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Alienación indebida
Columna
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El equipo del pueblo

Por más que Simeone trate de convencer de lo contrario, cada vez que João Félix toca un balón al Atlético se le pone más cara de casta

Rafa Cabeleira
Simeone, en el banquillo del Metropolitano durante el partido contra el Getafe.
Simeone, en el banquillo del Metropolitano durante el partido contra el Getafe.SERGIO PÉREZ (REUTERS)

Mucho me temo que la denominación "equipo del pueblo" no sea más que eso: una etiqueta, un sello lustroso que combina a las mil maravillas con diferentes tipos de relato, un poco como las Converse All Star que van fenomenal para apuntalar toda clase de estilismos. En el mundo hay tantos equipos del pueblo autoproclamados como tales que uno empieza a pensar que, o bien faltan pueblos, o bien sobran equipos, porque las cuentas no salen por ningún lado. La cosa tendría cierta lógica si los relatores se limitasen a hablar del equipo de tal pueblo o de tal barrio, incluso del equipo de esta o aquella diputación —como se hacía en Galicia durante los años de las vacas gordas—, pero arrogarse el calificativo de equipo del pueblo, sin delimitar espacios ni territorios, no deja de resultar un tanto atrevido y hasta excluyente, al menos con una parte bastante significativa de la población.

Al Cholo Simeone lo hemos visto ondear esa bandera desde que aterrizó en el banquillo del Atlético de Madrid, tan empeñado en proclamar la humildad del Glorioso que por momentos nos hizo comulgar con sus hostias de cartón, que buenas son a falta de pan. Se trataba, supongo, de empatizar con una afición deprimida que miraba a sus máximos rivales tirando comida a la basura y saliendo a bailar con sofisticadas coristas. También con una idea que el propio Simeone explicaba en una reciente entrevista al periódico argentino La Nación. “Lo más sano y lo más noble del entrenador es preguntarse: '¿Cuál es la historia de este club?'. E ir moldeando tu estilo de juego a la historia de ese club sin dejar de ser vos”, reflexionaba. Sin embargo, da la sensación de que el Cholo hizo justo lo contrario desde el comienzo de su aventura madrileña: articular un relato histórico que poco o nada tiene que ver con la realidad pero sí con su manera de entender el fútbol, forjarse una coartada excelente para exigir entrega y el punto justo de benevolencia hacia un equipo al que no se le puede imponer ganar a los aristócratas, tan solo pelear con dignidad hasta el último aliento.

Social, moral y emocionalmente todavía somos el equipo del pueblo”, dijo el otro día en Butarque, un campo de propiedad municipal. Trataba así de puntualizar otra de sus respuestas en la citada entrevista, cuando contestaba con un “no, ya no” a la pregunta de si el Atleti seguía siendo ese “equipo del pueblo que él mismo se encargó de rebautizar en tantísimas ocasiones. El matiz es importante porque reconoce lo evidente (el potencial económico de su club), pero sin diluir del todo ese aroma dulzón que desprenden las causas humildes, esa simpatía de amplio espectro que despierta un David enfrentado a Goliat. No le será fácil al bueno de Simeone, por más que trate de convencernos de lo contrario con su discurso bien articulado: cada vez que João Félix toca un balón bajos los focos del Metropolitano, o los de Butarque, al equipo del pueblo se le pone más cara de casta.

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