peor hasta que llegan las eliminatorias de la Copa de Europa. Y entonces, cuando se pierde en Madrid, París, Turín, Roma o Liverpool, se desencadena una tempestad que dura hasta que reaparece Messi.
Ahora el argentino está parado por culpa del coronavirus y no sabe cómo ocupar su tiempo, cada vez más preocupado por las redes sociales. Y, en su ausencia, se suponía que debía ser la entidad la que diera fe de vida del barcelonismo y marcara la pauta frente a la Covid-19, y no es el caso.
El Barça se ha ganado la condición de més que un club por su imaginación y creatividad para afrontar las situaciones más extremas desde que fue fundado por Gamper. Una de las últimas fue precisamente cuando ante la necesidad de capitalizarse y dar con un patrocinador firmó la alianza con Unicef propuesta por un directivo de la credibilidad de Evarist Murtra. Hay muy pocos barcelonistas que tengan el sentido institucional de Murtra. Ha sido directivo con presidentes tan antagónicos como Josep Lluís Núñez y Joan Laporta y habitualmente ha buscado y encontrado respuesta a las situaciones más delicadas: fue quien apadrinó a Guardiola y ha sido también quien advirtió que convenía parar el Espai Barça.
Al Barça le cuesta últimamente encontrar gente de club con el liderazgo y la capacidad suficientes para responder a las expectativas de su exigente carta de naturaleza por encima de lo que haga el equipo en el campo, acostumbrado a depender de Messi. No hay que olvidar que no ganó la Copa de Europa hasta 1992 y que llegó a estar 14 años sin conquistar la Liga (1960-1974). Y, mientras tanto, nadie cuestionaba el poder social, económico y deportivo del FC Barcelona.
La leyenda dice que Kluivert pidió que le enseñaran la vitrina de la Champions después de visitar el museo del Barça, convencido de que había tantos o más trofeos que los obtenidos en la Recopa o la Copa de Ferias. Con el paso del tiempo, aquel equipo perdedor, sostenido por el club, se convirtió en ganador, hasta el punto de que se cambiaron los papeles y fue el club el que vivía del equipo, hasta que Messi quedó confinado en Castelldefels.
El capitán ya ayudó a salir del pozo a Bartomeu en 2015 y el último y triunfal mandato de Laporta comenzó después de una moción de censura en 2008. Entonces, en unas condiciones muy adversas, cuando Ronaldinho disfrutaba más en la sala Bikini que en el Camp Nou, empezó el reinado de Messi como falso 9. El Barça que entrenaba Guardiola llegó a la cumbre para desesperación del Madrid.
A Florentino no se le ocurrió nada mejor que fichar a Mourinho y empezar la batalla contra el considerado mejor Barça. No estaba dispuesto a claudicar como en el 2006, cuando renunció a la presidencia por haber confundido, maleducado y malcriado a los jugadores del Madrid. Bartomeu, que ha confundido, maleducado y malcriado a los futbolistas del Barça, recuerda seguramente qué le pasó al presidente del Madrid, hoy blindado después de retocar los estatutos con el visto bueno del Tribunal Supremo.
Bartomeu no quiere ni puede perpetuarse como presidente del Barça sino que aspira a llegar hasta las elecciones de 2021. Está en su derecho; otra cosa es que se lo gane, de manera que no le queda más remedio que poner en orden al club mientras no pueda regresar Messi, cosa que significar esclarecer el Barçagate de manera más clarividente y entendedora de cómo cerró el fichaje de Neymar. El equipo de Messi ya tiene bastantes rivales contra los que competir como para tener que cargar con el lastre de su propio club por culpa de la mala gestión de la junta de Bartomeu.
Ya no se trata de que uno haga de protector del otro, sino que ahora el equipo necesita al club como aliado y no como enemigo para poder mantener su suerte en la Liga y en Europa.
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