La rivalidad creó y mató ‘Er Trofeo’
Las finales veraniegas entre Sevilla y Betis pasaron del éxito a desaparecer
A mediados de los setenta, los torneos de verano estaban en su apogeo. Varios de ellos, en Andalucía: Carranza, Colombino, Costa del Sol... El alcalde de Sevilla era un médico endocrino cuyo nombre completo casi podía ser una delantera de fútbol: Juan Fernández Rodríguez García del Busto. Un tipo emprendedor, que decidió el traslado de la Feria del Prado de San Sebastián a su ubicación actual, decisión muy polémica en su día, pero que resultó un gran acierto, e inició las obras del metro de Sevilla. De él salió la idea de hacer un Trofeo en Sevilla, en la mejor intención de rodear de cordialidad la picadafutbolística de la ciudad. “Ya que Sevilla no tiene playa, al menos tendrá trofeo”.
La idea era un cuadrangular con los dos equipos locales y dos extranjeros de nombradía que se encargaba de contratar José Luis Torcal, un hombre de estatura mínima, especialista al que recurrían todos los torneos de verano. No podía ser en fin de semana, porque Sevilla se vacía para huir a la playa. Se jugaría martes, miércoles, jueves y viernes: semifinal, semifinal, final de vencidos y final, respectivamente. Años pares en el Pizjuán, impares en el Villamarín. Tras la final habría un cierre artístico, una velada de música y cante al aire libre en la Plaza América, en cuatro escenarios: cante y baile, copla, figura estelar (Rocío Jurado el primer año) y conjuntos modernos con pista de baile. Para todos los gustos. Allí se entregarían los trofeos a los mejores jugadores y la copa al ganador. El trofeo cambiaría cada año, al modo de la portada de la Feria, evocando algún monumento de la ciudad.
Los clubes se opusieron a la idea inicial de enfrentarse en la semifinal a fin de garantizar un finalista sevillano. Empezar perdiendo a mediados de agosto con el rival podría suponer un cañonazo contra la venta de abonos. El emprendedor alcalde lo aceptó: jugarían las semifinales por separado. De las taquillas, descontados los gastos de contratación de los equipos extranjeros, se harían cinco partes: una para cada club, otra para el ayuntamiento, una cuarta para el que pusiera el campo y una quinta para el equipo ganador.
Empezó en 1972 con éxito fulgurante. El Sánchez Pizjuán se llenó los cuatro días. Lo ganó el Sevilla, en final ante el Honved. El Betis fue tercero, batiendo al Peñarol. La velada estuvo concurridísima y todo discurrió en un ambiente de concordia entre aficiones. Lo que el alcalde había soñado.
Pero ¿y cuando les tocara enfrentarse en la final?
Pues pasó en la cuarta y la quinta ediciones y no ocurrió nada malo. Todo era felicidad: puesta en escena de los nuevos fichajes, recaudaciones altas, buenos partidos, desfile de grandes estrellas mundiales en los equipos invitados —Eusebio, Keegan, Roberto Dinamita, Blokhin, Morena, Robson, Bertoni (que luego ficharía por el Sevilla), Conti, Benetti…— y velada concurridísima y feliz, disfrutando la noche sevillana en el Parque de María Luisa, sevillistas y béticos en armonía. Er Trofeo, lo llamaba la gente, y vino a unirse a la Semana Santa y a la Feria como gran acontecimiento local. Se hablaba de él desde que acababa la Feria.
Todo empezó a torcerse en el 77, cuarta final sevillana consecutiva, con el Betis flamante campeón de Copa. El partido se endureció, se le fue de las manos al árbitro, el francés Vigliani. Hubo expulsados, penaltis… Aquello se crispó. Cuando Gallego, capitán sevillista, retornado del Barça, subió a por el trofeo de segundo clasificado, fue increpado, contestó, fueron a por él, se pegaron jugadores del Sevilla con aficionados béticos, la copa saltó por los aires… Los ánimos seguían calientes en la velada, que se llenó de discusiones y peleas. La gente de paz se retiró antes que nunca. Y muy triste.
Se decidió suprimirla. Y sin la peana de la velada nada fue lo mismo. Las cosas empeorarían en el 80, cuando en otra final sevillana, ésta ganada por el Sevilla, al término del partido hubo lanzamiento masivo de objetos, seguido multitud de peleas en las galerías del Pizjuán y hasta un apuñalamiento.
Le edición del 81 fue deprimente, en un Villamarín pelado por fallo en la renovación del césped y flojas recaudaciones entre una sensación de fracaso colectivo. Se intentó salvarlo como triangular que cada año sólo jugara uno de los dos. Perdió sentido y desapareció. Hubo algún intento de reflotarlo, el primero en el 92, por la Expo, pero era inútil. El buen rollo, la ilusión, la velada en el Parque… El Trofeo tal y como lo concibió aquel alcalde ya no tenía sitio.
La rivalidad inigualable entre el Sevilla y el Betis, que había inspirado su creación, acabó por devorarlo. Musho Sevilla. Musho Beti. Musha rivalidad…
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