La gran rebelión anticapitalista del fútbol alemán
Alemania intenta sin éxito un pacto que frene la revuelta general de los hinchas contra el poder de los accionistas
La Bundesliga no se interrumpió este fin de semana. Tampoco pararon las manifestaciones de las hinchadas insultando a Dietmar Hopp y a la federación alemana de fútbol (DFB). El cántico se extendió por todos los campos: “¡Fussballmafia, DFB!”. Solo cambió la actitud de los árbitros, que hicieron oídos sordos a los insultos. La tregua fue el resultado de la reunión oficiosa que mantuvieron clubes, hinchas y federación en un intento por salvar la crisis. El show debe continuar. Queda abierta la incógnita sobre la supervivencia de un contrato social con más de medio siglo de vigencia.
Los aficionados, los clubes y la federación urdieron la sólida trama que fundamentó al fútbol alemán de la posguerra. Todo comenzó a desmoronarse en noviembre de 2018, cuando el comité de competición de la DFB emitió una sanción draconiana prohibiendo a todos los socios del Borussia Dortmund, sin excepción, acudir al estadio del Hoffenheim. El motivo, exhibir una pancarta que llamaba “hijo de puta” a Dietmar Hopp.
Presidente de la multinacional tecnológica SAP, primer proveedor de tecnología y patrocinios del fútbol alemán, Hopp es una de las fortunas más grandes del país. En 2015 la federación hizo una excepción a la regla del 50+1, que impone que la propiedad de los clubes debe repartirse entre sus socios, para permitir que el empresario adquiriera más del 90% de las acciones del Hoffenheim. La mayoría de los aficionados del resto de clubes interpretaron que así se adulteraba la competición y la propia esencia comunitaria que había caracterizado al fútbol. Al frente de la revuelta se situaron los ultras del Dortmund, objeto de la pena más dura que se recuerda en la Bundesliga y motivo de movilización solidaria. Desde Wuppertal a Gelsenkirchen, y de Berlín a Múnich, pocas manifestaciones reflejaron el sentimiento general como la pancarta que desplegó la hinchada del Mönchengladbach el pasado 22 de febrero, tras la reactivación del fallo de la DFB contra los socios del Dortmund: “Hijos de puta insultan a un hijo de puta y acaban siendo castigados por hijos de puta”.
La Bundesliga estuvo a punto de interrumpirse la semana pasada después de que los árbitros recibieran órdenes de la federación alemana de parar los partidos si se registraban insultos contra Hopp. El ya célebre “Hopp hijo de puta” —Hopp hurensohn— adquirió entonces trascendencia mundial. Las injurias estampadas arreciaron en los estadios de todo el país. Cuando los árbitros respondieron la crisis se inflamó.
La Copa, disputada el miércoles pasado, y la 25ª jornada de la Bundesliga que se celebró este fin de semana, elevaron el nivel de la protesta sin que los árbitros hicieran nada por parar los partidos. La pancarta de los socios del Schalke señaló una evolución: “Pedimos perdón a todas las putas por haberlas relacionado con el señor Hopp”.
Permitido insultar a Hopp
Solo un partido del fin de semana estuvo a punto de suspenderse, a instancias del árbitro. Fue el encuentro que midió al Carl Zeiss Jena con el 1860 Múnich, en Tercera División. Los hinchas lucieron una pancarta de tantas: “Los dobles raseros de la DFB son irrisorios / Hopp es un hijo de puta”.
Alarmada frente a lo que parece una ola de consecuencias económicas impredecibles, la DFB se encuentra en plena encrucijada. Con más de siete millones de miembros, es la mayor federación deportiva del planeta. Pero desde hace años carece de un gobierno estable y su rígido posicionamiento en defensa de Hopp no ha reforzado su crédito.
En un intento por cerrar la fractura la DFB convocó el pasado jueves una reunión informal. Acudieron representantes de los clubes, preocupados ante la amenaza de una interrupción de la jornada, y delegados de las aficiones de todas las regiones. El Bayern, aliado de Hopp, defendió la necesidad de redoblar las sanciones contra los socios díscolos. La mayoría, sin embargo, propuso una vía conciliadora. Los clubes tienen muy presente que el clima apasionado en los estadios forma parte del escenario imprescindible para vender los derechos televisivos a buen precio. Las fórmulas de aficiones institucionalmente controladas, ensayada por la DFB para los partidos de la selección, se han traducido en estadios cada vez más vacíos. Hubertus Hess Grünewald, presidente del Werder Bremen, estuvo entre los moderados. “Hay que admitir miradas diferentes sobre el problema de Hopp”, dijo.
Los clubes y la federación acordaron que, dado que no se puede parar el fútbol por el mero ejercicio de la libertad de expresión, tendrían que aceptar los insultos. Los árbitros no actuarían a menos que las manifestaciones incurrieran en apología de la violencia o presuntas amenazas de muerte, como la efigie de Hopp en el centro de una diana.
“El dinero sangriento de Catar”
La visión extrema de Karl-Heiz Rummenigge, presidente del Bayern y partidario de echar a los hinchas rebeldes de los estadios, contrasta con la posición de los ultras del club bávaro. Este domingo, en la curva más fanática del Allianz Arena, durante el Bayern-Augsburgo, desplegaron una pancarta contra la actual directiva del club, a la que critican por hacer negocios con una monarquía absoluta: “El rostro más feo del Bayern lo muestran quienes reciben dinero sangriento de Catar”.
Existen amplios sectores entre los ultras alemanes que presumen de una larga tradición socialdemócrata. Los socios más activos del Werder Bremen, que hicieron bandera de su oposición al patrocinador del club, la inmobiliaria Wohn Invest, tachada en sucesivas pancartas como “tiburón inmobiliario”, son el reflejo de un sentimiento común. Ven en el fútbol una actividad cívica, intrínsecamente contra a la explotación comercial sin límite.
La Fanszenen Deuschlands, una de las organizaciones de ultras más grandes de Alemania, publicó este viernes una carta abierta contra la DFB en donde asegura que los hinchas solo pretenden defender los valores democráticos. “Combatimos la doble moral y la fobia hacia la democracia de los representantes del autodenominado fútbol moderno”, reza; “…el establishment tiene una idea distorsionada del estado de derecho… Tratan de someter a las curvas a la censura”. La carta se cierra con un alegato antidiplomático: “Fick dich, DFB”. Jódete, DFB.
Hopp solo es el nombre del descontento. “Esto no va a parar”, admitía esta semana el directivo de un club sajón, resignado ante la profunda crisis social que sacude al negocio.
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