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Bautista, el tenista discreto para todo

El castellonense, un apasionado de los caballos de su finca familiar, vive su mejor momento deportivo sin olvidar sus rutinas de siempre. “Cuando se propone algo, es capaz de aislarse de todo”, dice su técnico

Alejandro Ciriza
Bautista, emocionado tras ganar.
Bautista, emocionado tras ganar.Manu Fernandez (AP)

Cuando no está compitiendo en algún rincón del mundo, Roberto Bautista (Castellón, 31 años) pone el despertador cada día a las seis de la mañana. El tenista, protagonista de una conmovedora historia en medio del éxito español en la Copa Davis, se levanta para limpiar, alimentar y cuidar de las siete yeguas que posee en su finca familiar, con las que hace excursiones de hasta 80 kilómetros. Además, es propietario de otros pura sangre a los que cría para la competición.

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“Junto al tenis, son su otra gran pasión”, cuenta a través del teléfono su preparador, Pepe Vendrell, todavía con los pelos de punta tras lo ocurrido el domingo en la Caja Mágica, cuando España conquistó su sexta Ensaladera en una jornada de elevada carga emocional.

Tres días antes, el padre de Bautista, Ximo, falleció después de tres años luchando contra las secuelas de un grave accidente doméstico. En cuanto su entorno le advirtió del deterioro de la situación, Bautista decidió abandonar la concentración del equipo y voló a casa para acompañar a su progenitor. Al día siguiente asistió al funeral y el sábado cogió el coche a primera hora de la mañana para regresar a Madrid, sin mayor pretensión que la de animar a sus compañeros.

“No íbamos con la intención de jugar, pero al llegar allí nos dijeron que el equipo estaba con la guardia baja, que Marcel [Granollers] y Pablo [Carreño] estaban tocadillos y que Rafa y Feliciano acumulaban bastante desgaste”, precisa Vendrell, su técnico desde 2011. “Si no hubiera vuelto, mi padre me habría dado un tirón de orejas…”, comentaba Bautista después de lograr el punto que abrió la serie definitiva contra Canadá y de que Nadal rematase la victoria.

Un año antes, de forma repentina, el nueve del mundo había perdido a su madre Ester Agut, apellido que no se olvida de lucir en su ficha tenística oficial. “Roberto [hijo único] tenía una relación muy estrecha con ambos, estaban muy conectados, así que ahí dentro, en el corazón, se han quedado muchas cosas de ellos. Él decidió volver y todos le apoyamos. Si te quedas mirando atrás, no te mueves, así que… Es difícil explicarlo, pero siento que su padre le empujó durante el partido”, cuenta Vendrell, pegado al tenista día a día.

Y es que el tenis es la mejor terapia para un chico al que le vida le ha dado dos reveses monumentales. El último, solo una semana antes de su boda con Ana, su novia de toda la vida; una mujer de un perfil tan discreto como el suyo. “Rober –como se le conoce en la trastienda del circuito– es muy discreto, lo que desprende en la pista. Está más cómodo cuando el foco no está sobre él, así que no va a sacar pecho ni a ponerse de ejemplo por lo que ha hecho, de ningún modo; ahora bien, ojalá haya personas a las que esto pueda servirles de inspiración”, agrega su entrenador, que define al tenista como un profesional metódico.

Regular, minucioso... y casi futbolista

“Cuida al máximo todos los detalles: recuperación, flexibilidad, alimentación, descanso… Es muy de rutinas. Sus padres le han inculcado la cultura del esfuerzo. Así es como ha forjado esa fortaleza mental, y el tenis le ha ayudado mucho porque es un deporte que exige estar centrado al máximo. Cuando él se propone algo, es capaz de aislarse de todo. Su evolución no ha sido fácil, porque en algunos momentos ha tenido dudas, así que esa mentalidad le ha permitido llegar adonde ha llegado”, añade Vendrell.

A contracorriente, Roberto Bautista ha seguido el cauce inverso al de la mayoría de los tenistas. El castellonense vive su mejor momento profesional en la treintena. Siempre en una línea regular, ha sido este curso en el que ha dado un impulso definitivo, alcanzando las semifinales de Wimbledon y el número nueve de la ATP, su mejor ranking en 14 años de carrera. Previamente logró nueve trofeo en s-Hertogenbosch, Stuttgart, Auckland (2), Sofía, Chennai, Winston-Salem, Dubái y Doha.

Hoy día figura en la primera línea del escaparate tenístico, pero su porvenir bien podía haber sido muy distinto. Él quería ser futbolista, como su padre –exjugador del Castellón, del que lució la camiseta hasta el filial antes de dedicarse a la banca–, e iba por el buen camino. Hasta los 14 años militó en las categorías inferiores del Villarreal, aunque su abuelo lo inscribió en el Club de Tenis de Belloch y terminó imponiéndose la raqueta, con Davis Ferrer y Juan Carlos Ferrero como referentes.

El domingo, en una lección humana en toda regla, jugó con muñequeras negras y le brindó la victoria a su padre. Y se mereció el tributo de Nadal, con los ojos vidriosos mientras lo proyectaba: “Yo he ganado ocho partidos [de los 11 que sumó finalmente España], pero aquí la persona que ha sido vital ha sido Roberto. Él es un ejemplo para el resto de mi vida”.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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