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ALIENACIÓN INDEBIDA
Columna
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Nuestra Señora de Simeone

Hay que reconocerle al Cholo unas cuantas cosas, entre ellas que suele jugar a los milagros y a veces los encuentra

Simeone celebra el pase a cuartos al finalizar el partido contra el Liverpool.
Simeone celebra el pase a cuartos al finalizar el partido contra el Liverpool.Julian Finney
Rafa Cabeleira

Empieza a parecer evidente que Diego Pablo Simeone no es tanto un entrenador de fútbol como una Virgen. Una verdaderamente milagrosa, eso sí. Como Nuestra Señora de Fátima o la afrancesada de Lourdes, de las que inspiran y protegen a partes iguales, de las que trascienden más allá de una fe concreta porque están respaldadas por una buena historia. Cerca de tres mil fieles se desplazaron a Liverpool para presenciar en directo un nuevo ejercicio de épica y delirio, de muerte y resurrección, dejando a un lado la responsabilidad individual a la que llevan días apelando las autoridades sanitarias porque la religión –y el fútbol lo es– se entiende con la razón como un ratón con el pegamento: siempre a posteriori.

El Liverpool de Klopp, ese equipo exuberante que salta al campo corriendo para intimidar, como los alemanes en Evasión o victoria, fue mejor en los dos partidos, tuvo más oportunidades de gol en los dos partidos y, por supuesto, perdió los dos partidos. Si este fuera un deporte lógico, los mejores estrategas y comentaristas serían matemáticos. Pero a diferencia del béisbol y otras disciplinas más computables, el fútbol se compone de tantas variables emocionales, de tantos acasos, que la suma de los merecimientos no siempre se refleja en el marcador final. Construyeron más y mejor los ingleses, pero las normas son claras a este respeto: se gana y se pierde al dictado de los goles. Sin buscarlos con tanto ahínco como su rival, el Atlético los encontró bien escondidos donde nadie buscaba.

Hay que reconocerle a Simeone unas cuantas cosas, entre ellas que suele jugar a los milagros y a veces los encuentra. Si esto es suficiente o no para un equipo de la enjundia actual del Atleli es ya una cuestión de gustos, perspectivas y hasta de estadísticas. Hace unos años, en Múnich, sufrió una avalancha de las que solo salen vivos los ungidos por algún tipo de gracia divina. Al finalizar el partido, su entonces capitán y principal baluarte de la defensa, el uruguayo Godín, declaró que nunca en su larga carrera deportiva se había sentido tan superado sobre un terreno de juego. Lo hizo, eso sí, con la sonrisa del superviviente dibujada en el rostro y las uñas astilladas de tanto aferrarse. Desde entonces, a Simeone le han llovido infinidad de críticas por ese conservadurismo desmedido que parece ser la única receta que le funciona, al menos cuando le funciona, y se da la bendita casualidad de que ayer, una vez más, volvió a funcionar.

Ver en todo esto algún tipo de prodigio táctico parece un tanto excesivo pero el fútbol, para bien o para mal, se ha acostumbrado a que lo expliquemos en función de los resultados. Y por eso estos octavos de final pasarán a la historia como una de las victorias más memorables del Atlético de Madrid en Europa, una muesca más en la culata del fútbol franciscano, un nuevo milagro de Nuestra Señora de Simeone. No hay un solo aficionado colchonero en el mundo que hoy se cuestione el cómo, para qué. La vida son dos días y Estambul está a cuatro pasos. No es ni una procesión, que sería lo menos que se merecería su entrenador cada 11 de marzo por lo que nos quede de vida, tanto a los que creen en él como a los que simplemente sospechamos. A fin de cuentas, todos somos criaturas de Dios y, no pocos de los elegidos, canteranos del Real Madrid.

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