Sebas Sáiz, rebelde con causa
“Gano deportiva y económicamente. No hay nada más peligroso que la zona de confort”, explica el pívot de 25 años sobre su inesperada marcha a Japón tras dos temporadas en la ACB
Deja un instante de apretujar desafíos, incertidumbres y expectativas en la maleta y se detiene a contar su historia. “La gente me dice, ‘¿pero cómo te vas a Japón? Allí solo, con lo joven que eres, ¿no te da cosa?’. Cosa me daría quedarme aquí atascado, haciendo lo mismo el resto de mi carrera. No hay nada más peligroso que la zona de confort”, sentencia. Sebas Sáiz, uno de los grandes valores del baloncesto español de la cosecha del 94, explica su inesperada marcha al Sun Rockers Shibuya de la B.League japonesa como una elección no como un descarte, como un meditado arrebato de rebeldía no de locura.
Con media docena de ofertas de equipos de la Liga Endesa y otras tantas de Grecia, Francia y Turquía, Sáiz optó por la vía asiática tras debatirse entre el hastío y el envite. “En la ACB el rol de los jugadores españoles acaba siempre supeditado al americano de turno. Voy a una liga en crecimiento, con la idea de ganar confianza y protagonismo. Allí el americano seré yo. Esa proyección es la que busco”, señala el ala-pívot madrileño tras dos temporadas sin vuelo en la liga española, la primera en el San Pablo Burgos y la pasada en el Iberostar Tenerife. En total, 66 partidos, con 7,1 puntos y 3,7 rebotes en 15 minutos de media —8,9 puntos y 4,7 rebotes en el subcampeonato de la Champions FIBA—. “Para volver siempre hay tiempo”, afirma antes de emprender su segundo viaje iniciático.
Coetáneo de los hermanos Hernangómez, Dario Brizuela, Illimane Diop y Oriol Paulí, y canterano del Ramiro de Maeztu desde edad cadete, Sáiz dejó el Estudiantes en 2012 rumbo a la High School de Sunrise Christian Academy, antesala de su entrada en la NCAA con los Rebeldes de Ole Miss. Completado el ciclo y tras convertirse en la sensación de la liga universitaria estadounidense, con su 2,05m y 2,31 de envergadura en plena ebullición, regresó a España en el verano de 2017 fichado por el Real Madrid, que lo mandó cedido a Burgos para que terminara de hacer la mili.
“No me encontré con algo nuevo, porque salí de aquí de pequeño y tenía compañeros que ya habían regresado y te cuentan. Pero hasta que no lo vives en tu propia piel no lo sabes. He aprendido mucho, dentro y fuera de la pista. De cómo funciona la liga, lo que piensan los jugadores, cómo va el mercado…”, desliza Sáiz, sin ánimo de profundizar en la intrahistoria de un campeonato que en los últimos años alcanza a duras penas el 30% de jugadores españoles y que la pasada campaña solo registró a dos nacionales entre los 15 primeros en el ránking de minutos (Javier Beirán y Nacho Llovet). Muchos de ellos se reunieron en la selección de las Ventanas, en la que Sebas fue, junto a Quino Colom, el único fijo en los 12 partidos de clasificación para el Mundial.
Entre las ofertas que le fueron llegando en el tramo final del curso, Sáiz no encontró ninguna apuesta especial. Se desvinculó del Madrid y, llegado el momento de decidir, le dio más pereza repetir determinadas situaciones en España que marcharse al otro lado del mundo. “Ir a Japón supone una aventura espectacular. No pierdo ni en lo económico ni en lo deportivo. En el año que he firmado ganaré lo mismo que en dos temporadas o dos y media en España. Además, me abro puertas en un mercado emergente”.
Superado el veto de la FIBA a sus competiciones en 2015, bajo el impulso de los Juegos de 2020 y con el Mundial a cuatro años vista, el baloncesto japonés se rearma. “Las instalaciones son de primer nivel, están llegando técnicos estadounidenses, fichajes de nivel…”, relata Sáiz. “Esta oportunidad no viene todos los días. Quedarte en tu casa no siempre te ayuda a salir adelante. A veces hay que pegar una patada a la puerta”, desarrolla reivindicándose ante las críticas. “No está escrito en ningún sitio que todos tengamos que seguir el mismo camino. Solo ganan los que arriesgan”, cierra.
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