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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Beso, verdad o atrevimiento

De pequeños percibimos a los futbolistas como adultos hechos y derechos, pero a partir de una cierta edad comenzamos a tratarlos como a niños o, lo que es peor, como adolescentes

Rafa Cabeleira
Neymar, durante un entrenamiento con el PSG.
Neymar, durante un entrenamiento con el PSG.Francois Mori (AP)

Nadie nos explica que, a lo largo de nuestra vida, estamos condenados a ver el fútbol con dos miradas muy distintas, casi antagónicas. De pequeños percibimos a los futbolistas como adultos hechos y derechos pero a partir de una cierta edad -que resulta imposible de determinar, pues cada uno madura al ritmo que quiere o le dejan- comenzamos a tratarlos como a niños o, lo que es peor, como adolescentes, con todo lo que esto conlleva. Existe un punto de ruptura evidente que podría situarse en ese momento en el que, como simples aficionados, a nuestros ídolos ya no les exigimos que marquen goles, se partan el pecho por el equipo o vuelen hacia la escuadra; simplemente nos conformamos con que no nos cuenten que los deberes se los comió el perro o que el profesor -puede ser un árbitro, un entrenador, un periodista- les tiene manía. Y es ese un instante dramático, casi funesto para nuestra condición de hinchas, porque perdemos gran parte de la inocencia y frescura necesarias para seguir el día a día de este apasionante circo sin llegar a perder la paciencia y, por qué no ir un poco más lejos, la cabeza.

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El culebrón Neymar combina todos los elementos necesarios para conformar esta ecuación y tratar de comprenderla pero, antes de avanzar, conviene recordar que neymares ha habido muchos a lo largo de la historia y el balón ha seguido rodando. No conozco a un solo niño que pusiera pegas a su fichaje salvo, claro está, aquellos que repiten como loros las cosas que escuchan en casa. Si no alcanzas a comprender el misterio de la Santísima Trinidad y deseas recibir la primera comunión por los regalos, no como un acto de fe, no entenderás las leyes del mercado o la incongruencia que supone negociar con un futbolista con el que próximamente te verás las caras en un juzgado. Los niños -ampliemos el margen hasta los adolescentes y algunos adultos divorciados- solo ven en Neymar al futbolista que resquebraja defensas y baila junto al banderín de córner para festejar sus goles: quieren ser Neymar y el primer paso para conseguirlo es que Neymar sea uno de los suyos. Los adultos bien formados, en cambio, intuyen todo el vodevil que se esconde tras una serie de movimientos que asombran a propios y a extraños, empezando por el propio Neymar, que todavía debe estar pellizcándose porque un club como el Barça se haya apuntado al juego más peligroso del universo: el de “beso, verdad o atrevimiento”.

Muchas son las voces autorizadas que coinciden en que, deportivamente, el club azulgrana no necesitaba la incorporación de Neymar, la última de la Cesar Luis Menotti. Desde un punto de vista estrictamente económico -"de posibles”, que diría un castizo- parece que la tesorería del club tampoco estaba preparada para llevarlo a cabo esta operación y éticamente, la verdadera pata de la edad adulta, cuesta entender que los responsables del club simplemente se lo plantearan. ¿Cómo, entonces, acometer un traspaso de semejante calado bajo estas tres premisas tan restrictivas? Pues muy sencillo: pensando como un niño, admitiendo que el fútbol es un universo tan particular que la madurez no es más que el tiempo transcurrido entre el primer gol del contrario y el segundo de los nuestros. Se diría que en el fichaje frustrado de Neymar ya hemos tenido suficiente dosis de beso y atrevimiento, que es la parte interesante del juego; ahora solo falta que alguien nos cuente, de una vez, toda la verdad.

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