Chusovitina no se cansa nunca
La uzbeca, de 44 años, lucha por lograr la clasificación para Tokio 2020, que serían sus octavos Juegos Olímpicos
Desde que Nadia Comaneci y Olga Korbut demostraran al mundo que los cuerpos pequeños vuelan mejor, la gimnasia ha sido cosa de niñas y adolescentes. Y, aunque esta tendencia está cambiando y cada vez más mujeres alargan su vida competitiva hasta la veintena (Simone Biles, la gran estrella de este deporte tiene 22 años), el caso de Oksana Chusovitina es extraterrestre. A los 44 años, la uzbeca compitió este viernes en los Mundiales de Stuttgart con la vista puesta en los Juegos de Tokio del verano que viene, la que sería su octava cita olímpica. Casi tres décadas al máximo nivel. Lo tiene difícil, pero tiene opciones de clasificarse para su enésima final de salto. A falta de un día de competición, Chusovitina es la tercera clasificada en su gran especialidad.
A través de la vida de Chusovitina se podría contar la historia de la desintegración de la Unión Soviética y también de su gimnasia. Nació en Bujará en 1975, cuando Uzbekistán era una república soviética. Con la bandera de la URSS compitió por primera vez en los Mundiales de Indianápolis, en 1991, en un equipo que aún dominaba la gimnasia con mano hierro. Allí logró el oro por equipos, la plata en potro y el oro en el ejercicio de suelo.
Al año siguiente, la URSS ya no existía. En los Juegos de Barcelona 92, los deportistas de las antiguas repúblicas soviéticas (a excepción de las bálticas) compitieron agrupadas en lo que se llamó la Comunidad de Estados Independientes. Chusovitina ganó el oro por equipos con compañeras de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Luego todo eso desapareció. Algunas gimnastas se retiraron, otras volvieron a sus repúblicas a entrenarse, muchas de ellas con medios precarios. Los resultados se resintieron. Aunque Rusia mantuvo el tipo, como Bielorrusia y Ucrania en esos años noventa, ya no era la potencia que lo ganaba todo. Uzbekistán ni siquiera podía reunir seis gimnastas de nivel para formar un equipo.
Allí volvió Chusovitina, que se convirtió en una presencia perenne en todas las grandes competiciones, casi siempre acompañada por gimnastas mucho más jóvenes y de menos nivel. Sin equipo, pero escoltada por su entrenadora de toda la vida se acostumbró a ganar medallas en salto en casi todos los Mundiales. En 1999 fue madre y, tras una temporada entrenándose en Estados Unidos, se instaló con su familia en Alemania para que su hijo recibiera tratamiento contra un cáncer. Se convirtió en una estrella en el mundo de la gimnasia, que se movilizó para recaudar dinero para el tratamiento.
Tan agradecida estaba la gimnasta con su país de acogida que se nacionalizó. Después de tres Juegos Olímpicos representando a Uzbekistán, en Atenas 2004 compitió con Alemania, como en Pekín 2008 (donde logró una plata, cómo no, en salto) y en Londres 2012. Tras esta cita volvió a Uzbekistán. Se acostumbró a ser la gimnasta más veterana de cualquier competición, compartiendo honor con el búlgaro Jovtchev, que participó en seis Juegos y se retiró después de Londres con 39 años. Pero Jovtchev, con el cuerpo dolorido, solo participó en anillas.
Chusovitina sigue compitiendo en los cuatro aparatos, una proeza en un deporte donde sufren mucho las articulaciones, son frecuentes las lesiones y es raro el deportista que no pasa al menos una vez por el quirófano. Ella está operada de un hombro, de la espalda y ha sufrido varias lesiones importantes en el tobillo y en una pierna, pero siempre recupera la forma. En Stuttgart, donde la acompaña la mítica Svetlana Boginskaya como entrenadora, ha estrenado coreografía, señal de que sigue divirtiéndose. Este sábado sabrá si su eterno sueño olímpico sigue en pie.
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