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ALIENACIÓN INDEBIDA
Columna
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Amor Ciego

A la UEFA debería importarle mucho más la salud de sus aficionados y profesionales de lo que ha demostrado. Debería, cuando menos, ser capaz de fingirlo, pero el dinero va siempre por delante

Logo de la UEFA en la sede del organismo europeo en Nyom (Suiza).
Logo de la UEFA en la sede del organismo europeo en Nyom (Suiza).LAURENT GILLIERON (EFE)
Rafa Cabeleira

Todavía no se han dado suficientes explicaciones sobre lo sucedido hace unas pocas semanas y el fútbol ya está pensando en volver, incapaz de controlar su egolatría ni en las horas más oscuras. Imágenes como las de Anfield Road, con más de tres mil aficionados atléticos llegados ese mismo día desde uno de los principales focos de contagio de Europa, no son suficiente mancha en la conciencia de unos dirigentes que parecen dispuestos a pecar nuevamente de imprudentes.

Tampoco la ya tristemente conocida como “bomba biológica”, que es como el jefe de Neumología del hospital de Bérgamo, el Dr. Fabiano di Marco, bautizó aquel Atalanta-Valencia que ahora está en el punto de mira de las autoridades sanitarias como acelerador en la propagación del virus. Unos 40.000 bergamascos se desplazaron aquel día a San Siro, casi la tercera parte de la población lombarda, junto con tres mil aficionados del Valencia. Y si bien parece claro que es responsabilidad de los gobiernos cuidar de sus ciudadanos, en general, no es menos cierto que a la UEFA debería importarle mucho más la salud de sus aficionados y profesionales de lo que ha demostrado. Debería, cuando menos, ser capaz de fingirlo, pero ni en eso se molesta ya: el dinero va siempre por delante de todo lo demás.

El fútbol, hoy, es Gwyneth Paltrow a los ojos de Joe Black en aquella comedia de los hermanos Farrelly, Amor Ciego: una completa distorsión de la realidad. Bajo los grandes titulares, el marketing social, los niños saltando al campo de la mano de sus ídolos y demás fanfarria, se esconde un negocio fagocitador que ni siente ni padece, al que solo le duelen los contratos, los balances de explotación y los compromisos empresariales. Aquel fútbol de los cuentos de Fontanarrosa ya no existe, se nos escapó de entre lo dedos hasta convertirse en un triste manual de políticas neocom.

Nos quitaron al viejo Casale de los renglones, o a Wilmar Everton Cardaña, y lo llenaron todo de grafismos y ecuaciones, que es la literatura de los necios. Solo ellos podrían pensar en reactivar el fútbol cuando Europa se debate entre la incertidumbre y la desesperación. Porque, además, noticias como el ERTE planteado por el Barça a sus empleados deberían bastarnos para comprender cuán sobredimensionado tenemos al fútbol, donde no es oro todo lo que reluce ni falta que le hace: siempre existe una salida beneficiosa para él, a poco que sepa dónde buscar.

En realidad, todo lo dicho anteriormente no vale de nada porque el fútbol es mucho más que unos cuantos ejecutivos vanidosos y voraces, incapaces de liderar al conjunto humano que representan como se merece. Lo hemos visto estos días, con ejemplos de todo tipo, y lo seguiremos viendo en el futuro porque el fútbol sigue teniendo más corazón que colmillo, por mucho que lo fuercen a sonreír constantemente. Todos queremos que vuelva lo antes posible, comenzando por sus principales protagonistas, pero no es algo que deseemos a cualquier precio ni, por supuesto, de cualquier manera.

No es cierto que algo sea siempre mejor que nada y, bajo circunstancias como las actuales, la nada empieza a parecer lo mejor de todo. Y es que el amor ciego no es amor de verdad, tan solo un defecto en la vista.

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