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La pirueta de Bartomeu

El presidente depura a los directivos críticos para que no se fiscalice su mandato ni el escándalo del ‘Barçagate’ y se entrega al plantel de Messi

Bartomeu, en febrero en un acto oficial del club.
Bartomeu, en febrero en un acto oficial del club.Quique García (EL PAÍS)
Ramon Besa

A falta de fútbol, Josep Maria Bartomeu se ha puesto a jugar con la junta y, a juzgar por sus decisiones, se siente más capitán que nunca, como si fuera Leo Messi. Al presidente le mueve también la obsesión por la Champions, el trofeo sobre el que edificó su reinado en 2015 y con el que pretende honrar su despedida en 2021, y no desiste en activar el proyecto urbanístico del Espai Barça. Una empresa arriesgada y también obligada a ser revisada por su grandilocuencia e inversión desmesurada, tanto que a veces evoca el paso de Les Corts al Camp Nou (1957), tiempo de Kubala, héroe antes de Messi.

Bartomeu se desvive por el equipo de Messi y sus aspiraciones de reinar en Europa. También suspira por tener una salida tan apoteósica como fue su elección después de Berlín, por lo que es capaz de sacrificar a cuantos directivos sea menester, abocado como está el consejo a complacer al vestuario, a no cuestionar al presidente y a no condicionar los comicios de 2021. Vuelve el cainismo en vísperas de unas elecciones que podrían suponer la reaparición, abierta o de forma encubierta, de Joan Laporta y Sandro Rosell, ya protagonistas en 2003.

El modelo de gestión de Bartomeu nada tiene que ver con el de Laporta ni con el de Rosell. A partir del patrocinio de Qatar y de una economía de guerra, la junta de Rosell rebajó la deuda, controló la masa salarial, generó beneficios y corrigió el descontrol del último año de Laporta, al que de mala manera llevaron a los tribunales en una fallida acción de responsabilidad en 2010. Nadie se cebó con Bartomeu mientras fue vicepresidente, provocó incluso cierta compasión cuando sustituyó al dimitido Rosell por el fichaje de Neymar y hasta se le aplaudió por convocar elecciones en 2015.

El éxito cegó a Bartomeu y desde entonces ya no actuó como un gestor, sino que ejerce de forma plenipotenciaria, amparado en un área presidencial destinada a glosar su mandato. Siete vicepresidentes fueron invitados a salir o renunciaron: Javier Faus, Susana Monje, Manuel Arroyo, Carles Vilarrubí, Jordi Mestre y ahora Emili Rousaud y Enrique Tombas. También dejó su cargo Jordi Monés y lo harán Silvio Elías, Josep Pont y Jordi Calsamiglia. Y han desfilado también cuatro directores deportivos: Andoni Zubizarreta, Robert Fernández, Pep Segura y Eric Abidal.

Hay un denominador común en las crisis: las tensiones económicas por atender a las necesidades deportivas y la manera de actuar del presidente, cuya palabra se antepone a los acuerdos colegiados y siempre está al servicio del vestuario del Camp Nou. Bartomeu ha degradado ahora a Rousaud, Tombas, Elías y Font por ser críticos con algún ejecutivo y con el propio presidente, por plantear la posibilidad de adelantar las elecciones, por solicitar una auditoría externa por el conflicto de las redes sociales, el Barçagate, y por discutir sobre el recorte de salarios en el ERTE.

Las quejas del vestuario

Los futbolistas se quejaron a Bartomeu porque se filtraron sus negociaciones para rebajar el sueldo. Algún directivo sostuvo que la propuesta del consejo tenía que ser más alta que la del 70% finalmente aceptada y consideró que la respuesta de los jugadores fue pobre si se atiende a la firmada en la Juve o el Bayern Múnich. Los más insatisfechos fueron los ahora señalados y los que exigieron una investigación sobre el Barçagate denunciado por la Cadena Ser.

A Rousaud le consta que se fraccionó en facturas de 200.000 euros el pago a I3 Ventures, la empresa dedicada a mejorar la imagen del club en las redes y a difamar a algunos jugadores y opositores, para así evitar la intervención del comité de adjudicación y control de cuentas del que formaba parte como vicepresidente del Barça. El consejo encargó al final una auditoría externa que será examinada por la comisión delegada formada por el presidente, los vicepresidentes, la secretaria Maria Teixidor y el CEO Óscar Grau. No es casual que Bartomeu se asegure un fallo favorable con la salida de Tombas y Rousaud.

Los directivos depurados consideran que el Barçagate es el detonante del cisma: Bartomeu fiscalizará su obra, amenazada por una situación económica muy grave, con directivos de su confianza como Jordi Moix, encargado también del área de patrimonio, mientras que el tesorero será David Bellver, íntimo de Rosell. Al mismo tiempo, Jaume Masferrer podría recuperar su cargo de director del área presidencial del que fue suspendido por el Barçagate. A costa de ser acusado de nepotismo y traición por destituir a directivos por teléfono, Bartomeu exige lealtad para ir en busca de la Champions y del Espai Barça. Su reto es cohesionar a su junta de la misma manera que el de Messi es cohesionar al equipo.

El fin justificaría los medios en el Camp Nou.

Lucha de poder con vistas a las elecciones 2021

Rousaud montaba una candidatura a las elecciones de 2015 cuando Bartomeu le convenció para entrar en su junta. Ahora, ya degradado tras ser promovido en enero para liderar el continuismo, se desconoce si optará a los comicios de 2021 a los que no se puede presentar Bartomeu, pitado últimamente en el Camp Nou. Aunque desistió, Bartomeu quería que, como signo de confianza, los directivos firmaran una carta de dimisión al aceptar sus cargos en 2015.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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